
¿Les gustaría desenterrar el cadáver de su bisabuelo, embalsamarlo y después exponerlo en una vitrina en el centro del salón? Si la respuesta es sí, tengo el destino perfecto para sus próximas vacaciones: Skopie, la capital de Macedonia.
No seré yo quien ponga en tela de juicio su particular afición por la taxidermia familiar, y tampoco es que se vayan a encontrar una horda de momias caminando por las calles skopinas, pero si realmente disfrutan con la contemplación de réplicas modernas de cosas antiguas y los museos de cera ya se les han quedado cortos, Skopie es estupenda porque es un gran museo de cera arquitectónico. Y una apología de la horterada.
Con más de 2000 años de historia y una población aproximada de medio millón de habitantes, la capital macedonia inició en 2010 un proyecto que debía transformar su centro urbano y dotarle de, textualmente, "un aspecto arquitectónico más clásico". Voy a repetir los conceptos para que quede claro lo absurdo del tema: un aspecto arquitectónico más clásico en 2010. Hace cinco años. Doscientos años después de que desapareciese el neoclasicismo.
El proyecto se llamó Skopje 2014 y fue impulsado por el partido conservador VMRO-DPMNE, entonces en el gobierno, con una fuerte oposición de los arquitectos macedonios que acusaban a la propuesta de glorificar un nacionalismo kitsch. En realidad tienen razón, y no solo en los edificios que se acabaron construyendo, sino en el propio planteamiento inicial, porque la explicación que daba el gobierno apelaba a componentes más ideológicos que arquitectónicos o urbanísticos.
Museo de la Lucha. Raso (CC)
Y me explico: el 26 de julio de 1963, un fuerte terremoto destruyó casi el 80% de la ciudad, provocando más de 1.000 muertos, entre 3.000 y 4.000 heridos y dejando sin hogar a unas 200.000 personas. El seísmo también redujo a escombros gran parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad, esencialmente neoclásico, bizantino y neobizantino.
En esa época, Macedonia formaba parte de la República Federativa Socialista de Yugoslavia y, como su propio nombre indica, el gobierno era socialista. De hecho, Yugoslavia era básicamente un país satélite de la Unión Soviética como la mayoría de los situados en el lado este del Telón de Acero. Así pues, la reconstrucción de Skopie se llevó a cabo bajo la doctrina estética del funcionalismo socialista. O sea, edificios de hormigón de eficacia funcional y construcción más o menos rápida.
Por eso, cuando el VMRO-DPMNE propuso el proyecto Skopje 2014, no trataba únicamente de darle una "imagen monumental y visualmente atractiva" sino también una repuesta extraordinariamente paleta al pasado soviético. En primer lugar porque los edificios socialistas, aunque su estética no sea precisamente amable, técnicamente también son patrimonio, pero en segundo lugar, y sobre todo, porque la respuesta de una ciudad contemporánea debería ser contemporánea, no un recuerdo romántico mal entendido.
Desgraciadamente, a los políticos no les importaba demasiado la honradez histórica y ni las posibilidades de exploración arquitectónica, ellos querían columnitas clásicas y estatuas ecuestres. Y eso es lo que nos encontramos ahora al pasear por el centro de Skopie: un pastiche del pasado.
Teatro Nacional. Raso. (CC)
Un Museo de Arqueología que mezcla las columnas jónicas con el muro-cortina de vidrio. Un Museo de la Lucha Macedonia lleno de pilastras neorrománicas y neobizantinas ejecutadas con hormigón y enfoscado. Un Teatro Nacional salpicado de estatuas que sirven de pináculo a balaustradas que parecen extraídas del decorado de una película de James Ivory.
La referencia no es gratuita. La operación Skopje 2014 no ha construido una verdadera ciudad, la ha transformado en un decorado, en un atrezo falso que bien podría haberse hecho de cartón piedra.
Y es una pena, porque Skopie es una ciudad veloz, atractiva y realmente moderna. Una ciudad de clima agradable y firme desarrollo económico y social, que ha sabido desprenderse de su pasado soviético con gran naturalidad. Ojalá la hubiesen dejado seguir adelante con la misma el mismo proceso lógico, porque el museo de la horterada en el que han convertido su centro urbano seguramente sea muy atractivo para el turismo, pero también acaba siendo un recuerdo perenne de lo que querían olvidar.
Porque una capital debería ser un reflejo de su tiempo, no una exposición de cadáveres. Por muy bien embalsamados y maquillados que estén.