Gracias a los test de estrés, el sector bancario europeo ha dado un gran paso hacia la unión bancaria. Las pruebas de resistencia suponen un avance tan crucial como es asegurar que la definición de lo que es un activo de riesgo sea la misma en toda la Unión Monetaria. Del mismo modo, los criterios para juzgar sobre la solvencia de una entidad se unifican, de manera que resulta posible hacer comparaciones homogéneas entre ellas. Pero, además, una unión bancaria conlleva aplicar los mismos estándares de control y el protocolo de Basilea III se caracteriza por exigencias del máximo rigor.
El alcance de estas últimas no se conformará, como hasta ahora, con regular el nivel mínimo que tienen que alcanzar los recursos más seguros de los que dispone un banco, básicamente su capital propio y las reservas. El control avanzará un paso más, hasta el siguiente escalón del balance bancario, donde se ubican los activos llamados Tier 1 Adicional. En 15 días, el BCE desvelará cuáles son los mínimos que exige a este nivel, donde se sitúan los bonos convertibles.
Además, es previsible que la cumbre del G-20 de diciembre dé otra vuelta de tuerca a estos recursos de segunda categoría, y demande una provisión del 20%. Desde el día posterior a la publicación de los resultados de los test de estrés, queda claro, por tanto, que el BCE no perseguía con los exámenes hacer la vida más fácil a los bancos y a las economías que sustentan. Muy al contrario, el propósito, más que justificable, es asegurar que no se repitan irregularidades como las que dieron origen a esta crisis. El desbloqueo del crédito acabará llegando, ayudado por estas garantías, pero su requisito fundamental sigue siendo que vuelva la demanda solvente.