
El epicentro de la desaceleración de la UE es el agotamiento del modelo exportador alemán. Los expertos piden al BCE compras de deuda y a Berlín que aliente la inversión y la expansión fiscal.
El frenazo europeo es un hecho, pero no la inminencia de una nueva recesión. Ésta se podrá esquivar si el presidente del BCE, Mario Draghi, pasa de las palabras a los hechos y compra deuda y si la canciller alemana, Angela Merkel, se aviene a hacer concesiones en su estrategia de rigor presupuestario tales como un permiso a expansiones fiscales de los países que sufren desgaste presupuestario y un aliento a programas de inversión productiva. Son las conclusiones de los expertos consultados por elEconomista y también las líneas que recomiendan organismos internacionales que, como el Fondo Monetario Internacional, han alertado sobre un serio riesgo de recaída europea.
Las principales economías de la eurozona frenan. Alemania e Italia registran retrocesos y Francia está estancada. No así España, que empieza a recoger los frutos de las reformas y ajustes.
El epicentro del parón económico es, en estos momentos, Alemania, precisamente la economía que ha capitaneado la férrea estrategia anticrisis desplegada por el entramado institucional de Bruselas. El modelo exportador germano muestra signos de agotamiento, según los expertos, amén de sufrir un grave perjuicio por el conflicto ruso-ucraniano. El profesor emérito de la Universidad de Colonia Juergen B. Donges destaca el impacto negativo de las sanciones cruzadas entre Rusia y la UE: "El mercado ruso es muy importante para los exportadores alemanes de alta gama y de bienes de equipo de tecnología avanzada". El deterioro de la situación, explica, ha minado la confianza de las empresas, algo que se une a la complicada coyuntura en Francia e Italia, mercados cruciales para Alemania. Como ejemplifica el economista Juan Ramón Caridad, si asimilamos Europa a un régimen de gananciales, queda claro que el debilitamiento de uno de sus miembros afecta a la economía de todos los socios.
En este contexto, y tras más de un lustro de crisis, sustos en los mercados y vaivenes geopolíticos, algunos países -principalmente Francia e Italia- empiezan a acusar la fatiga de los esfuerzos -en el caso de ambas, bastante estériles- de ajuste presupuestario. Por ello, se revuelven contra el binomio Bruselas-Berlín y abogan por relajar el plazo de reducción de los déficit y así ganar pulmón para tomar medidas de impulso al crecimiento.
París y Roma hacen esta apuesta justo en un momento en el que las proyecciones económicas a la baja no brindan a Berlín el fuste de antaño para mantener el enroque en la sacrosanta reducción del déficit como única vía para vencer el tercer coletazo de la grave crisis económica europea.
Mientras, el colmillo de los mercados ha vuelto a brillar ante la posible salida anticipada de Grecia del programa de rescate y ante la proximidad de los test de estrés a la banca europea. Un aviso de que los inversores no perdonan. Máxime cuando relajaron su acecho ante anuncios del presidente del BCE, Mario Draghi, que no terminan de materializarse en actos. La clave ahora es cuánto tiempo se pueden creer los mercados una promesa cada vez más lejana en el tiempo, cuya semilla plantó en julio de 2012 el banquero italiano con sede en Fráncfort, en su famoso "haré todo lo necesario para salvar el euro".
Ese "todo lo necesario" consiste para el profesor del IEB Miguel Ángel Bernal no sólo en una expansión monetaria, sino en llevarla a cabo en adecuada combinación con otras políticas, como sí hizo la Reserva Federal estadounidense, que acompañó sus rondas de QE (flexibilización cuantitativa) de una expansión fiscal concretada en reducción de impuestos que convivieron con la reconducción del déficit y de un exhaustivo saneamiento de los bancos. Algo que no se ha hecho en Europa, indica el experto, quien ubica en el 70 por ciento el riesgo de que Europa caiga en recesión.
Además, tanto Bernal como otros expertos consultados por elEconomista recomiendan en este punto apostar por la inversión productiva. El plan de 300.000 millones del futuro presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, está en un limbo. El entramado comunitario ignora aún cómo insuflarle dinero, y el tiempo corre. Desde Berlín no se alienta este programa, justo cuando la estrategia de inmovilismo empieza a ser menos defendible. Algo que se desprende precisamente del libro La Ilusión Alemana del presidente del Instituto de Investigación Económica DIW, Marcel Fratzscher: Berlín no puede mantener las mismas recetas para nuevos problemas, coyunturas y desafíos.