El presidente de la Fed admite que las políticas de dinero fácil seguirán en un "futuro inmediato".
En un abrir y cerrar de ojos hemos experimentado la dependencia que la economía mundial ha desarrollado de la política monetaria acomodaticia y otras medidas extraordinarias, como la compra de bonos soberanos, en busca de un crecimiento sostenible. Si el pasado 19 de junio, Ben Bernanke, el artífice de este experimento, desató el pánico entre los mercados de medio mundo al señalar que la Reserva Federal podría comenzar a deshacer parte de su estrategia, el pasado miércoles optó por sacar un nuevo conejo de su chistera.
Poco más de dos horas después de la publicación de las actas de la última reunión del Comité de Mercados Abiertos de la Reserva Federal (FOMC, por sus siglas en inglés), donde parte de los funcionarios con derecho a voto apostaban por reducir la compra de bonos antes de que termine el año, Bernanke dejó claro que el banco central de EEUU probablemente se decantará por sus políticas de dinero fácil en "un futuro previsible".
Un paliativo que brindó de nuevo la euforia a los mercados, especialmente en EEUU, donde el Dow Jones y el S&P 500 marcaron nuevos máximos. Sin embargo, la forma en que Bernanke decidió edulcorar la hoja de ruta de la Fed para reducir su compra de bonos y activos, actualmente en los 85.000 millones de dólares, y comenzar a enviar señales sobre una posible subida de tipos no fue arbitraria.
Recorte drástico
El pasado martes, el Fondo Monetario Internacional (FMI) hacía sonar todas las alarmas al recortar su previsión de crecimiento mundial en dos décimas desde su última revisión a finales de abril. Entre las causas que justificaban esta decisión, que redujo en siete décimas las proyecciones de crecimiento en España y en ocho décimas la de economías emergentes como Brasil, la institución capitaneada por Christine Lagarde mencionaba el "posible debilitamiento en las políticas de estímulo".
El organismo redujo en cerca de 0,25 por ciento la tasa de crecimiento esperada para el conjunto de los países emergentes que crecerían según la nueva estimación, 5 por ciento en el 2013 y 5,4 por ciento en el 2014. Las menores previsiones incumben prácticamente a todas las regiones. Para China, el FMI espera que el PIB crezca 7,8 por ciento este año y 7,7 por ciento el próximo, aproximadamente medio punto por debajo de los anteriores pronósticos. Los anticipos de crecimiento para los restantes BRICS, es decir Brasil, Rusia, India y Sudáfrica, han sido también revisados a la baja entre un cuarto y tres cuartos de punto. Por todos es sabido que los emergentes han sido hasta ahora los pura sangre que han impulsado el lánguido crecimiento en las economías desarrolladas, donde la eurozona sigue sumida en una recesión y EEUU sólo creció un 1,8 por ciento en el primer trimestre de 2013.
"Los responsables políticos de los emergentes están bajo una intensa presión", explica Gustavo Reis, economista de Bank of America Merrill Lynch (BofAML). "Las condiciones financieras globales se han endurecido y el capital sigue fluyendo fuera de la región" indica.
Mientras esta semana parte de los datos han sorprendido al alza, las perspectivas de los emergentes se han deteriorado. Los datos comerciales en China apoyaban el claro debilitamiento de la actividad manufacturera y del sector servicios dado a conocer la semana anterior. Pero no sólo el gigante asiático sufre, los datos sobre la actividad económica también han sido mucho peores de lo previsto en otros grandes emergentes. Desde BofAML, David Beker recortaba la previsión de crecimiento de Brasil para este año y el próximo, hasta el 2 por ciento (frente al 2,9 por ciento) y el 2,6 por ciento (desde el 3,4 por ciento), respectivamente. Este movimiento sigue a los recientes recortes de previsión de crecimiento del PIB en México y Turquía.
La tensión es importante, especialmente con la Fed flirteando con la posibilidad de comenzar a reducir su compra de bonos el año que viene y comenzar a apretar las tuercas monetarias entre 2014 y 2015. Para los emergentes, la combinación de las salidas de capital y los riesgos a la baja para el crecimiento significa un difícil telón de fondo a la hora de formular sus políticas monetarias.
Como se ve en anteriores episodios de tensión, algunos bancos centrales estarían obligados a implantar una política monetaria procíclica y subir los tipos de interés a pesar de la debilidad en su crecimiento. Esta tóxica espiral podría extenderse a las economías avanzadas. EEUU no es lo suficientemente fuerte como para liderar el crecimiento mundial, Japón continúa experimentando con los estímulos para escapar de la deflación y en la zona euro el Banco Central Europeo reacciona tarde en busca de una política monetaria acomodaticia que logre salvarle de la recesión.