La compraventa de viviendas, aunque lejos de las cifras que se movían antes de la crisis, encadena varios meses de subidas interanuales. Es aún muy pronto para pensar que su contribución al PIB crecerá de forma significativa pero empieza a dar síntomas de que no sólo ha tocado suelo su deterioro sino de que empieza una lenta recuperación. Ahora bien, no son las familias el motor que está provocando un vuelco en la tendencia de las estadísticas, sino los fondos extranjeros, que invierten atraídos por la rebaja de los precios, en torno a un 45% desde sus máximos de 2006, en un país cuya economía parece querer despegarse de la recesión.
También aparecen inversores españoles, que compran inmuebles para conseguir con su alquiler una rentabilidad que no podrían obtener ni con depósitos bancarios ni con renta fija, y los extranjeros que se inclinan por las viviendas situadas en la costa. Todos ellos, contribuyen a que se vaya absorbiendo el exceso de inmuebles construidos, pero aún de forma lenta. Falta por aparecer el comprador que antes era el tradicional, el que realiza la transacción para vivir en el inmueble.
Es cierto que según los datos del Banco de España los nuevos préstamos hipotecarios, en su mayoría concedidos a familias españolas, están repuntando a un buen ritmo, aunque no suficiente para elevar la cartera crediticia (hay más amortizaciones que concesiones). La demanda está muy condicionada por el desempleo y esté se encuentra aún lejos de niveles aceptables. Con todo, el gasto en vivienda, según los Presupuestos Generales del Estado tendrá una "pequeña" aportación positiva al PIB, tras ocho años de descensos. Un despegue mayor necesita más demanda.