La economía francesa atraviesa una difícil situación, presa de un modelo lleno de rigideces. Aunque nadie se atreve a decirlo en voz alta, sus problemas inquietan en Bruselas y Berlín. De hecho, las relaciones entre Hollande y Merkel nunca han sido fluidas y la canciller ha seguido imponiendo sus criterios. La popularidad del presidente galo está cayendo porque no acaba de conducir al país hacia la recuperación y las reformas que propone son insuficientes para el cambio que la economía necesita. Desde instancias internacionales se le pide una reforma de las pensiones y reducir el tamaño del Estado. Con la actual situación no se entiende el nivel tan bajo de la prima (75 puntos) de un país con problemas de periférico, pero camuflado de centroeuropeo.