Tras meses de alegría monetaria, el BCE recordó ayer que su misión es mantener la estabilidad de los precios al descartar una bajada de tipos. La decisión de Draghi se interpretó como un gesto hacia Alemania y a la voluntad de frenar el empuje sobre la inflación del alza del petróleo. El problema es compaginar la ortodoxia con la recesión que avanza rápido por Europa y siempre con el telón de fondo griego. Hoy a las seis de la madrugada se habrá conocido si los inversores privados aceptan el canje de deuda.
Con un resultado muy diferente si hay unanimidad, si sólo lo lo acepta más de un 75% o si el porcentaje es sensiblemente menor o se rechaza. En las dos primeras situaciones, Grecia podría salir otra vez del apuro; en el resto, la quiebra parece inevitable.
