La reunión entre Rajoy y Mas no ha dado frutos. Era previsible. Mas lanzó un órdago y Rajoy no encontró la forma de reconducirlo a un terreno que facilitase al presidente de la Generalitat una alternativa. Por ejemplo, no cerrar la puerta a un pacto fiscal para Cataluña, que aunque no se abordase de inmediato lo emplazase hacia el final de la legislatura e incluso preparase el terreno para, en la siguiente, promover un cambio en la Constitución del modelo de Estado, en el que las regiones históricas tuviesen un estatus distinto.
La falta de entendimiento hace que la situación sea hoy peor que ayer; que Mas recrudezca la ofensiva nacionalista y convoque elecciones en Cataluña, de las que CiU saldría reforzada aprovechando el impulso indepedentista. Contrariamente a lo que ha sucedido hasta ahora -todos los gobernantes que han convocado comicios los han perdido por la crisis- Mas podría ganarlas. Si esto es así, su habilidad consiste en haber canalizado la frustración y la indignación ciudadana responsabilizando a otros -el Gobierno de Rajoy- de los recortes que su Ejecutivo ha impuesto.
Quizás le salga mal, pero abre una espoleta sin marcha atrás. Sobre todo en un país como el nuestro con tendencias históricamente centrífugas, que la crisis no hace sino espolear. Son malas noticias para la recuperación económica. El crecimiento necesita estabilidad económica y política. En lo económico, los indicadores prevén que aún queda mucho recorrido para iniciar la recuperación. En lo político, el cariz que están tomando los acontecimientos mueve al pesimismo. La combinación de crisis económica y crisis política forman el peor cóctel para que España salga del agujero. Mas y Rajoy deben ser conscientes de ello.