El excesivo endeudamiento de empresas y familias está en el origen de la crisis que hemos padecido todos estos años. El incremento del déficit y la deuda pública, que se acerca peligrosamente al 100% del PIB, ha sido consecuencia de ese desequilibrio, azuzado por el estallido de la burbuja inmobiliaria y por las debilidades que, emboscadas en una aparente opulencia, padecía nuestra economía y que los sucesivos Gobiernos no supieron enderezar a tiempo.
Las empresas y familias han realizado un ingente esfuerzo para reducir el peso de ese endeudamiento desde sus niveles más altos (1,3 billones, las empresas en 2009, y 916.095 millones la familias, en 2008) y lo han conseguido disminuir en 553.400 millones, pero aun deben rebajar la deuda conjunta en un 4,59 por ciento.
Por eso, aunque las estadísticas empiezan a arrojar tímidos incrementos trimestrales de la riqueza de los hogares -la diferencia entre los ahorros y los préstamos concedidos- la deuda del sector privado supera todavía en 82.700 millones a la que se registraba en el año 2006.
Este volumen de endeudamiento privado va a tardar años en normalizarse y representa un auténtico peso muerto para la recuperación. Como advierte el FMI, el proceso de desapalancamiento puede durar aun muchos años. Esta situación, si no se recupera pronto el crecimiento, podría conllevar problemas adicionales a la banca que emerge de un duro proceso de saneamiento y retardar la apertura del grifo del crédito.