
Tres misteriosos hombres que se empeñan en mantener el anonimato están detrás de algunas de las mayores donaciones a proyectos filantrópicos en los Estados Unidos.
Para ocultar su identidad han creado un entramado de ONGs y sociedades que las financian, una red que habría sido imposible de descrifrar si no fuese porque la agencia tributaria estadounidense (IRS) es muy estricta a la hora de identificar las donaciones.
No en vano, las aportaciones a entidades sin ánimo de lucro comportan enormes beneficios fiscales, por lo que el IRS se asegura al máximo de que las donaciones no se conviertan en un coladero par evadir impuestos.
Según cuenta Zachary R. Mider en Businesseek, levantar el velo fue complicado y tedioso -tardó varios años- pero al fin logró dar con los tres "ángeles" que lo sostienen.
Con 9.700 millones de dólares en su balance -y tras haber donado 700 millones desde el año 2000 sólo a la investigación de una cura contra la enfermedad de Huntington-, este conglomerado de ONGs es el cuarto mayor de todo Estados Unidos.
Dos matemáticos y un economista
Su volumen lo sitúa por detrás sólo de gigantes de la filantropía como la fundación del matrimonio formado por Bill y Melinda Gates, la de Ford o la Getty. Y por delante de las fundaciones Carnegie y Rockefeller.
Los tres megafilántropos levantaron su fortuna a partir de los años 90 como pioneros del trading automático, utilizando supercomputadores para detectar activos infravalorados y ejecutar millones de operaciones de forma autónoma.
Este trío amasó decenas de millones con un hedge fund hasta ahora poco conocido llamado TGS Management, que fundaron despúes de que la empresa en la que trabajaban en los años 80 se disolviese en medio de un turbio escándalo financiero.
El primero de los ángeles es Andrew Shechtel, es un superdotado de 54 años que entró en la Universidad Johns Hopkins a los 16, y que a los 19 salía con dos títulos bajo el brazo: matemáticas y economía políica.
Junto a él estaban el también matemático, David Gelbaum (65 años, ya retirado) y el economista C. Frederick Taylor, de la misma edad que Shechtel y gestor junto con él de TGS.
Todos ellos son ahora protagonistas a su pesar de esta curiosa historia, que ha creado una división clara entre quienes opinan que cualquiera -millonario o no- tiene el mismo derecho a recibir el reconocimiento público por sus buenas obras que a permanecer en la sombra, y quienes destacan que si guardan silencio es porque tienen mucho que ocultar.
Al fin y al cabo, razonan estos últimos, al ocultarse no sólo están renunciando al aplauso público, sino que también parecen estar intentando evitar que el ojo público se fije en cómo hicieron sus fortunas... y a qué las están destinando. Incluyendo, razona Mider, "aquellas donaciones con consecuencias políticas".