Range Rover Sport 4.2 V8 Supercharged. Conserva su raza de todoterreno, innata a la firma británica, pero su vocación deportiva también le permite rodar con soltura por el asfalto.
El Range Rover Sport ha irrumpido en el mercado de los SUV de lujo, uno de los más sabrosos para las marcas. Modelos como el BMW X5 o el Porsche Cayenne son un capricho muy de moda, frente a los que este nuevo coche busca su hueco.
Al igual que el resto de competidores, se enfrenta a la gran paradoja de los todoterreno híbridos, que se pretende que circulen igual de bien por asfalto que por fuera de la carretera. Pero este equilibrio no suele conseguirse. La culpa se le suele echar a los neumáticos; los fabricantes suelen montar unas gomas de compromiso que sirvan para todas las circunstancias, lo que no siempre es la respuesta más acertada. No obstante, en el Range Rover Sport se puede afirmar que el concepto del todocamino se cumple con nota, porque no se comporta igual que una berlina o un todoterreno puro en cada uno de sus terrenos, pero sí circula con soltura en ambos.
Detroit 2004
Los Range Rover se consideran tradicionalmente como los reyes de los todoterrenos y sus versiones sport no se alejan mucho de este apelativo. Esta es la quinta versión que se comercializa tras la salida del Range Rover al mercado y se basa en un prototipo, el Range Stormer, que pudo verse por vez primera en el Salón del automóvil de Detroit de 2004. Su plataforma es de tamaño similar a la del Discovery y su batalla resulta ligeramente inferior a la de este u otro Range Rover: 2,75 metros frente a 2,88 metros.
El Range Rover Sport posee una carrocería de cinco puertas. Para eliminar peso, el portón trasero se ha concebido en aluminio, cuyo cristal se puede abrir independientemente, a fin de acceder con comodidad al maletero. En el interior del coche destaca la gran calidad de los materiales y los acabados. No es el más grande entre sus rivales y la habitabilidad interior se resiente. Sin embargo, cuatro adultos viajan cómodos y la distancia al techo es suficiente, pese a la elevada altura de los asientos.
Para potenciar el coche, Land Rover ha utilizado el mismo motor que usa Jaguar, opción posible porque ambas marcas se integran dentro del grupo Ford. Se trata de un V8 de 4.2 litros de cilindrada, con turbocompresor, que desarrolla una potencia de 283 CV con un impresionante par motor de 550 Nm. Esta mecánica tiene la velocidad máxima limitada electrónicamente a 225 km/h.
Dispone de serie una caja automática ZF de seis velocidades con programa Sport y mando secuencial, que le permite al conductor elegir entre cinco modos de circulación con un mando giratorio. En función de la selección que haga, el sistema adapta la altura de la carrocería, la respuesta del motor, el control de descenso (HDC) y de tracción, y la caja de cambios. Dadas sus prestaciones, el Range Sport incorpora unos frenos de cuatro pistones de la marca Brembo, que son el tipo de discos ventilados que utilizan los automóviles más deportivos.
Incluye de serie, algo que no sucede con el resto de las versiones, una suspensión neumática con el nuevo sistema Dynamic Response, que adapta el recorrido de la suspensión a la circulación por carretera o campo. En el Range Rover Sport se aprovecha muy bien la posibilidad de regular la altura de la carrocería: si el coche se queda empanzado, el sistema neumático eleva la altura hasta el tope del recorrido de suspensión para intentar salir del problema, lo que casi siempre sucede. También destaca entre su equipamiento de serie el sistema de control de tracción y estabilidad, la ayuda de emergencia a los frenos, el control de velocidad y los faros bi-xenón adaptables.
En el campo
A pesar de sus connotaciones deportivas, la conducción por campo es de las mejores entre la dura competencia. Su mejor virtud consiste en la facilidad con que se pueden sortear los obstáculos que se presentan en terrenos agrestes. Sólo podemos señalar un inconveniente: el voladizo trasero es muy largo, de manera que los escapes pueden rozar con el suelo en cambios acusados de inclinación.
La buena conducción fuera del asfalto no se reproduce igual en la carretera. Nada hay que objetar a cómo rueda por un buen piso, pero primero hay que acostumbrarse a una carrocería que tiende a oscilar demasiado. No tanto como puede suceder en un todoterreno convencional, pero sí más de lo que se espera de un automóvil que lleva por apellido Sport. Los neumáticos tienen más agarre del que soporta adecuadamente la suspensión. Esta sensación no se produce, por ejemplo, cuando se conduce un Porsche Cayenne que, por contra, es superado por nuestro protagonista fuera del asfalto.
La virtud de la flexibilidad
Land Rover ha desarrollado un sistema, el Terrain Response, para que el conductor modele la respuesta de su coche en función del terreno que pisa. Con un botón giratorio se puede ajustar para circular por hierba, gravilla o nieve; barro y surcos; arena; y avance lento sobre rocas, las zonas de paso más complicadas, conocidas como trialeras. Al optar por una de las cuatro posibilidades, la gestión electrónica del motor y la caja de cambios, la sensibilidad del acelerador, la altura de marcha de la carrocería, el control de estabilidad y de tracción, el antibloqueo de frenos y la regulación electrónica de los diferenciales central y posterior varían su funcionamiento para adaptarse a las circunstancias. Una vez elegida la opción deseada, el conductor apenas tiene que preocuparse de nada. Cuenta también con dos regulaciones básicas para variar la altura y cambiar las marchas largas o cortas, así como con un botón para controlar los descensos que impide que el coche se acelere más de lo recomendable. La velocidad límite con este sistema se sitúa entre 4 y 6 km/h.