Economía

Los banqueros caen mal y no importan a nadie

Desde siempre ha existido una serie de profesiones sometidas a la indiferencia del público. Hasta ahora, los banqueros atraían pocas simpatías, aunque conservaban cierta mística; los políticos y periodistas eran aún menos respetados, y los agentes inmobiliarios se situaban a la cola de todos. Pero esta clasificación se ha visto desbaratada y hoy ningún grupo recibe mayor escarnio y desprecio que los disolutos directivos de banca.

A medida que el Gobierno se hace con una participación mayoritaria en el sistema bancario, los altos banqueros -empezando por Sir Fred Goodwin del Royal Bank of Scotland, aunque sin duda habrá más- se retiran como precio por la supervivencia de sus entidades. No lograron entender los riesgos de sus propios negocios, hacen cola para cobrar cuantiosas liquidaciones en recompensa por el fracaso y sus entidades buscan ahora el dinero de los contribuyentes para reconstruir sus mermados balances.

Del cielo al infierno

El sentimiento es transatlántico. "Es un dolor que permanecerá conmigo el resto de mi vida", se lamentaba la semana pasada Richard Fuld, presidente y consejero delegado del fallido banco de inversiones Lehman Brothers. Su aparición ante una comisión del Congreso fue más elocuente que los gruñidos monosilábicos que le valieron la fama en los negocios y el apodo de gorila, aunque no fue capaz de conmover a sus críticos.

Al hombre que admitió haber ganado 350 millones de dólares entre 2000 y 2007 en un banco cuyo futuro podría haber salvado pero que llevó obstinadamente a la ruina, no le sobra la simpatía del público.

La rapidez de la caída de Fuld ha sido brutal. En abril cometió la imprudencia de predecir que lo peor de la crisis ya había pasado y ahora es castigado como figura de la venalidad, la codicia y la incompetencia el "banquero súper rico cuya codiciosa torpeza subirá los pagos de nuestras hipotecas", según un tabloide inglés.

La irritada incomprensión la resumió de un modo más comedido el presidente de la comisión del Congreso cuando le dijo: "Usted no parece reconocer que lo haya hecho mal".

¿Es correcto odiar a los banqueros?

Desde luego, son el objetivo más obvio y, en muchos aspectos, merecido por los recientes escándalos de deshonestidad (a principios de año se descubrió que un grupo de operadores de Credit Suisse había ocultado deliberadamente las pérdidas para proteger sus bonificaciones). Los banqueros no han entendido en absoluto el negocio de la movilización de capital y a uno se le retuerce el estómago cuando piensa en banqueros implicados en conductas temerarias, sin tener en cuenta el coste del fracaso, convencidos de que, como sector, serían rescatados por el Gobierno y los bancos centrales.

Aporrear a los banqueros es una postura tan poco conflictiva que hasta la iglesia anglicana ha abandonado las ambigüedades en sus comentarios sociales. El arzobispo de Canterbury se refiere mordazmente a las "transacciones en papel sin resultado concreto aparte del beneficio para los operadores". Pero existe un trasfondo preocupante en la hostilidad a los banqueros, un sentimiento que viene de mucho antes que el estropicio financiero actual. Y es que la aversión al comercio es parte de nuestra historia y nuestra cultura.

El movimiento obrero condenó la acumulación de riquezas que producía, en palabras de Marx, "un cúmulo de miseria, el tormento del trabajo, la esclavitud, la ignorancia, el embrutecimiento y la degradación moral". Sin embargo, la imagen del depredador financiero es más potente todavía. Después de todo, el industrial fabrica algo tangible y el empresario asume riesgos.

¿Banca igual a usura?

Por eso, no hay un clamor público generalizado contra la riqueza personal y la expansión comercial de la dinastía Mittal del acero, Bill Gates o Sir Richard Branson.

Los prestamistas, por otro lado, son considerados unos parásitos incluso en una cultura que celebra el éxito económico. Existen razones de peso por las que los banqueros atraen el oprobio en la crisis actual de los créditos, pero conviene no confundirlas. La opinión de que quienes prestan dinero explotan a través de los intereses está muy extendida. Las objeciones religiosas a la usura han dado lugar a un negocio especializado en algunos bancos de inversiones occidentales de prestación de servicios financieros conforme a la ley islámica.

Sin embargo, el desarrollo de una economía global dependía del auge de los prestamistas. La ética del trabajo protestante ha desbancado al mandamiento bíblico de renunciar a las riquezas. John Wesley predicaba sobre "El uso del dinero" y alentaba a los fieles a "ganar todo lo que podamos sin dañar a nuestro prójimo".

