Economía

Balkrishna Doshi: el Pritzker que nunca se concedió a Le Corbusier

Balkrishna Doshi. Photo courtesy of VSF and the Pritzker Architecture Prize.

En 1951, un joven indio de 24 años, arquitecto recién licenciado en la Sir J.J. School of Architecture de Bombay, llamó a la puerta del estudio parisino de Charles-Édouard Jeanneret "Le Corbusier". El maestro suizo aceptó al joven como uno de sus ayudantes, quién sabe si por su valía, por sus recomendaciones, o porque, en ese preciso momento, Le Corbusier comenzaba a trabajar en la que sería su obra más ambiciosa: el proyecto completo de la ciudad de Chandigarh, futura capital del Punjab, creada tras la independencia de la India en 1947. Pritzker price image book (PDF)

Sesenta y siete años después, exactamente el pasado 7 de marzo, la Fundación Hyatt concedió el premio Pritzker a Balkrishna Doshi, entre otras razones, por "ser capaz de interpretar la arquitectura y transformarla en obras construidas que respeten la cultura oriental mientras mejoran la calidad de vida en la India. Su enfoque ético y personal de la arquitectura ha mejorado las vidas de todas las clases socioeconómicas en un amplio espectro de géneros desde la década de los 50". En su respuesta de agradecimiento, Dolshi dijo: "(...) Le debo este prestigioso premio a mi gurú, Le Corbusier. Sus enseñanzas me llevaron a cuestionar mi identidad y me obligaron a descubrir una nueva expresión contemporánea adoptada regionalmente para un hábitat holístico sostenible (...)".

Sangath Architect's Studio. Photo courtesy of VSF and the Pritzker Architecture Prize

Sí, lo han adivinado, ese joven indio que fue a París es Balkrishna Doshi. Trabajó hasta el 54 en Francia y luego regresó a Ahmedabad, donde se encargaría de la supervisión de la obra que tanto Le Corbusier como Louis I. Kahn construían allí. En el 55 abrió su propia oficina y, en 1962, fundó la Escuela de Arquitectura de la ciudad, de la que sería director durante diez años.

Mientras, comenzó a desarrollar y construir sus propios proyectos. Edificios que ni podían ni querían escapar a la influencia de los maestros occidentales con los que Doshi había trabajado. Es imposible no ver el Monasterio de la Tourette y sus lamas de hormigón (los brise soleil de Le Corbusier) en la fachada del Instituto de Indología de Ahmedabad. Es imposible no ver parte de la Maison Jaoul en el edificio del propio estudio de Doshi. Es imposible no ver a Kahn en el hormigón del Premabhai Hall o en las maniobras de luz y sombra del Indian Institute of Management de Banagalore.

Institute of Indology. Photo courtesy of VSF and the Pritzker Architecture Prize

Incluso cuando, a partir de la década de los 70, su obra evolucionó de manera más personal y las referencias no eran tan evidentes o tan visuales, los edificios de Doshi seguían interpretando la arquitectura tal y como la había aprendido. Tal y como debería ser la mejor arquitectura posible: la que mejora la vida de todos. Las viviendas para la Life Insurance Corporation, con su precisa comprensión del color, el espacio y la luz de la India, que es lo modela la forma de vivir en la India (y en cualquier sitio). La galería de arte Amdavad ni Gufa, completamente subterránea pero iluminada mediante una serie de expresivas y delicadísimas cúpulas; se diría que no hay otra manera de iluminar arte en la India si no es entre las teselas blancas del exterior y las paredes color terracota del interior. Como afirmó Dolshi, un cuestionamiento de la identidad hacia una expresión contemporánea, regional holística y sostenible. Un todo entrelazado para habitar mejor. Un avanzar juntos, que es el significado de Sangath, el nombre de su estudio.

Le Corbusier murió en 1965. Kahn lo hizo en 1974. Los premios Pritzker no comenzaron a concederse hasta 1979 y Balkrishna Doshi es el condecorado más anciano, a sus 90 años de edad. El año pasado describí los bandazos estilísticos (y a veces ideológicos) que acompañan al Pritzker; premiados perfectamente olvidables junto a galardones sin contestación posible se han alternado sin enlace o solución de continuidad. Me pregunto si el de Doshi es el más incontestable. Si, de algún modo, la Fundación Hyatt ha honrado a la memoria del gran maestro de la arquitectura moderna. Al creador de un cosmos completo de entendimiento del mundo y el ser humano. Si el Pritzker a Doshi también es, por extensión, un premio a Le Corbusier en la figura de uno de los pocos arquitectos vivos que llegó a conocerle en profundidad.

Amdavad Ni Gufa. Photo courtesy of VSF and the Pritzker Architecture Prize

Hace unos días, el arquitecto José Ramón Hernández Correa escribía un texto donde se preguntaba cómo sería la arquitectura del siglo XXI. En un tono entre humorísitico y fatalista, debatía si el presente siglo iba a ser el de la desaparición de la disciplina, disuelta entre corrientes más palabreras que arquitectónicas. Sin embargo, al final, en un brillo de optimismo, afirmaba que la arquitectura del futuro podría "(...) combinar todo (...) al servicio del goce no solo físico sino intelectual del ser humano, y creo que la arquitectura podría ser todo lo eficiente que esperamos de ella, pero también inteligente, sincera, limpia y feliz".

Quizá la arquitectura del futuro deba ser la arquitectura de Doshi, que era la de Le Corbusier o Kahn o Mies o Aalto o Lina Bo Bardi o Alejandro de la Sota o Charles y Ray Eames. La que es atemporal. La arquitectura que, con independencia de sus parecidos aparentes, entiende que hay muchas formas pero solo una aproximación: hacer feliz a quien la habite.

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