Las medidas del BCE de apoyo a la banca -no sólo el alargamiento de los préstamos a tres años, sino también la reducción de la reserva mínima y las facilidades de financiación en dólares- paliarán la acuciante falta de liquidez.
Las esperanzas depositadas en las nuevas subastas se fundan en que, al ser un plazo bastante mayor, proporcionarán fondos durante un tiempo lo suficientemente largo como para eludir los apuros de los bancos con los mercados cerrados. Y tal vez ese objetivo sea alcanzado, pero no se debe olvidar que el problema de fondo subsistirá, esto es: el anormal funcionamiento del flujo de crédito entre bancos debido a la extrema desconfianza sobre su estado real. Y en este sentido, el que el BCE suplante a los mercados de deuda seguirá preocupando a los agentes privados y, por tanto, expulsándolos del circuito y posponiendo la vuelta a la normalidad.
Pero, sobre todo, en última instancia la subasta parece diseñada como un sustituto imperfecto de lo que el BCE no puede hacer de forma directa: la defensa de algunos países comprando bonos. Se intenta que la banca pida préstamos al 1% al BCE y que, con esos fondos, adquiera títulos soberanos que le den un 5 o 6%. Se espera que así aumente la demanda y se abaraten las emisiones. Sin embargo, parece difícil que las entidades compren más deuda pública cuando están siendo castigadas justo por tal exposición, precisando más capital que a su vez han de aportar los Estados en una espiral absurda. Por no hablar de que este círculo vicioso dificultará que la liquidez se destine al crédito. En suma, las medidas constituyen un parche y no la solución al problema de fondo.