
Si los eurodiputados aceptan mañana lo propuesto por los 27 gobiernos de la Unión Europea, un empleado podrá, en caso de acordarlo así con el empresario, trabajar hasta un máximo de 65 horas semanales de media, frente a las 48 horas actuales. ¿Una vuelta al pasado? En 1870 la jornada de trabajo era de 64 horas para los obreros de la industria y superaba las 70 horas en el caso del sector terciario.
Además, con la nueva directiva que se votará mañana, el tiempo inactivo de las guardias de los médicos dejaría de considerarse como tiempo de trabajo y desaparecería la obligación de que el personal sanitario disfrute de un descanso compensatorio inmediatamente después de las guardias.
Los sindicatos europeos escenifican hoy una protesta en Estrasburgo por considerar, con toda la razón, que esta directiva ataca los derechos de los trabajadores y atenta contra la Europa social.
Algunos gobiernos, como el español, han torcido el gesto de puertas adentro pero no han movido un dedo para vetar esta sinrazón. Un disparate que tendrá una efectividad limitada. Rodríguez Zapatero y otros jefes de gobierno ya han manifestado que no introducirán esta reforma en la legislación laboral interna- pero que es muy revelador en el plano ideológico: lejos de avanzarse en la mejora de las condiciones sociales de los trabajadores, se amplían los márgenes de los empresarios.
No es en absoluto extraño que Europa no cale en la opinión pública de los europeos. Más bien estamos en el camino de todo lo contrario: con estos gestos, el rechazo continuará creciendo.
La flagrante inoportunidad de la medida
Si la iniciativa legislativa es un disparate en sí misma, lo es todavía más por la coyuntura en que nos encontramos: cuando es notorio que las élites dirigentes y el establishment financiero nos han traído la ruina y la crisis, que lesionarán sobre todo a la clase trabajadora, y mientras toda la opinión pública internacional se escandaliza por el hecho de que los dirigentes financieros continúan viajando en sus aviones privados y atribuyéndose sueldos astronómicos, la habitación de nuevos mecanismos de explotación que nos retrotraigan al siglo XIX resultaría simplemente una burla.
Es probable que la iniciativa no prospere pero ya da igual: el hecho de que haya una corriente de opinión ilustrada en la superestructura europea que considere conveniente que los trabajadores puedan trabajar 65 horas a las semana -15 horas diarias de lunes a viernes- revela a las claras la pérdida de la ética social y hasta de la estética.
La larga lucha por un trabajo digno
Montserrat Llonch y Jordi Maluquer de Motes, de la Universidad Autónoma de Barcelona, en el capítulo de Trabajo y Relaciones Laborales del estudio estadístico histórico de la Fundación BBVA, explican las mejoras sociolaborales acaecidas desde el pasado siglo XIX e indican que "desde una perspectiva secular, la disminución del tiempo de trabajo y la mejora de los salarios son el resultado de los incrementos de productividad que genera el propio proceso de modernización económica. Pero la reducción de la jornada -desde el siglo XIX al XXI- no ha sido sólo un componente de redistribución, sino que también ha actuado como factor de crecimiento, ya que ha conllevado cambios hacia una organización más eficiente del trabajo y ha contribuido a generar más puestos de trabajo".
Es muy dudoso sin embargo que la conquista de la productividad mejore las condiciones laborales de los trabajadores. En los países desarrollados de nuestro ámbito, el salario real ha crecido mucho más lentamente que la economía.
Y en lo tocante a la jornada laboral, en 1870 estaba en 64 horas para los obreros de la industria manufacturera y superaría las 70 horas en el caso de los trabajadores del sector terciario.
Fechas claves
En 1890, los mineros vizcainos realizaron una huelga prolongada y consiguieron rebajar de 12 horas diarias a 10 horas diarias la jornada de trabajo. Supuso un gran avance.
En 1919, en un Real Decreto del 3 de abril, se estableció la jornada máxima legal de 48 horas semanales en todos los trabajos asalariados, aunque exceptuó a trabajadores agrícolas.
El 22 de junio de 1935, la OIT estableció la jornada de 40 horas semanales. Aquel acuerdo no fue ratificado por el Estado español, porque se interpuso el estallido de la guerra civil.
En 1980, el Estatuto de los Trabajadores estableció el límite de las 42 horas semanales, aunque tres años después se redujo a las 40 horas.