
Grandes grupos extranjeros siguen llegando a Italia para comprar las joyas del famoso made in Italy, desde la moda con los franceses de LVMH que han aumentado su colección de marcas italianas tras la adquisición Loro Piana, a la industria alimentaria (Ebro Foods acaba de hacerse con Riso Scotti).
¿Señala esto que los inversores extranjeros vuelven a confiar en Italia? No, o por lo menos no tan de repente. De hecho, el país transalpino sigue perdiendo inversiones extranjeras directas y, lo que es peor, hasta le cuesta mantener sus grandes grupos.
La escasez de capitales extranjeros en Italia tiene orígenes anteriores a la crisis de la deuda soberana. Mientras la inversión extranjera mundial disminuyó un 18% en 2012, como señala el informe sobre las inversiones en el mundo de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), Roma no ha conseguido ni siquiera seguir el ritmo de los otros países europeos.
Las trabas
En España, por ejemplo, el año pasado la inversión extranjera directa (IED) creció un 3,7%, hasta alcanzar los 21.374 millones de euros. Una cifra que se sitúa por delante de países como Alemania, Francia y de Italia que marca un descenso del 70%.
El problema es que, a parte de unos sectores claves -como la moda-, en el país transalpino es difícil hacer negocios. La incertidumbre política y normativa, la burocracia asfixiante, la presión fiscal por las nubes son los factores esctructurales que no se resuelven con la bajada de la prima de riesgo.
Según el informe Doing Business 2013 del Banco Mundial, que cada año mide la facilidad de hacer negocios en las diferentes economías del mundo, Italia sube de posición pasando del puesto 87 al puesto 73, cuando España en el mismo periodo ha bajado dos peldaños, llegando sin embargo al puesto 44.
La situación no mejora si se miran otros indicadores muy importantes para los inversores: el país está en la posición 136 en el mundo por la flexibilidad laboral y en la 116 por el tiempo necesario en cumplir con Hacienda. El Banco Mundial evidencia la insostenible carga fiscal sobre las empresas: el conjunto de impuestos llega en Italia al 68,3% del PIB, mientras en España supera apenas el 38%.
El país transalpino parece tener dos caras: de un lado la excelencia de las exportaciones que atraen inversores y del otro un entorno económico casi imposible para las empresas. El Comité de inversores exteriores de Confindustria - la patronal italiana - ha intentado hacer, junto al Boston Consulting Group, un balance de la situación.
Por un lado, destacan los puntos fuertes: Italia sigue siendo la octava potencia económica mundial, es cuarta en el mundo en cuanto a producción industrial y segunda en Europa -sólo por detrás de Alemania-. Cuenta con más de mil segmentos de excelencia industrial que son las exportan más y a menudo atraen los inversores extranjeros, gracias a una marca, el made in Italy, que sigue siendo muy cotizada.
Vuelan miles de millones
Por otro lado, sin embargo, la situación sigue deteriorándose y, según ha explicado el presidente del Comité, Giuseppe Recchi, ocurre porque no están preparado para atraer inversiones: "Hay 1.400 millones de dólares que vuelan cada año para inversiones extranjeras directas, pero Italia puede perderlos porque escasea de organización", dijo el directivo subrayando que "las transnacionales extranjeras no piden privilegios, pero no quieren vivir en la improvisación y en la incertidumbre".
Esta situación no afecta sólo a los grupos extranjeros. El problema perjudica también a las grandes empresas italianas. La cuestión más urgente es la de Fiat: el productor de coches, que está llevando a cabo su fusión con la estadounidense Chrysler, amenaza con trasferir su cuartel general de Turín a Detroit y, mientras tanto, tras la escisión de su rama agrícola e industrial (que incluye Iveco), ha desplazado la sede de la nueva sociedad (Cnh Global) a Londres.
Otro problema, junto a los vínculos para empresarios e inversores, es, finalmente, la crisis del mercado italiano. Los gigantes transalpinos facturan siempre menos en su país de origen y ponen cada vez más en duda las ventajas de mantener allí su cuartel general. El traslado a países con menores cargas fiscales (Reino Unido y Holanda entre otros) asegura mayores beneficios y, en ausencia de de Gobiernos estables, es también un remedio a la habitual incertidumbre de la política económica italiana.