La aldea modelo del comunismo rebosa lujo occidental en pleno corazón industrial del país
Entradilla: Hace 40 años, Huaxi era un pueblo campesino inmerso en la crisis de la Revolución Cultural. Hoy sufre el desarrollo industrial desbocado, pero esconde barrios donde la alta renta per cápita está a años luz de la media nacional
Texto: El guardia levanta la valla de seguridad y se abre un mundo de fantasía. Atrás queda el decepcionante aspecto del Huaxi terrenal, con la clásica estampa inhumana de ciudad industrial china que vive entregada al desarrollo desbocado. Sin embargo, por delante de la verja se exhibe una versión mucho más celestial, con hileras de lujosas casas individuales en fomato típicamente americano y entre una cuidada geometría ajardinada. Es uno de los barrios nobles de la ciudad de Huaxi, acaso un gueto dorado para los elegidos, que alimenta los sueños de prosperidad de toda una nación. Y es que Huaxi, situada en la provincia de Jiangsu a unos 120 kilómetros de Shanghai y en pleno delta el río Yangtzé, está considerada como la aldea modelo de China.
La razón no es otra que la riqueza colectiva que dicen poseer sus habitantes y que es más que evidente en aquellos barrios residenciales. "La aldea más rica de toda China, la nueva aldea comunista", dicen por esos lares. Y claro, en la China sin valores que tiene en el dinero a su única religión, no hay nada que levante más admiración que la heroicidad del enriquecimiento rápido. Por ello, dos millones de personas peregrinan anualmente hasta allí, por efecto de una propaganda que insiste en presentar a Huaxi como el idílico lugar donde el Partido Comunista ha sabido conjugar, hábilmente y con éxito, la receta capitalista con el control comunista.
Un lugar, en definitiva, donde mostrar al pueblo que la riqueza está al alcance de todos y que los 10.000 dólares de renta per cápita local es un sueño alcanzable, también, para los 700 millones de personas que en China siguen viviendo con menos de dos dólares al día.
El vehículo se detiene frente a la residencia de Max Zhao, director general de Jiangsu Huaxi International Trade Company, el brazo comercial de un formidable grupo empresarial que aglutina a unas 80 empresas de sectores tan dispares como la metalurgia, el textil, el turismo, el acero, el inmobiliario, los materiales de construcción o la industria tabaquera.
En el interior de la mansión de 500 metros cuadrados, el surrealismo desborda todas las previsiones. Frente a una enorme pantalla de televisión donde truena la música del karaoke, una decena de empresarios chinos comparten raciones de fruta y bai jiu, un brebaje alcohólico en forma de torpedo a la línea de flotación de la lógica. Entre humeantes ceniceros, voces desafinadas y continuos brindis al sol, la escena confirma que en China es obligado desarrollar una buena sintonía personal para cerrar negocios.
Presente y pasado
Max Zhao, el anfitrión, es uno de los vecinos que se han hecho de oro. Su casa, huérfana de libros, es un incuestionable ejemplo de la mentalidad que se gastan los que han pasado del cero al infinito: dos coches Volkswagen flanquean la entrada, cinco habitaciones y otros tantos baños para una familia de tres, una fastuosa escalera de mármol, una decoración rococó donde no faltan columnas grecorromanas falsas, un enorme acuario con peces de colores y potentes equipos de alta fidelidad.
Hace 40 años, cuando China se autodestruía en una lamentable Revolución Cultural, Huaxi era una aldea de un kilómetro cuadrado y 2.000 campesinos que estaba abocada a sufrir la misma pobreza que azotaba al resto del país. Pero, curiosamente, supo abrirse paso en la negra noche del maoísmo gracias al desafío de un emprendedor precapitalista: Wu Renbao.
En una época en la que los agricultores se organizaban en comunas, el hoy viejo Wu, de 79 años, se las ingenió para levantar secretamente una fábrica de baldosas. Defendió la fórmula capitalista, los beneficios fueron reinvertidos y, paso a paso, fue armando un imperio de pequeñas fábricas con alcance en varios sectores industriales.
En medio de una Revolución Cultural ansiosa de sangre y locura, fue duramente criticado y acusado de capitalista. Pero, milagrosamente, pudo maniobrar para salvar el pellejo. Ya en los 80, el conglomerado cogió verdadero músculo gracias al boom económico que supuso la política de apertura económica emprendida por el reformador Deng Xiaoping. "Quería servir a la gente, que todos fuesen ricos. El socialismo es la felicidad popular. La pobreza no es socialismo", explica con un discurso del todo ideologizado este hombre que fue íntimo de Mao Zedong y que ahora se desplaza en Mercedes-Benz.
Pero la verdad es que el ser pioneros les dio una considerable ventaja. Sin apenas competencia en todo el país, llovieron los beneficios y la expansión fue imparable. Hasta hoy: el entramado empresarial de Jiangsu Huaxi Group, que emplea a casi 30.000 trabajadores, facturó en 2005 más de 3.000 millones de euros, gran parte en los sectores de la metalurgia y el textil.
Pese al varapalo que supuso el conflicto textil del pasado año con la UE, su producción fue arrolladora: 300.000 toneladas de poliester, 12.000 toneladas de algodón, 10.000 toneladas de hilo, cuatro millones de calcetines y un largo abanico de productos que venden en más de 40 países. Su pegada en el sector industrial es también espectacular, con una producción de 6,5 millones de toneladas de acero y un 40 por ciento de su facturación en el sector metalúrgico.
