Las decisiones en materia económica que el nuevo presidente de EEUU, Donald Trump, ha tomado en los últimos días podrían provocar una reacción por parte de China y otras potencias en forma de una guerra comercial. Al rechazo al Tratado Transpacífico (TPP), se unen otras acciones y declaraciones de intenciones de la nueva Administración Trump, como es terminar de construir el polémico muro en la frontera mexicana, financiado con un arancel del 20 por ciento a sus importaciones, que anticipan un futuro de conflictos tanto comerciales como diplomáticos.
En menos de diez días, Trump ha dado un giro de 180 grados a toda la política exterior de la primera economía del mundo, rediseñando su estrategia de alianzas comerciales y de inversión. A pesar de una enorme presión mediática y la aparición de las primeras tensiones diplomáticas con México -como la cancelación de la visita a Washington de Enrique Peña Nieto- e incluso con la ONU, la nueva Administración busca asentar el nuevo marco de relaciones empezando por el que previsiblemente será su primer gran aliado: Reino Unido.
Reino Unido y Estados Unidos son dos socios tradicionales que ahora buscan crear un área de influencia potente en el Atlántico Norte basada en el libre comercio. Mientras en Gran Bretaña se despeja el camino para empezar a pactar su salida de Europa con la Comisión Europea, su primera ministra Theresa May acude a la Casa Blanca para buscar una alianza que va mucho más allá de lo comercial. Así lo muestran las cifras de exportaciones e importaciones de los dos países: para Estados Unidos, Reino Unido supone apenas un 3 por ciento de sus exportaciones y un 2,3 por ciento de sus importaciones según el Observatorio de la Complejidad Económica del MIT.
En el caso contrario, sin embargo, Estados Unidos es el primer socio comercial de Gran Bretaña en exportaciones (con un peso sobre el total del 11 por ciento) mientras que es el cuarto en importaciones (6,7 por ciento). Por ello, solo en materia comercial, el interés de Reino Unido es máximo a la hora de llegar a un acuerdo más amplio con Trump, el cual debería absorber de forma gradual en los próximos años la gran exposición que Londres tiene en materia de comercio exterior a la Unión Europea, especialmente a los Países Bajos, Francia y, sobre todo, Alemania.
Un bloque EEUU-Reino Unido concentraría el 28,25 por ciento del PIB mundial (proporción superior si tenemos en cuenta la conservación del estatus de relaciones con Canadá), una capacidad de inversión directa exterior neta superior a los 430.000 millones de dólares, pero al mismo tiempo con uno de los déficit por cuenta corriente más altos del mundo: el desfase de las cuentas exteriores de EEUU es del 2,7 por ciento del PIB en el tercer trimestre de 2016, mientras que el de Reino Unido es el doble para el mismo período (5,2 por ciento del PIB hasta septiembre pasado).
Incluso teniendo en cuenta que el dólar siguiera siendo la moneda de reserva a nivel mundial en los próximos años, este estatus no sería suficiente para preservar la estabilidad macroeconómica de este bloque. Dos economías que recurren al ahorro externo de forma persistente y continuada en el tiempo para financiar su inversión (la tasa de ahorro nacional sobre PIB conjunta es del 31 por ciento frente a una tasa de inversión total del 38 por ciento, datos últimos cerrados de 2015) tienen aquí su talón de Aquiles: siete puntos de PIB cuya financiación pasa, sí o sí, por economías netamente ahorradoras.
Un intercambio desigual
Precisamente es aquí donde aparecen China y Alemania, los otros dos grandes jugadores en el nuevo orden mundial, incluso dando por descontada una recomposición de las relaciones con Rusia. Aunque la Administración Trump ha enterrado el TPP -señalado en multitud de ocasiones por Beijing como un acuerdo político antichino- no parece que su prioridad sea buscar un entendimiento sólido con la segunda mayor economía del mundo, que a su vez es el segundo principal tenedor extranjero de bonos del Tesoro americano con 1,04 billones de dólares a noviembre pasado. La suma de Alemania y China alcanza el 20 por ciento del PIB mundial, con una capacidad inversora neta de casi 300.000 millones.
Las tensiones comerciales, a primera vista, generarían un perjuicio para el "bloque financiador" China-Alemania, especialmente para China, cuyo peso de exportaciones a EEUU supera el 18 por ciento del total y sus importaciones un 8,8 por ciento. Mientras, las exportaciones a China suponen para EEUU casi diez puntos porcentuales menos (9,2 por ciento) y las importaciones un 20 por ciento. Este último dato muestra una balanza positiva de Estados Unidos frente a China y uno de los motores de la deslocalización de las empresas para evitar barreras comerciales y costes fiscales.
Sin embargo, la posición precisamente de prestamistas de China y Alemania (invierten el 65 por ciento del PIB y ahorran el 77, con datos de 2015) les sitúa en una posición privilegiada en el rediseño del juego mundial. Nunca antes una capacidad bruta de financiación de 12 puntos de PIB podría tener más influencia que ahora, en plena expansión china por el mundo a través de sus empresas, la internacionalización del renminbi y la conformación de acuerdos de inversión sólidos como los que el gigante asiático firma de forma bilateral en diversas partes del mundo como Europa (sobre todo Alemania, Reino Unido y ahora Italia) y Latam.