En pleno apogeo de ajustes sociales, recortes salariales y congelaciones de nóminas hay un colectivo que, al igual que Asterix y Obelix, vive en una Galia aún no conquistada por el supuesto enemigo. Se trata de los pilotos de Iberia, un grupo formado por cerca de 1.450 profesionales que ha decidido mantener los privilegios conseguidos en la edad de oro de la aviación comercial (década de los años sesenta), a costa de poner en riesgo la viabilidad de la aerolínea que les paga. El famoso chiste de "¿por qué no se mueren nunca los pilotos de Iberia? Porque no pueden pasar a mejor vida"... deja de tener gracia si se profundiza en sus condiciones laborales, espléndidas para los tiempos que corren.
Y no sólo por el elevado sueldo que perciben de media al año (208.000 euros por 12,9 horas semanales), sino por la estructura de costes que soporta la aerolínea y las abismales diferencias que mantienen con sus colegas de Iberia Express, la compañía que ha puesto en riesgo el mantenimiento de sus regalías.
Trabajan un 25% menos que los pilotos de la joven filial y su salario es cuatro veces superior, eligen los hoteles de cinco estrellas donde se alojan y son transportados de forma gratuita a sus puestos de trabajo. Condiciones todas ellas impropias de una España con seis millones de parados. La dirección de Iberia debe negociar la puesta al día de un colectivo que se ha convertido en un pesado lastre y resolver uno de los mayores problemas estructurales que tiene encima de la mesa. Sólo así dejará de perder 1,7 millones diarios y podrá clarificar un futuro que necesariamente pasa la contención de costes y el aumento de la productividad. Lo contrario la sumiría en un papel secundario dentro de la aviación.