
El ministro del Tesoro británico ultima la resolución de una de las incógnitas más complicadas antes de centrarse en la preparación de las generales. George Osborne presenta este miércoles el Discurso de Otoño, un proyecto presupuestario para adaptar la gestión gubernamental a la realidad económica y que este año aparece lleno de trampas.
Aunque la OCDE sitúa a Londres como la potencia del G-7 con el mayor grado de crecimiento, la decepcionante evolución del déficit amenaza con hacer descarrilar los planes de acabar con el agujero presupuestario en 2018. Pese a que suena que uno de los conejos en la chistera del discurso será una ley que dé rango normativo a este compromiso, ingresos fiscales notablemente peores de lo estimado cuestionan la viabilidad de los planes sin un arriesgado endurecimiento de la austeridad.
Los datos macroeconómicos otorgan una importante munición a Osborne: el paro sigue en caída libre, la inflación está controlada, los sueldos, al fin, comienzan a crecer marginalmente en términos reales, la inversión empresarial aumenta, aunque relativamente, y el gasto del consumidor se muestra tan animado como se espera del motor de la economía. Sin embargo, la realidad evidencia un panorama de matices que obligarán al próximo Ejecutivo, independientemente de su color, a afilar todavía más una tijera que todavía debe completar más de la mitad de los recortes previstos para poner en orden las finanzas británicas. Todo ello, a partir del compromiso de cumplir objetivos sin elevar impuestos, lo que deja todo el peso de los ajustes sobre los dolorosos recortes de gasto.
Ningún partido está interesado en presentar abiertamente la magnitud de la austeridad que queda todavía para un votante a cuya confianza apelarán en menos de seis meses. Tras una legislatura reivindicando la inevitabilidad de su medicina, los conservadores tienen difícil justificar por qué una economía en fortalecimiento progresivo sigue demandando severos sacrificios de la ciudadanía. La realidad, no obstante, obliga a los dos partidos con posibilidades reales de situar a su hombre en Downing Street a mantener la honestidad ante los británicos y el pulso ante los mercados.
La debilidad de la Eurozona, plaza de referencia de las exportaciones británicas, está afectando a las ventas al exterior y, con ello, al progreso en casa. La semana pasada, la confirmación oficial de la viciosa dependencia del consumo de los hogares ha reabierto el debate sobre la amplitud de la recuperación.
Si el Gobierno se había comprometido a reequilibrarla mediante el aumento del protagonismo de los demás sectores, la Oficina de Estadística ha evidenciado cómo la inversión empresarial sigue renqueando: donde los analistas esperaban un crecimiento del 9,7 por ciento, las tozudas cifras oficiales dan cuenta de un 6,3 por ciento. No en vano, si hace menos de dos años Osborne se había comprometido a duplicar el objetivo de las exportaciones en 2020, hasta dejarlas en el billón de libras, según las Cámaras de Comercio Británicas, el final de 2014 es suficiente para saber que el reto es imposible.
De ahí que Osborne esté obligado a arrojar credibilidad sobre su plan económico mediante el blindaje de su principal objetivo para la Legislatura: la lucha contra el déficit. El Discurso de Otoño es la ocasión perfecta para anunciar un severo recorte del gasto ministerial, puesto que, a pesar de la austeridad, el gasto público ha aumentado un 2,3 por ciento.
Los recortes que serán necesarios
Es improbable que Osborne aclare el miércoles cómo acabará con el déficit en 2018. De momento, tras las elecciones serán necesarios 47.000 millones en recortes, de los que 12.000 vendrán de tijeretazos en Bienestar. Por si fuera poco, el conservador David Cameron, anunció 7.000 millones en bajadas fiscales, una promesa que tendría que explicar en la Revisión de Gasto que el próximo Gobierno, independientemente de su color, deberá presentar a principio de Legislatura.