La espera hasta la próxima reunión del Consejo de Gobierno del BCE puede resultar agónica, a tenor del nerviosismo que el parón económico europeo provoca en los mercados, y que quedó bien demostrado a mediados de la semana pasada. No sólo influye lo prolongado del tiempo que aún habrá que esperar, hasta el 6 de noviembre, sino la desilusión reinante tras la última comparecencia de Draghi, en la que no anunció nada nuevo ni concretó lo que ya está en marcha. Se notó mucho en aquella rueda de prensa el peso del representante del Bundesbank en el órgano directivo del eurobanco. Semanas después, sin embargo, vuelve a sentirse la influencia alemana, pero actuando en sentido contrario.
No en vano la coyuntura ha empeorado de tal manera que hasta el propio banco central germano considera que el PIB de la locomotora europea se encuentra al borde la recesión (después de haberse contraído ya en el segundo trimestre). Así, una vez que el incendio amenaza a las puertas de Berlín, la tenaza germánica en torno al BCE empieza a aflojar, hasta el punto de que, aún lejos de la reunión de noviembre, la institución ha empezado a comprar bonos españoles y franceses. El guiño alemán a su país limítrofe fue incluso más acusado, en la medida en que el todopoderoso Schäuble se avino a pactar un plan de inversión con Sapin, su homólogo galo. El cambio no es radical: los estímulos procederán del sector privado. Con todo, el movimiento de ficha alemán es significativo.