
Hace tan sólo un par de años, los hombres de negro eran tan temidos como Vlad el Empalador, que dio origen al relato de Drácula de Transilvania. Sus decisiones eran aceptadas por los Gobiernos de los Estados miembros como palabras santas que tenían que cumplirse por encima de la opinión de la pública, de la oposición de los trabajadores del Estado o de las clases más sensibles de la sociedad.
A día de hoy, las cosas han cambiado considerablemente. El resquebrajamiento de la unidad de los participantes en la denominada troika fue el primer síntoma. El segundo, el cansancio reformista de algunos países bajo programa, como Grecia; y el último, que una institución como la Eurocámara se disponga a aprobar una resolución que pide su desmantelamiento.
Para llevar a cabo el examen de la troika, la Comisión de Asuntos Económicos y Monetarios del Parlamento Europeo realizó la pasada semana diversas audiencias a responsables actuales y antiguos de la troika y visitas a los cuatro países rescatados: Portugal, Grecia, Chipre e Irlanda, quién salió de su programa de ajuste el pasado 15 de diciembre.
El resultado del examen final se dará a conocer el próximo abril, pero mientras tanto las decisiones que hasta ahora habían sido sacrosantas se están pasando por el tamiz de la opinión de los eurodiputados, conocidos por su insistencia y falta de diplomacia. Por ahora, la conclusión de los eurodiputados es que la tríada debe y va a desmantelarse porque es un instrumento del pasado. Las razones se basan en la ausencia de control democrático.
En este sentido, el comisario de Asuntos Económicos y vicepresidente de la CE, Olli Rehn, ha defendido lo hecho por la troika, dadas las circunstancias y urgencia de la crisis. "Hoy por hoy, la visión de todos los socios de la troika es que las funciones de la troika funcionaron bien en circunstancias difíciles", afirmó. Sin embargo, esa urgencia parece haber quedado superada y la Eurocámara exige volver al procedimiento comunitario. Según uno de los ponentes del futuro informe, Othmar Karas, "no tenemos una base legal para la troika, por lo que el escrutinio democrático europeo no se da" y las decisiones quedan en manos de los países.
En esa tesitura, el responsable del fondo de rescate permanente europeo, el alemán Klaus Regling, intentó defenderse. "Económicamente, no vi una alternativa a la estrategia de la troika, pero tampoco desde el punto de vista institucional en ese momento era posible hacer mucho más, era una situación difícil sin precedentes, no se había anticipado una crisis de esta dimensión", afirmó.
Sufrimiento para la población
Sin embargo, independientemente de las cuestiones institucionales, el examen a la troika está poniendo también de relieve que los ajustes y las medidas más duras no son sinónimo tampoco de éxito.
El caso irlandés, que ha resuelto con éxito los problemas de sus bancos tras un préstamo de 85.000 millones de euros, así lo ha dejado entrever y ahora se dispone a llevar a cabo un plan de siete años para reducir el paro hasta el 8 por ciento en 2020, desde el 12,5 actual y crecer por encima del 2 por ciento en los próximos años.
Ante las acusaciones, el alemán Regling defendió que "las alternativas a las políticas adoptadas en los países bajo programas no hubieran sido sin dolor, todo lo contrario".
En Grecia, la alternativa era una "quiebra desordenada, el colapso del país y su salida de la unión monetaria (del euro), lo que habría sido "más duro", dado que el ajuste habría tenido que ser "de la noche a la mañana y hubiera sido brutal", aseveró el responsable del fondo de rescate.
Para convencer de ello, el expresidente del BCE, Jean Claude Trichet, presentó un panorama apocalíptico. "Si los bancos centrales del mundo no hubieran sido muy audaces y muy ágiles en sus decisiones, y si los Gobiernos no hubieran sido también muy audaces y muy ágiles, habríamos tenido la peor crisis desde la Primera Guerra Mundial", aseguró el expresidente.
Según Trichet, "podíamos haber llegado a una situación peor que la crisis de 1929".
La solución a todos estos problemas, a ojos del Parlamento Europeo, es que el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) -excluyéndose, por tanto, al Fondo Monetario Internacional (FMI)- tome las riendas del asunto en vez de dejarlo todo en manos de las capitales y se aumente el control democrático.
Para los eurodiputados es necesario que haya un debate a nivel europeo sobre las condiciones que se imponen a los países con problemas, a cambio de la ayuda financiera de sus socios.