Editoriales

Con la soga al cuello

Qué diferencia hay entre las protestas de la Plaza

de Tiananmen de 1989 y la revuelta en Libia? Las dos son igual de crueles, pero el régimen de China logró frenar el motín de manera sangrienta, mientras que en Libia ha desembocado en una guerra civil. La divergencia está en que Pekín encaminó al país hacia

el progreso económico, mientras que en Libia la población sufre calamidades y hambrunas.

El desempleo reconocido por Trípoli supera el 30 por ciento, como en Yemen, lo que hace pensar que, en realidad, duplica ese porcentaje.

El patrimonio del fondo soberano libio se estima en unos 50.000 millones, que si se suman a los 8.000 de la fortuna personal de Gadafi y el total se divide entre los seis millones de habitantes, a cada uno le corresponderían casi 10.000 euros. Por supuesto, éstas son las posesiones públicas, las ocultas son superiores. La mayoría de la población vive, sin embargo, por debajo del umbral de la pobreza, con menos de un dólar diario. Los dirigentes norteafricanos llevan décadas abusando de su pueblo, con el consentimiento de Europa y de Estados Unidos. Y en Occidente seguimos ignorando el genocidio de Gadafi.

El conflicto libio cambiará el curso de la historia y la forma de gobernar Oriente Medio. En Arabia Saudí, el rey Abdulá regresó esta semana a la arena política, después de tres meses de baja por enfermedad, prometiendo una serie de beneficios para la vivienda y de mejora de las necesidades sociales y culturales. El sueldo de los funcionarios subirá el 15 por ciento; los estudiantes recibirán ayudas para formarse en el extranjero; y los saudíes condenados por delitos financieros serán amnistiados.

El presidente argelino, Abdelaziz Buteflika, se comprometió también a dar a sus paisanos dinero y medios para mejorar la educación superior, remediar la falta de equipos para las empresas pequeñas y medianas y facilitar el acceso de los jóvenes al mercado laboral. Los dirigentes árabes intentan eludir las reformas democráticas con su repentina magnificiencia dineraria. Un poco tarde, pero es la única esperanza que tienen de detener los combates que se libran a las puertas de sus palacios.

La estrenada esplendidez de estos líderes y su promesa de incrementar la producción de petróleo para compensar la falta de suministro por parte de Libia ha devuelto la calma a los mercados. La duda es si se trata de un armisticio duradero o sólo de una tregua.

Y dentro de la piel de toro seguimos enzarzados con el asunto de las cajas. El decreto anunciado la semana pasada por Salgado es un parche monumental, porque está hecho a medida de los intereses de algunas entidades, como CatalunyaCaixa. El presidente de Ibercaja, Amado Franco, ha manifestado en público que la nueva norma no resuelve el problema porque se beneficia y se protoge a las entidades con dificultades. Franco lleva razón, la reforma desincentiva el saneamiento de estas entidades.

En privado, los bancos de inversión advierten de que así no hay manera de atraer inversores, y en el Banco de España se vaticina que habrá que entrar de forma masiva en el capital de las cajas. Julio Gayoso, presidente de NovacaixaGalicia, está que fuma en pipa por la doble vara de medir de Salgado. La caja busca rellenar su capital con inversores privados ante las dificultades para captarlos en bolsa.

El caso que más inquietud causa es el de Banca Cívica. Uno de sus copresidentes, Antonio Pulido, está decidido a alimentar su ego mediante la construcción de una torre de 180 metros en Sevilla, en contra, al parecer, de la opinión del otro copresidente, Enrique Goñi.

Lo peor es que su coste, próximo a los 300 millones, es equivalente a los beneficios de seis años de Cajasol y de más de un año del conjunto de BancaCívica. Para más Inri, la entidad emprende una campaña de publicidad en la que presume de invertir el dinero de sus clientes donde lo decidan éstos, cuando cuenta con una aplastante mayoría en contra de la obra faraónica. En Andalucía, se dice que Pulido está acostumbrado a tapar la boca a los periódicos con el dinero de la publicidad. A los medios quizá sí, pero no creo que, con semejante despilfarro, logre atraer a inversor alguno en su sano juicio.

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