Parte de la historia

La banca moderna se asocia por encima de todo a un nombre: la casa de Rothschild, fundada en Fráncfort por Mayer Amschel Rothschild (1743-1812). A través de cinco generaciones, el nombre de Rothschild se extendió por toda Europa, y alcanzó su punto culminante bajo la dirección de Nathan Rothschild (1840-1915). Éste defendió tres grandes causas: las finanzas internacionales, el libre comercio y el patrón oro como garantía de dinero seguro.

En las crisis bancarias de la época, Rothschild actuó estabilizando el sistema financiero de una forma bastante similar a lo que hoy intentan hacer los bancos centrales. Cuando Baring Brothers quebró tras un impago de la deuda argentina, Rothschild rescató el banco para estabilizar el sistema financiero. El alcance absoluto de las actividades de los Rothschild, que traspasaba las fronteras nacionales, provocó una feroz oposición política.

El economista liberal J.A. Hobson, a quien todavía citan ampliamente los demócratas liberales modernos, declaró en 1902 que, si la casa de Rothschild se opusiera a la guerra, ningún gobierno la resistiría, en una bonita combinación de creencias populares en el poder de las finanzas frente a los gobiernos y las tendencias belicistas de los grandes negocios.

Al otro lado del Atlántico, el inexplicable poder de los banqueros también se convirtió en un clásico de las campañas populistas. Los banqueros insistían en que el dólar necesitaba ser reforzado con oro para que Estados Unidos mantuviera su credibilidad financiera. Contra ellos, el tres veces candidato demócrata a la presidencia William Jennings Bryan denunció el estándar oro por su efecto deflacionista sobre los ingresos de los agricultores. "No crucificaréis a la humanidad en la cruz del oro", dijo.

Aun así, los banqueros, y principalmente J.P. Morgan, fueron decisivos en la resolución de la crisis de 1907 que generó la quiebra de Knickerbocker Trust Company. Aquella amenaza al sistema bancario conllevó la creación de la Junta de la Reserva Federal en 1913. Irónicamente, los banqueros centrales demostraron ser mucho menos proféticos de lo que habían sido los banqueros comerciales. Por lo general, se dio por supuesto que los banqueros fueron los villanos de la crisis financiera más grave del siglo pasado, el crack de 1929, y la Gran Depresión que la sucedió.

Charles E. Mitchell, presidente de National City Bank, tuvo que presentarse ante el subcomité del Senado estadounidense sobre banca y divisas en 1933 para contestar a las acusaciones de manipulación de títulos. Albert H. Wiggin, presidente de Chase National Bank, se enfrentó a acusaciones similares. En Gran Bretaña, el escándalo financiero más llamativo de la época fue el colapso del imperio bancario de Clarence Hatry, quien supuestamente falsificó certificados de acciones que se usaron como garantías subsidiarias en préstamos.

Los verdaderos culpables

No hay duda de que la crisis del mercado de acciones dejó a la vista algunas prácticas empresariales altamente dudosas y deshonestas, pero los daños a la economía real fueron más el resultado de una mala política que de la negligencia financiera. La Casa Blanca y la Reserva Federal estaban decididas a erradicar lo que el presidente Hoover más tarde describió como la "orgía de la especulación".

Para ello, se reforzó la política monetaria en los años treinta. En 1987 se recortaron de un tajo los tipos de interés para inundar al mercado de liquidez. Entonces la medida funcionó y se pudo evitar una recesión. En los años treinta, la política monetaria aseguró que la recesión se convirtiera en algo mucho peor y la imagen colectiva del avaro banquero se afianzó.

Los financieros venidos a menos por la avaricia son parte recurrente del paisaje económico. La crisis de la banca secundaria de 1973-74, cuando muchos bancos pequeños quebraron como resultado del colapso en los precios inmobiliarios, expuso una cultura de préstamos arriesgados y especulación tan intensa como la de hoy. En los ochenta, los grandes villanos del público fueron el arbitrajista Ivan Boesky, que cayó en desgracia cuando se demostró que había recibido información confidencial, y el vendedor de bonos basura Michael Milken, encarcelado por fraude de títulos.

Pero la crisis financiera actual es distinta porque los reguladores no se enfrentan a entidades pequeñas y sinvergüenzas individuales, sino a un fallo sistémico y siempre existe el riesgo de contagio en el sector bancario.

WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky