Economía

Análisis | De la convicción de Felipe VI al 'shock' mental de Madina

La proclamación del rey Felipe VI ha copado la atención informativa de una semana cargada de la suficiente intensidad como para anular la mudanza que se anuncia en el seno del Partido Socialista.

Este jueves, y desde donde emana la soberanía popular, desde las Cortes Generales, el nuevo monarca se comprometió a respetar y hacerse respetar en su papel de arbitraje y moderador. Felipe VI ponderó su neutralidad política, su vocación integradora, la contribución que él puede tener en la estabilidad del sistema político, y el deseo de remozar unas instituciones que han perdido la confianza de la sociedad. "Los españoles -dijo- y especialmente los hombres y mujeres de mi generación, Señorías, aspiramos a revitalizar nuestras instituciones, a reafirmar nuestras acciones, la primacía de los intereses generales y a fortalecer nuestra cultura democrática".

En ese marco solemne las palabras de Felipe VI sonaban a algo inédito, a esa "monarquía nueva para un tiempo nuevo" como exhortó desde la tribuna. A una diatriba distinta, que en el fondo apenas se distingue de cualquiera de los distintos alegatos pronunciados por don Juan Carlos: la unidad de España, el respeto a la diversidad, la solidaridad entre los pueblos, el respeto a la ley, la determinación, la valentía, la visión y la responsabilidad. Todos términos, expresiones y deseos formulados en otras citas, con otro público e incluso con los mismos espectadores.

Entonces, ¿qué ha cambiado? ¿Por qué ha epatado tanto el nuevo rey en su primera intervención pública como soberano? ¿Qué tiene de novedoso e impactante?

El discurso del Rey Felipe VI fue correcto. Fiel y pegado a lo que dictan las leyes que conforman la Constitución española. Pulcro y exacto en sus temas. Epidérmico en algunos pasajes -recuérdese el homenaje a la Reina Sofía-. Con citas bien escogidas y un mensaje político claro: uniformidad, no; pero unidad de España, sí.

La presencia física, el lenguaje no verbal del Rey han sido determinantes en su exposición. Felipe VI -aunque nervioso y muy emocionado- comunica y transmite. El jueves demostró solidez y preparación. Y lo mejor de todo, manifestó liderazgo, esa capacidad escasa y necesaria para convencer y ser seguido por los demás.

El miedo escénico de Madina

El liderazgo, evidentemente no es una condición que se adquiera en un día. Felipe VI lleva años y años cultivando una faceta que le merece. Una aptitud de la que carece Eduardo Madina, aspirante a suceder al actual secretario del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba.

Esta semana ha trascendido que antes de presentar su candidatura Madina sintió en sus carnes frío y miedo escénico. A última hora decidió tirar la toalla, lo que no llegó a perpretarse gracias a la intervención de Rubalcaba, Elena Valenciano y del extremeño Fernández Vara.

El reproche a Madina no es una crítica gratuita ni tampoco personal. Si el político vasco ha sentido pánico, si en menos de una semana ha dudado entre la república y lo contrario, si ha divagado entre la conveniencia o no de la consulta, si ha entrado en shock, ¿a qué espera para admitir antes de tiempo que ésta no es su misión, ni siquiera con valedores?

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