Los sindicatos de Iberia protagonizaron ayer duros enfrentamientos con la policía en el primer día de convocatoria de huelga. Su objetivo es reducir el número de despidos y las condiciones del ERE propuesto por la compañía, que afecta a 3.800 puestos de trabajo. Tras el fragor de las manifestaciones, las conversaciones se mantienen y parece que es posible alcanzar un acuerdo. A cambio de ceder en bajadas de salarios y aumentos de productividad, se podría reducir el número de despidos, pero todavía es prematuro afirmar que hay acuerdo. Lo cierto es que Iberia se está jugando su futuro, y esto deben tenerlo en cuenta todas las partes implicadas en la negociación. Sin olvidar que Iberia es una empresa privada y debe responder a criterios de rentabilidad y eficacia que ahora no tiene. Desde su constitución y también después de su privatización, Iberia ha sufrido continuas injerencias del poder político que, junto al poder y prebendas de los pilotos, no han hecho más que mermar la competencia de la compañía.
La empresa, aun después de su privatización, mantuvo una estructura obsoleta que no ha sido capaz de desmantelar. Es el precio de la paz social que se ha pagado durante años, a costa de seguir alimentando el poder de los pilotos, que viven todavía en un mundo que desapareció hace muchos años. La compañía, al igual que otras aerolíneas de bandera, desdeñó el efecto que la aparición de las low cost iban a tener en el mercado. Mientras otras empresas se han ido adaptando la dirección de Iberia no ha sabido o no ha podido vencer las resistencias internas contra la modernización de la compañía. Es la última oportunidad que tiene la aerolínea para apostar de su viabilidad y no debe desaprovecharla.