El aumento del consumo, con un peso del 66% en su riqueza, alienta el cambio de modelo del gigante
En esta semana de celebraciones con motivo del Año Nuevo Lunar, la economía de China experimenta un impulso positivo, tanto por motivos estacionales como por las perspectivas de cara a los próximos años. La reducción de las tasas de crecimiento económico, derivada del cambio estructural en que China está inmersa, no es un factor de preocupación para los agentes económicos nacionales, sino que supone la constatación de una nueva realidad: una economía basada en el consumo no necesita crecer a tasas de dos dígitos, como sí lo hizo China durante más de dos décadas. En este sentido, las previsiones de crecimiento para China en los próximos años se sitúan entre el 6,5 y el 7 por ciento, con más probabilidad de que se encuentre por el rango bajo del intervalo que por el alto. Ciertamente, la reducción de sus tasas de crecimiento parece ?echar más leña al fuego? a la desaceleración de la economía mundial y con todas las incertidumbres que pesan sobre ella. A pesar de esto, la contribución de China al crecimiento mundial sigue creciendo de forma estable en torno a 1,15 puntos frente a los 0,5 que aportaba a principios de los 2000.
Ralentización mundial
Dicho de otra forma: menores tasas de crecimiento no implican menor contribución al crecimiento de la economía mundial. Al fin y a la postre, el otro factor que determina la contribución al crecimiento (el peso de China sobre el PIB mundial) sigue al alza y se encuentra ya por encima del 16,7 por ciento del PIB global. Por ello, las menores tasas de crecimiento del PIB chino no pueden tomarse como excusa a la hora de analizar el por qué de la ralentización de la economía mundial, más relacionada con el desplome ?emergente? que con una ?debilidad? de China.
La expansión del consumo, con un peso sobre el PIB chino superior al 66 por ciento, está generando poderosos encadenamientos, tanto hacia delante como hacia atrás. En este sentido, los encadenamientos hacia atrás están permitiendo que muchos proveedores del sector industrial se puedan ?reciclar? y, por tanto, hacerles un poco más sencilla la transición hacia el nuevo modelo económico. Al mismo tiempo, los encadenamientos hacia delante están estimulando la inversión en aquellos bienes y servicios de más alto valor añadido, principalmente en química, telecomunicaciones o servicios logísticos.
Ciertamente, la apuesta por productos y servicios más elaborados y sofisticados es la que domina la expansión internacional de las empresas chinas, uno de los grandes objetivos que se consolidarán en la próxima reunión de la Asamblea Nacional Popular a principios de marzo. Ejemplos como la compra de una de las industrias químicas más innovadoras a nivel mundial (Syngenta) por parte de ChemChina (43.000 millones de dólares en efectivo, nada de canje de acciones), muestran el interés por parte de China por avanzar en los segmentos más complejos, tecnológicamente hablando, de la cadena de producción y distribución de materias primas.
La nueva clase media
De esta forma, el tejido productivo chino no sólo está generando riqueza dentro, sino también fuera del país. Aparte de esta tendencia hacia una mayor especialización, la deslocalización productiva tiene como motor originario un encarecimiento extraordinario de los costes laborales en términos reales. La mejora de las condiciones de vida y la creación de una clase media modestamente acomodada, ha provocado presiones al alza sobre los salarios y crecimientos de la renta disponible superiores al avance del PIB (8,9 por ciento en 2015).
Una sociedad con más recursos y con población joven que seguirá creciendo después de la eliminación de la ?política del hijo único?, asegura un crecimiento acelerado del consumo apoyado por la mejora de las expectativas, estabilidad en la política fiscal (los impuestos son moderados, mientras el gasto público sigue creciendo para reestructurar el sector público empresarial) o incrementos de la riqueza (vivienda en propiedad o inversión en activos financieros). A ello se añade el abaratamiento del crédito, haciendo circular más dinero en el mercado para amortiguar las consecuencias del cambio de modelo.
Esta conducta es la que puede denominarse como ?palo y zanahoria?. Si por algo se destaca China es por la ausencia de cambios traumáticos para no repetir errores como la transición política y económica que se produjo en Rusia tras la caída del Muro de Berlín. Para evitar revueltas y problemas institucionales, el Gobierno chino pone encima de la mesa el ?palo? con sucesos como el desplome de las cotizaciones en Bolsa o la paralización de las industrias de carbón; pero a la vez aplica una ?zanahoria? o compensación como la devaluación del yuan para dar oxígeno a los exportadores.
Sin embargo, la devaluación de la divisa china no tiene como objetivo primario lanzar productos chinos más baratos a los mercados externos. Por un lado, el objetivo de corto plazo es lograr una mejora del saldo comercial con una caída en las importaciones superior a la de las exportaciones y, de esta forma, conseguir una contribución positiva del sector exterior al crecimiento del PIB. Con las importaciones cayendo a un ritmo del 15 por ciento y las exportaciones de un 3 por ciento al cierre de 2015, la mayor elasticidad de las exportaciones con respecto al tipo de cambio ha logrado un impulso sobre el saldo comercial, situándolo por encima del medio billón de dólares corrientes.
Caída de las reservas
Por otro lado, se sitúa el objetivo de largo plazo y éste es unificar los dos tipos de cambio del yuan (el que cotiza dentro de China y el que lo hace fuera) para liberalizar por completo la balanza de capital. Mientras que se produce este ajuste, las empresas chinas que se expanden por el mundo, tienen que acudir a mecanismos oficiales para cambiar yuanes por dólares o euros, provocando una caída significativa del volumen de reservas internacionales en el Banco Central (PBOC).
La salida de casi 800.000 millones de las reservas suele identificarse como un signo de desconfianza pero hay un motivo más profundo: la demanda de divisa extranjera por parte de las compañías chinas (la inversión directa exterior de China se ha incrementado un 6,4 por ciento sólo en 2015 hasta alcanzar los 126.270 millones de dólares). La existencia de una balanza de capital intervenid, hace que el ajuste de los tipos de interés entre China y el extranjero, se haga de forma gradual vía devaluación del yuan y recolocación de los capitales invertidos por los extranjeros.
Una economía que pasara por dificultades severas no podría permitirse el lujo de invertir más de 100.000 millones en el extranjero y, además, haber revitalizado el mercado de fusiones y adquisiciones en lugares agotados y muy regulados como Europa. Es este continente el que más inversión directa ha recibido en el último año y por el que se han canalizado los flujos financieros a través de los clearing hubs o mercados de contratación y liquidación en yuanes situados en Londres y Fráncfort bajo la operativa de bancos chinos como ICBC o Bank of China.
En suma, el cambio que se puede observar, tanto en las contribuciones de los diversos agregados, como en la distribución sectorial de la economía (el peso de los servicios ya es superior al 50 por ciento del PIB) muestra una economía donde la formación bruta de capital báscula hacia industrias más ligadas al consumo, como el sector inmobiliario, el automóvil o la construcción aeronáutica. Tal especialización en la segunda mayor economía del mundo, provoca cambios sin precedentes sobre el resto, especialmente en las que dependen de China de alguna u otra forma.
En los próximos meses, la situación de China amortiguará el impacto negativo del frenazo emergente y las dudas en torno al modelo de negocio de muchos de los sectores estratégicos en las economías occidentales, como la banca. Una vez superados los ?miedos? en torno a la bolsa china (con un peso inferior al 20 por ciento del mercado de financiación nacional), el foco de atención se pone en el yuan, teniendo a uno de los bancos centrales más ?ortodoxos? del panorama actual.