
Tarna es una parroquia asturiana perteneciente al concejo de Caso, a pocos kilómetros de la provincia de León. Las temperaturas en verano son suaves mientras que en invierno hace un frío de tres pares de narices y las nieves suelen moldear en blanco las faldas de la Cordillera Cantábrica, donde está enclavada. Según el censo del INE de 2016, Tarna cuenta con cien habitantes. También tiene un edificio nuevo y vacío de más de 400 m2. Ah, y por los bosques del término municipal vivía un urogallo llamado Mansín.
Parece el comienzo de una película de Wes Anderson, algo entre la fábula y el cuento contemporáneo. Lo que pasa es que, al contrario que en el cine del director texano, la historia de este pequeño pueblo no tiene un final feliz. De hecho, ni siquiera tiene (de momento) ningún final. Tampoco tiene colegio y el centro hospitalario más cercano está a casi una hora de coche. Pero el edificio de los 400 m2 vacío y sin luz costó más de 670.000 euros.
Ya que nos hemos puesto cinematográficos, hagamos un flashback para intentar explicar qué es cada cosa y cómo llegamos hasta aquí. Según parece, a principios de 2008 apareció por Tarna un urogallo. El asunto fue motivo de júbilo y alborozo porque, por un lado, el ave es especie protegida en España, y por otro, porque para ser salvaje, el animalito en cuestión se comportaba de una manera especialmente amistosa. Se dejaba acariciar y comía de la mano de los paisanos como una gallina doméstica cualquiera.
Foto: © Google
No obstante, a las autoridades del Principado no les pareció extraño el comportamiento del urogallo sino que vieron en su inesperada aparición una razón más que suficiente para dedicarle una robusta dotación cultural. No olvidemos que estamos en 2008 y la crisis todavía se llama "leve desaceleración de la economía".
Dicho y hecho, en apenas unos meses, los políticos presentaron un proyecto para la construcción del museo del urogallo en Tarna, que incluiría paneles explicativos, dioramas del ecosistema, fotografías, gráficos y un sistema de pantallas conectado con el centro de cría en cautividad de Sobrescobio para ver el comportamiento de las aves en tiempo real. Según Francisco González, entonces consejero de medio ambiente del Principado: "Un Gran Hermano del urogallo".
Muerte de un urogallo
Desgraciadamente, el 11 de julio de ese mismo 2008, Mansín apareció muerto en las calles de Tarna. La pérdida fue tan traumática que se le practicaron tres autopsias sin terminar de esclarecer si el fallecimiento de la gallinácea se debió a causas naturales o sobrevenidas. Sea como fuere, no crean que el luctuoso suceso paralizó el proyecto, que va.
En marzo de 2009, de forma tan inopinada como lo había hecho el difunto Mansín, aparecieron por Tarna un par de retroexcavadoras que procedieron a derribar el antiguo edificio de las escuelas, ante el cabreo y la férrea oposición de la ciudadanía local. Tal fue así que hasta tuvieron que intervenir las fuerzas del orden para poder completar la demolición.
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Un año después se inauguraba con orgullosa pompa la flamante "Casa del Urogallo", un pastiche arquitectónico entre lo rústico y lo que la gente cree que es moderno pero que solo se limita a poner aplacados de piedra y ventanas de proporciones exageradas. En definitiva, un edificio más feo que Picio, pero nuevecito y reluciente. Tan nuevo que por no tener, no tenía ni suministro eléctrico.
Volvamos al presente y veamos cómo está la cosa (y la casa). Pues igual, está exactamente igual. Si circulan por la AS-117 entre Langreo y el Puerto de Tarna, se encontrarán con el mismo edificio vacío aunque mucho menos reluciente, que han pasado más de seis años y el mantenimiento de un edificio sin uso cuesta un dinero difícil de justificar.
Fondos europeos al retrete
A tenor de los 500.000 euros que provinieron de fondos europeos, se diría que mucho más difícil de justificar que la construcción de un museo dedicado a un ave protegida. Además, que mejor que construirlo en esa zona donde se ve que hay urogallos salvajes.
Claro que los habitantes de Tarna nunca se tragaron del todo la teoría de la aparición milagrosa. Para ellos no había más que juntar las piezas: si para que llegue la pasta de la Unión Europea hay que acreditar la idoneidad de la dotación, pues les enseñamos un urogallo autóctono y salvaje. Y si no hay ninguno a mano, pues se suelta uno domesticado. Uno tan manso tan manso que se acabó llamando Mansín.
El protagonista de esta historia, el urogallo Mansín. Foto: Eloy Alonso / Reuters