
Hace apenas cinco meses una corriente malthusiana recorría el mundo. Los precios de las materias primas tocaban el cielo y hasta los más optimistas hablaban de una etapa de carestía, y por lo tanto, de escasez de materias primas , tanto agrícolas como energéticas y minerales. Y los seguidores, muchos, del sentido conspirativo de la historia, atribuyeron el súbito encarecimiento a una especulación tan feroz como injustificada.
Mediado 2008 el índice general de materias primas (en dólares) se situaba en 261,8 (Base 100 en 2000). Había comenzado el año en 227,1. Al cerrar el mes de noviembre estaba instalado en 163,2, nada menos que 63,9 puntos por debajo de enero. Un viaje de ida y vuelta al cielo, con aterrizaje en una zanja.
Las mismas razones que explican por qué subió súbitamente la cotización de la mayoría de las materias primas, son, en sentido contrario, las que explican hoy la caída al fondo.
En junio de 2008, expertos del Banco de España entendían que la subida de las materias primas se inició en 2002 y tuvo diverso curso. Hasta 2006, los alimentos mostraron un crecimiento moderado, mientras que los metales y la energía crecían de manera muy significativa. Por el contrario, desde esa fecha, los alimentos emprendieron una carrera alcista, aumentando a tasas anuales del 23% frente al 19% de los metales y próximo al 24% de la energía.
"Las razones para este incremento de las materias primas son, en su mayoría, de carácter estructural y están centradas en el desajuste entre la aceleración de la demanda y la respuesta relativamente rígida de la oferta". La demanda crecía porque los países emergentes aumentaron sus exigencias sobre el consumo de todas las materias primas .
En el caso de los alimentos se justificaba con un cambio de dieta en China e India, orientados ahora a la ingesta de proteínas. En cuanto a los metales, la demanda se incrementó por la industrialización y la construcción de grandes infraestructuras. Y la energía... La energía en estos países todavía es un input incontrolado. El consumo de petróleo por unidad de producto es mucho más elevado que en los países desarrollados.
Y se cierra el círculo de las explicaciones sobre el incremento de los precios con dos observaciones más, el incremento de la demanda de productos agrícolas para fabricar carburantes fuertemente primados y los elementos especulativos del proceso: la debilidad del dólar y la necesidad de invertir en activos distintos de los financieros, por temor a que se produjera lo que en definitiva se produjo: la crisis de confianza.
Si damos la vuelta a estos argumentos, ¿qué es lo que ha ocurrido? Que el dólar se ha apreciado, que la crisis se ha cebado también en los países emergentes y ya no van a crecer a sus tasas de los últimos años; el petróleo recuperó su atractivo frente a los carburantes verdes ( ha bajado el 22 por ciento en la última semana); la industria, -el automóvil es el caso más relevante-, se viene abajo y no demanda metales, acero y aluminio; la construcción se frena y tumba los pedidos de cemento, productos acero y cobre... Lo mismo que hace unos meses, pero justo al revés.
Vidas paralelas
Uno de los cambios más significativos en las materias primas es la conexión creciente entre los productos agroalimentarios y los energéticos. Por un lado, la demanda de maíz, colza, caña de azúcar, etcétera, por parte de la industria de biocarburantes es muy intensa. Un tercio del maíz en Estados Unidos se está destinando a la producción de energía, incentivado por cuantiosos subsidios y por los impuestos a las importaciones de etanol de caña.
Por otro lado, la energía cobra mucho peso en los costes de producción agraria, con crecientes insumos en fertilizantes, recolección, almacenaje y transporte, hasta el punto de acercarse al 40% en producciones como el trigo y el 20% en la soja. Con estas conexiones de consumo, lógicamente se acaban imponiendo un paralelismo en los precios. El hecho es que, desde los picos de los meses centrales del año hasta finales de noviembre, las caídas de precios bordean el 60% en el caso del petróleo y el cobre y en torno al 40% para los granos, como el maíz, el trigo y la soja.
El índice de precios de los alimentos, con referencia 100 en el 2000, que elabora el Banco de España, se situaba en noviembre en 178,9 puntos, frente a los 225,7 que señalaba al comenzar este año. En el pico de junio marcó la cota de 266,2, es decir, subió 40 puntos para luego bajar 87,3 puntos.
El curso declinante de los alimentos es tan preocupante como espectacular por su volatilidad. El trigo ha pasado de un máximo de 1.264 dólares el 12 de marzo a 475 1/2 el pasado viernes, es decir, una caída del 72,4%. El maíz tampoco ha evolucionado en positivo. De un máximo cobrado en el mes de junio de 805 dólares, ha caído el 5 de diciembre hasta 309 1/4, o lo que es lo mismo, el 62,6% menos.
Otro grano estratégico por su importancia alimentaria e industrial es la soja, que alcanzó su máximo anual el 3 de julio, cotizando a 1.649 1/4 dólares y ha caído el viernes último hasta 787 1/4, lo que representa una pérdida en cuatro meses del 52,5%. En todos los casos mencionados hay que señalar que el cierre del último viernes coincide con el mínimo anual, lo que no alienta una mejora de los precios en el inmediato futuro.
Los metales han hecho un recorrido similar, aunque partiendo de un índice más elevado, los 254,6 puntos en enero. La subida ininterrumpida hasta julio lo elevó 32,1 puntos para descender luego en cuatro meses al nivel de 151,4, es decir, 103,2 puntos de caída respecto de enero.
El cobre también tuvo su momento culminante en el mes de julio, con una cotización de 398,55 dólares. Al cierre de la semana pasada, la cotización se movía en los 139,95 dólares, lo que viene a representar una caída del 64,9 por ciento.
El aluminio, por su parte, desde sus máximos de julio, en los que frisó los 3.381,50 dólares, se ha precipitado hasta 1.593,50, lo que se traduce en una pérdida de valor del 52,9%.
Y por mostrar una materia prima refugio de la inversión en los momentos de mayor perturbación financiera, el oro también ha caído durante los once primeros meses del año, aunque las diferencias son mayores si se miden en dólares onza ( ha pasado de 889, 6 a 760,9, o sea el 14,5%) que en euros, expresión en la que sólo ha perdido el 1,2%.
Objetivo: estabilidad
La proyección que hacen los expertos apunta a una estabilización paulatina y una recuperación subsiguiente de los precios, en tanto que China, India y otros países emergentes, a pesar de las dificultades actuales, mantendrán tasas de crecimiento relativamente altas merced a los planes que han instrumentado para mantener la economía. También debe de influir en el mercado la actitud de los países productores.
Lo previsible es que reaccionen moderando la oferta si sus respectivos ingresos fiscales y los compromisos políticos se lo permiten. Un elemento que hace diferente esta crisis de algunas de las precedentes es la relativa estabilidad de los países latinoamericanos, aunque los regímenes populistas parecen dispuestos a agotar todos los recursos obtenidos en los últimos años de crecimiento de los precios de sus respectivas producciones de primeras materias .
Dadas las interrelaciones mencionadas, la reunión de la OPEP el 17 de diciembre marcará el curso inmediato de los precios energéticos y los alimentarios.