Roubini recomienda que Italia reestructure su deuda para evitar un impago desordenado. Con un volumen del 120 por ciento del PIB, su creciente carga financiera, el crecimiento transalpino anulado y los recortes que predicen recesión, el escenario es insostenible por la esencial falta de liquidez.
Y el impacto para la maltrecha Unión Monetaria sería digno de provocar un derrumbe. Así pues, Monti sólo tiene dos vías: asumir ese horizonte y seguir el consejo del gurú, comprometiendo al euro por el carácter sistémico de Italia, o convencer a los mercados de que puede amoldar el presupuesto sin penalizar el crecimiento, una tarea posible pero hercúlea que puede exigir ajustarse vía depreciación real de modo que el país no dé la talla para permanecer en la Eurozona. Sin liquidez, el círculo es pernicioso.