
El verano en la ciudad, ese periodo del año tan maravilloso en el que el asfalto se derrite, las terrazas se llenan y las tiendas se vacían de ventiladores, nebulizadores, climatizadores por evaporación y aparatos de aire acondicionado fijos, portátiles y mediopensionistas. Podríamos irnos a la playa y yo añadiría un montón de tópicos más, tal y como hice el año pasado, pero me llamarían plasta, y con razón. Así que nos vamos a la piscina.
A priori, las piscinas urbanas tampoco son un destino especialmente relajante. Las públicas suelen estar masificadas y las que están dentro de una urbanización suelen estar aún más masificadas, a veces hasta el punto de parecer un tazón de corn flakes rebosante de niños saltimbanquis, adolescentes hormonados y adultos semi-histéricos. Y si miramos las piscinas privadas de los chalets unifamiliares, bueno, más tranquilas son, pero también suelen ser estéticamente horribles.
Pero no todas son así, claro. Aunque la piscina como artefacto arquitectónico es un invento del siglo XX, las primeros ejemplos son muchísimo más antiguos. Algunos libros de historia colocan la primera piscina de uso exclusivamente recreacional en la localidad pakistaní de Mohenjo-daro, en el valle del río Indus. La llaman "El Gran Baño", y las ruinas datan ni más ni menos que del tercer milenio a.C. Hace cinco mil años.
Luego llegarían las termas y los baños grecorromanos y, casi veinte siglos después, con la aparición de los Juegos Olímpicos modernos y la puesta en valor del deporte como actividad saludable y beneficiosa, algunas piscinas se convertirían en piezas de arquitectura de primer orden. Tanto en el ámbito público como en el privado e incluso en el individual. Síganme y demos un paseo por algunas de las más interesantes.
Piscinas das Marés en Oporto
Fotografía: Verónica Aguilar (CC)
Da igual las veces que se nombren y que se señalen sus virtudes, las piscinas que el maestro Álvaro Siza construyó en su localidad natal en 1961, cuando solo tenía 28 años y aún no era maestro, son una de las piezas de arquitectura más bellas y emocionantes del mundo. Y habitualmente ni siquiera aparecen en las guías de Oporto. Quizá se deba a que no están exactamente en la ciudad sino a un par de kilómetros al norte, en el barrio de Leça da Palmeira de Matosinhos. Quizá porque desde el paseo marítimo pasan casi desapercibidas. Sea como fuere, la operación que hizo Siza es tan sencilla como formidable su resultado: domesticar el océano.
Como el Atlántico es un mar bravo, las autoridades le encargaron proyectar unas piscinas públicas que permitiesen el baño seguro de adultos, y sobre todo, niños. Así que Siza construyó un lugar que no es ni urbano ni natural, un espacio a medio camino donde los vasos de la piscina se conforman en parte con hormigón y en parte con las rocas preexistentes, abrazando de esta manera un trozo de océano controlado y amable.
Arena Badeschiff en Berlín
Fotografía: © Arena Club Berlin
Se diría que el proyecto que en 2004 construyó el extinto estudio canario AMP junto a la artista berlinesa Susanne Lorenz responde a un planteamiento similar al de Siza en Oporto. En este caso, separar un trozo del río y regalárselo a los bañistas de la capital alemana. Como las piscinas debían adecuarse a un concurso general para revitalizar la orilla industrial del Spree, los creadores decidieron que el vaso de la piscina no se "construiría" sino que sería el casco restaurado de una vieja embarcación fluvial hundida. Lo llenaron de agua depurada y lo anclaron al lecho del río.
El Arena Badeschiff forma parte de unas instalaciones que incluyen salas de exposiciones, de conciertos y locales de ocio y, aunque solo están abiertas en verano, gracias a sus cubiertas plásticas desmontables permiten el baño incluso por la noche, cuando la temperatura baja considerablemente, y más en Centroeuropa.
Les Bains des Docks en Le Havre

Fotografía: © Atelier Jean Nouvel
Construidas en 2008 por el estudio de Jean Nouvel, Los Baños de los Muelles también responden al propósito de revalorizar un área industrial, en este caso la zona portuaria de la desembocadura del Sena en Le Havre. El edificio, destinado a termas y baños públicos se formaliza en una piel exterior gris y sobria, bajo la cual se esconde una macla de espacios que penetran y se interpenetran unos con otros, y donde los destellos del agua se multiplican reflejados en las superficies de gresite blanco, contrastando con la multicolor sala de descanso.
