
Hubo un tiempo en el que el petróleo no asustaba. Cotizaba por debajo de los 30 dólares por barril, y eso en el caso de que la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) persiguiera el objetivo de elevar el valor del crudo mediante recortes de la producción.
De lo contrario, incluso podía caer hasta una horquilla comprendida entre los 10 y los 20 dólares. ¿Cuánto hace de eso? ¿Medio siglo, veinticinco años...? No. Basta con remontarse cinco años atrás, porque el barril Brent, que sirve de referencia en Europa, costaba 27,45 dólares el 10 de septiembre de 2001.
Pero llegó el 11-S, y con él un cambio radical en el entorno del oro negro. Los atentados llevaron consigo la semilla que ha abonado posteriormente la escalada del crudo. No es que los ataques de Al Qaeda hayan sido los únicos culpables de ese encarecimiento, ya que el fuerte crecimiento mundial de los tres últimos años y, sobre todo, el progresivo apetito energético de Asia también han aportado lo suyo al disparar la demanda de crudo.
También ha sido clave la insuficiente infraestructura existente, puesto que los bajos precios marcados entre 1992 y 1999 desincentivaron las inversiones. Así, cuando la demanda ha crecido, la oferta se ha visto sin argumentos para responder con prontitud. Sin embargo, lo acontecido en el World Trade Center y el Pentágono prendió la mecha por la crisis geopolítica que desencadenó.
Incertidumbre
Eso sí, en un primer momento su cotización fue presa de la inestabilidad. La reacción más inmediata, la del 11 de septiembre, estuvo movida por el pánico, y el Brent se disparó casi un 6 por ciento, hasta los 29,06 dólares.
Pero no se trató más que de una respuesta impulsiva. A partir de entonces, se adentró en una fase de fuerte debilidad. "Tras las ganancias iniciales, los precios del petróleo bajaron por las preocupaciones sobre la economía y la demanda de crudo", aseguraba en su informe mensual de octubre la Agencia Internacional de la Energía (AIE). Así, en las seis jornadas que transcurrieron entre el 17 y el 24 de septiembre, la cotización del Brent se desplomó un 25,2 por ciento.
Este declive se prolongó durante dos meses más. Como escribió el profesor Enrique Parra, tras el 11-S "un nuevo ciclo se inicia: las malas perspectivas económicas debilitan la demanda y el crudo cae por debajo de los 17 dólares por barril. Hasta que en noviembre de 2001 la OPEP acuerda reducir la oferta". En efecto, los precios se hundieron hasta que medió dicha organización. A mediados de noviembre, y en una decisión sin precedentes, la OPEP supeditó un recorte de la producción de 1,5 millones de barriles diarios a partir de enero de 2002 si los productores independientes, como Noruega o Rusia, accedían reducir su capacidad en medio millón de barriles adicionales. Tras algunas reticencias rusas, la OPEP sacó adelante su plan, y la cotización del crudo volvió a tomar impulso en el transcurso de 2002.
Tambores de guerra
De hecho, a finales de ese año superó de nuevo los 30 dólares, algo que no ocurría desde finales de 2000. Tras este nuevo estirón comenzaba a emerger la figura de China, que ya iba incrementando su demanda de petróleo.
Pero había otro motivo, puesto que empezaban a resonar ya los tambores de la guerra que iba a comenzar en la primavera del año siguiente. Como recoge Michael T. Klare en su libro Sangre y petróleo, "al poco tiempo [del 11-S], el presidente Bush y sus lugartenientes empezaron a hablar de la guerra contra Irak, lo que planteaba una vez más la cuestión del petróleo como factor de la política exterior estadounidense".
En efecto, la cruzada antiterrorista en la que se sumió Estados Unidos fue quemando etapas hasta que el 20 de marzo de 2003 estalló la Guerra de Irak. En ese momento se abrió una etapa de inestabilidad para el petróleo, que se vio situado de nuevo en medio de un conflicto bélico.
Pese a la rapidez con la que se desarrolló éste, el crudo se introdujo en mayo una fase alcista que se debió, entre otros motivos, "al lento retorno de la producción iraquí", según reconocía la AIE. Lo que no se podía adivinar entonces era que el constante ascenso del oro negro aquel mes no iba a ser más que el punto de partida de un ciclo de petróleo caro que aún sigue vigente.
Desde ese momento, y de manera constante, el crudo se ha mostrado imparable. Dejó atrás la cota de los 40 dólares a mediados de 2004; la de los 50, a comienzos de 2005; la de los 60, en agosto de ese mismo año; y ya en 2006 se ha encaramado a la de los 70 dólares e incluso a principios de agosto amenazó con romper la barrera de los 80 dólares. Nunca antes, desde que su cotización es recogida en los mercados, había registrado unos precios tan altos como los actuales.
Esta escalada ha tenido sus correspondientes impactos en la económica mundial. Ha generado tensiones inflacionistas y figura en la raíz de varios de los problemas más acuciantes, como el histórico déficit comercial de Estados Unidos, que en buena parte se debe al aumento del precio del petróleo. Sin embargo, los países se han acostumbrado a convivir con un petróleo así. De hecho, en los dos últimos años ha presentado sus mayores tasas de crecimiento de las tres últimas décadas. También las empresas han mostrado la cintura precisa para capear con solvencia y buenos resultados el encarecimiento de una materia prima básica.
Ahora bien, nadie canta victoria. Menos aún cuando hay voces que no descartan que el petróleo se dispare incluso hasta los 100 dólares, algo que tendría unas consecuencias imprevisibles. Pero son conjeturas. Lo que sí es más evidente es que los tiempos del petróleo barato quedaron atrás.