La poderosa locomotora alemana ha empezado a dar sus primeros síntomas de desaceleración, al menos en lo que se refiere a las exportaciones dirigidas a los países del sur de Europa. Los fuertes ajustes defendidos por el Gobierno de Angela Merkel se han traducido en un recorte de las importaciones realizadas por España, Italia, Portugal y Grecia, que en su conjunto absorben el 26,2% del comercio exterior germano.
Un peso significativo dentro de la tarta exportadora de Alemania, que está intentando compensar con la exportación de sus bienes y servicios hacia el resto de la eurozona, Estados Unidos y China, cuyos crecimientos tampoco son boyantes precisamente. Pese a la salud de que goza la economía teutona -refrendada ayer por Fitch y su máxima nota de solvencia a largo plazo ('AA')-, lo cierto es que la ralentización de una parte de sus ventas exteriores supone un primer aviso para Merkel.
Su comprensión hacia los problemas españoles ha cristalizado en una negociación de las condiciones del rescate, que en teoría serán algo más suaves que las iniciales, y que ahora debe de trasladar al Bundesbank, no sólo en beneficio de España, sino también en el suyo propio para reactivar sus exportaciones y sortear la recesión. La dama de hierro alemana no debe obcecarse con las elecciones generales que se celebrarán dentro de 15 meses.
La carrera no es fácil pero sí factible, porque el Partido Socialdemócrata (DPD) se ha enredado con su propuesta de mutualizar la deuda europea una vez conseguida la unión fiscal. Un alternativa rechazada por la mayoría de los alemanes, renuentes a levantar la presión sobre España e Italia. Merkel debe de tener cuidado para que el búmeran exportador no le acabe golpeando en la cabeza.