Naturbad en Riehen, Suiza
Fotografía: Cortesía Herzog & De Meuron Basel.
Cuando uno piensa en la obra de un premio Pritzker, imagina edificios espectaculares e instalaciones deslumbrantes y, de hecho, Jacques Herzog y Pierre De Meuron tienen unas cuantas construcciones de ese tipo. Sin embargo, cuando te acercas a las piscinas seminaturales de Riehen, junto a Basilea, lo que ves es un modesto edificio de madera rodeando un lago de forma más o menos irregular. No hay rastro de espectacularidad ni de deslumbramiento. Lo que sí hay es arquitectura, y de la mejor.
La operación de los arquitectos suizos no tiene que ver con su fulgor personal sino con el entendimiento del programa y del entorno. Así, al estar construida en el centro de Europa, la piscina no se parece a las típicas instalaciones costeras con fondo azul, sino a los lagos del interior.
Además, emplea un sistema biológico natural de filtrado del agua, sin usar cloros ni ningún otro producto químico sintetizado. El resultado es una instalación pequeña y equilibrada, que se mira en los tradicionales Badi, piscinas de madera que salpican las orillas del cercano Rin. Porque la mejor arquitectura no es siempre la más visible, pero siempre es la más adecuada.
Termas en Vals
Fotografía: Micha L. Rieser (CC)
El quinto premio Pritzker y el segundo suizo de nuestra lista, Peter Zumthor ha caracterizado su arquitectura por el contacto más sensorial con el usuario. Gracias a los recorridos, a la luz y sobre todo a los materiales de sus obras. Desde las maderas ásperas de la capilla del Hermano Klaus hasta el vidrio terso y traslúcido del museo Kunsthaus en Bregenz.
En 1996 se encargó del proyecto de unas termas en la localidad alpina de Vals y, como el clima es efectivamente alpino, la respuesta no estaría completamente al aire libre sino que el edificio se planteó como una cueva semienterrada. Sin embargo, no es la imitación de una cueva porque no es natural; es una serie de volúmenes perfecta y conscientemente artificial, delimitado por planos ortogonales de piedra negra.
Allí, el agua reposa libremente y se cuela casi sin solución de continuidad desde los interiores más oscuros hasta las plataformas exteriores. Cabe señalar que los vasos están, lógicamente, climatizados porque, por muy bonitas que sean las vistas y muy especial que sea el edificio, no es plan de sufrir hipotermias coronarias. Si es que existe esa dolencia que me acabo de inventar.
La Muralla Roja en Calpe
Fotografía: © Ricardo Bofill Taller de Arquitectura.
Quizá recuerden que, hace años, pululaba por las televisiones patrias un caballero llamado Ricardo Bofill Jr, a la sazón marido de Chabeli Iglesias y pretendido arquitecto. Lo que a lo mejor no saben es que tan insigne señor era hijo de Ricardo Bofill, arquitecto de verdad y uno de los talentos más vigorosos de la arquitectura española durante la década de los 70. Luego llegarían los 80, el posmodernismo y el dinero de Miterrand, Bofill se iría a Francia y sus obras se convertirían en una magnífica colección de horteradas.
De 1973 es el edificio de apartamentos llamado La Muralla Roja, en la localidad alicantina de Calpe. Como una casbah árabe, pero ortogonal y tridimensional, los patios y los volúmenes se intersecan a distintas alturas conformando una estructura espacial abierta y esponjosa. Al contrario que en la mayoría de urbanizaciones costeras del levante peninsular, La Muralla Roja no mira al mar sino que se mira a sí misma.
En la planta baja, no hay ningún jardín con ninguna piscina ni ninguna pista de tenis; todos los espacios compartidos se reparten en el propio entramado del edificio y, cuando se necesita el sol, se acercan lo más posible a él. Por eso es en la cubierta donde se abren las terrazas y donde ondea el agua de una piscina cruciforme que no necesita ningún artificio para conectar a los bañistas con el azul del cielo y el azul del Mediterráneo.