El resultado de las elecciones en Grecia coloca a este país en un callejón sin salida. Se complica, como se vio desde el primer momento, la posibilidad de formar un Gobierno de coalición que siga adelante con los compromisos adquiridos y diseñe el calendario de próximas reformas. Esto significa que el próximo mes se puede convertir en decisivo para el abandono del euro por parte de Grecia. Antes de finales de junio, el nuevo Gobierno debería aprobar ajustes por 11.500 millones de euros. Ésta es la condición para que la Comisión Europea, el BCE y el FMI desembolsen un nuevo tramo del segundo plan de rescate, que la troika le suministra con goteo y siempre que cumpla las condiciones pactadas. Sin este dinero, el país no podría pagar los salarios públicos y las pensiones a partir de julio. El problema político supera en Grecia al problema económico, porque lo único que está claro es que en el fragmentado Parlamento heleno los partidos contrarios al rescate y las reformas son mayoría. Esto es lo que ha votado Grecia y no hay que menospreciar su significado.
La salida del euro es prácticamente inevitable para que el país salga del bucle en el que está metido y recupere el pulso económico. La cuestión es si todavía hay tiempo para que la vuelta al dracma se haga de una forma ordenada o si se van a precipitar los acontecimientos. En la Eurozona sería inevitable una fuerte convulsión, que afectaría directamente al euro y a los países que comparten la moneda única. Los más fuertes y en mejor situación económica pueden aguantar el tsunami que producirá la salida de Grecia del euro; el resto debe tener las reformas hechas y sobre todo el sistema financiero saneado para evitar la puerta de salida.