Cúpula empresarial
La propiedad de las 80 empresas permanece, desde su origen, en las manos colectivas de más de un millar de accionistas que son un parte de las 2.000 familias originales de Huaxi. Esa estructura de comuna empresarial, que cotiza en la bolsa de Shenzen desde 1995, ha dado a los propietarios como Max Zhao una vida próxima al lujo. Además de un salario, el grupo Jiangsu Huaxi ofrece anualmente a sus trabajadores fundadores "un 20 por ciento de las bonificaciones y un 6 por ciento de los dividendos", explica sin querer dar detalles Gavin Wu, asistente al director en una de las empresas del grupo y nieto del patriarca Wu Renbao, que fue jefe de la aldea durante casi 40 años antes de ceder el testigo, hace tres, a su hijo Wu Xien. Pero advierte: "las bonificaciones son mucho más altas que los salarios".
Que el 80 por ciento de las bonificaciones y el 94 por ciento de los dividendos se reinviertan, principalmente en inversiones en el sector servicios o en infraestructuras turísticas, condena a los accionistas a disponer de una cantidad de efectivo considerablemente inferior al valor de sus títulos.
Además, la comuna garantiza a las familias de los socios fundadores una vida cómoda y sin sobresaltos, ya que cubre también la vivienda, la educación de los hijos hasta la universidad, la sanidad y los viajes al extranjero de sus protegidos. Se trata, en realidad, de que todos los accionistas sean ricos, que vivan con todas las comodidades materiales posibles, pero a cambio de seguir a rajatabla las directrices del grupo empresarial y no romper nunca los vínculos con la colectividad. "Si abandonamos la aldea, perdemos todos nuestros derechos", asegura Gavin Wu, que confía en presidir el grupo en el futuro. "Pero en 40 años, nadie ha dejado la aldea", asegura.
Control comunista
Por todo ello, no es de extrañar que los accionistas de Huaxi paguen un alto precio por su riqueza. Se conocen todos, saben cuánto ganan, dónde viven y en qué trabajan. El tamaño y decoración de sus casas es prácticamente idéntica, para evitar agravios comparativos. Su libertad más básica también está comprometida: al contrario que cualquier ciudad china que se precie, a partir de las 10 de la noche, apenas hay ocio en una localidad que hoy aglutina a otras 16 aldeas y suma ya 60.000 habitantes.
Detrás de semejante cárcel de oro se intuye, desde luego, la mano paternalista del Partido Comunista. "No tenemos relación directa con el Partido", asegura Yang Yong Chang, presidente de la acería del grupo. "Pero la mayoría de puestos directivos de las empresas son miembros destacados del Partido", se contradice.
El Jiangsu Huaxi Group y toda su estrutura social y económica funcionan, en realidad, de un modo prácticamente piramidal, con una elite protegida y rica que sigue llamándose campesina pero que, en la práctica, goza de todos los privilegios de la tribu.
Desde que Wu Renbao, el héroe nacional, delegara en su hijo la presidencia del grupo, la descendencia de la dinastía Wu ha ido copando puestos clave a lo largo y ancho del conglomerado. Siempre, claro está, con el beneplácito de las autoridades del partido único.
En los privilegios, desde luego, no tienen cabida los casi 30.000 empleados que forman no sólo la base laboral del imperio empresarial, sino la verdadera ventaja competitiva -en razón de la mano de obra barata frente al resto del mundo, den donde los derechos laborales velan por los trabajadores- de un coloso empresarial dedicado principalmente a la producción masiva. Son, de hecho, emigrantes no originarios de Huaxi y, por lo tanto, no tienen derecho a los beneficios ni a los dividendos de los que sí disfrutan los socios.
Sus derechos se limitan, exiguamente, a esos ciento y pico euros mensuales por seis días de trabajo semanales en la línea productiva; lo que, en realidad, no difiere en nada a lo que pagan en otras muchas fábricas de China por dejarse el alma. "Los trabajadores de Huaxi están bastante mejor que otros. Les damos un buen sueldo, vivienda y guardería para sus hijos", rebate Danielle, mujer del nieto del patriarca.
Contrastes y pobreza
Pero, al pasar por delante de uno de los edificios donde residen los trabajadores, la evidencia confirma que la localidad de Huaxi puede que sea la aldea modelo para unos pocos, pero desde luego no para esos miles de obreros que, como en otros lugares de China, son mera carne de cañón que trabajan bajo unas condiciones que en Occidente llamaríamos, sin dudarlo, explotación laboral.
Con todo, Huaxi ha optado por mostrarse al país con la amable receta de la felicidad. Los turistas que llegan desde todos los rincones de la geografía china quedan deslumbrados por esos barrios ricos, únicos en China, que cobijan parcelas ajardinadas con lujosas casas, entre un horizonte de humo que escupen las chimeneas de las acerías.
Luego, a los grupos de entregados turistas los pasean por un parque temático que acoge réplicas de la Casa Blanca, la Gran Muralla o la plaza de Tiananmen. "La prioridad de Huaxi es que no haya pobreza. El objetivo es la felicidad material y espiritual de la gente", asegura el patriarca Wu.
Y, mientras pasea en olor de multitudes por las calles de Huaxi, este particular héroe nacional del gigante asiático lanza un desafío de lo más impropio: "Si encuentras en el mundo un pueblo mejor que Huaxi, te doy 10 millones de dólares". Obviamente, el amigo íntimo de Mao, el capitalista acérrimo que, pese a todo, sigue rindiendo pleitesía a las supuestas virtudes del comunismo chino, perdería la apuesta.