Economía

La falta de estímulos impide levantar el vuelo a las economías europeas

Mario Draghi

La Unión Europea es la única gran área económica del mundo que se mantiene en recesión este año. La Unión, de momento, se limita a acciones localizadas en áreas como el desempleo juvenil.

Algo falla en la zona del euro, y por extensión en toda la Unión, cuando hasta el eterno enfermo de las economías desarrolladas, Japón, le dio una lección el trimestre pasado sobre lo que es crecer. Entre otros factores, lo que marcó la diferencia entre el 1 por ciento de avance intertrimestral nipón y las dos décimas de caída de la Unión Monetaria (la sexta registrada en el último año y medio y sin visos de ser la última) es que el Viejo Continente no ha tenido su dosis de algo equivalente a las Abenomics. Así se ha denominado familiarmente la decidida política de estímulos que el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, viene desarrollando desde finales del año pasado, con un programa de inyección en la economía de 170.000 millones de euros. El impulso gubernamental viene, además, apoyado por el propósito firme del Banco de Japón, iniciado en este trimestre, de acabar de una vez con la deflación que ha tenido contra la pared durante décadas el mercado interior del país.

Estaba descontado que el fruto de este ataque a dos bandas iba a ser un repunte del PIB nipón, pero nadie esperaba que la reacción fuera vigorosa hasta el punto de que se llevara a cabo a un ritmo del 3,5 por ciento en términos anualizados. Ha quedado así demostrado que el músculo del que es todavía uno de los principales exportadores del mundo no se encontraba tan entumecido y que, con los acicates adecuados, toda articulación puede volver a ponerse en movimiento.

Con idéntica firmeza lo sigue demostrando Estados Unidos, la zona cero de la crisis, el mercado en el que nacieron las hipotecas subprime y en el que primero explotaron y también la economía que arrastraba, antes de la llegada de las turbulencias financieras, de los déficit exterior y público más grandes del mundo en proporción al volumen total de su producción.

Al otro lado del Atlántico, hace ya no pocos trimestres que quedó atrás la recesión y lo volvió a demostrar, entre enero y marzo pasados, cuando su desempeño se situó en el 0,6 por ciento intertrimestral (un 2,4 por ciento en términos anualizados).

Un debate conocido en EEUU

Alcanzar registros como estos no ha sido fruto de ninguna inercia. Es resultado de la experiencia de un país en el que el debate entre austeridad y estimulación no es en absoluto nuevo y nunca ha supuesto la parálisis de la nación. De hecho, ya hizo correr tinta tras el crac de 1929, cuando el primer bando estaba representado por Hoover y el segundo por Roosevelt, antes de desembocar en la ambiciosa iniciativa llamada New Deal.

Décadas después, los estadounidenses tampoco se quedaron de brazos cruzados y, desde los últimos meses del mandato de George W. Bush, y con Henry Paulson en la Secretaría del Tesoro, empezó a desarrollarse un programa gubernamental de estímulo de la economía.

El tándem Barack Obama-Timothy Geithner lo continuó e incluso lo dotó de mayor munición, cuando a principios de 2009 ambos anunciaron al Congreso que el revulsivo que preparaban para la economía ascendía a 800.000 millones de euros.

Al bazuca del político demócrata no le faltó potencia de fuego. Su mayor impacto se previó para 2010, un ejercicio en el que el PIB de la primera potencia mundial llegó a crecer a tasas del 1,5 por ciento intertrimestral. Con todo, algunos de los programas que se desarrollaron bajo su protección todavía tendrán efectos en el año 2019. Y su alcance no sólo es amplio desde el punto de vista temporal, sino también en cuanto a los ámbitos que abarca, que van desde la protección del medioambiente, la sanidad, el transporte o la agricultura.

Acciones limitadas

Un programa tan transversal es todavía impensable para una zona del euro que todavía se cuestiona qué grado de unidad política y económica quiere alcanzar. En consecuencia, tiene que contentarse con acciones puntuales, muy centradas en algún ámbito que muestre una situación especialmente difícil. Es el caso de los 60.000 millones de euros movilizados a través del Banco Europeo de Inversiones (BEI) por Francia y Alemania, ante la emergencia que suponen tasas de desempleo juvenil como la española, que supera el 50 por ciento de la población activa menor de 30 años.

Los expertos señalan que hay otra diferencia que hace más profunda la separación entre las dos orillas del océano: el manejo de la política tributaria en situaciones económicamente difíciles.

Aun cuando las rebajas fiscales, sobre todo cuando afectan a las rentas altas, siguen considerándose propias del ideario republicano, Obama no dudó a la hora de mantener los beneficios fiscales que su antecesor le legó, pese a que su falta de progresividad no convencía al actual inquilino de la Casa Blanca. De hecho, en el plan Obama presentado en 2009, cerca de 200.000 millones de su monto provenían de las rebajas de impuestos.

De nuevo, los términos de la comparación no pueden ajustarse a Europa, ya que no existe autoridad alguna que pudiera coordinar una misma política tributaria entre los miembros del club europeo. Con todo, algunos Ejecutivos del Viejo Continente, como el que encabeza Mariano Rajoy, circulan en el sentido contrario y han reaccionado con subidas impositivas a la difícil coyuntura con la que se enfrentan.

Méritos de la Fed

Si en política fiscal es difícil encontrar puntos en común, las diferencias no son menores entre la manera europea de concebir la política monetaria y la propia de Estados Unidos (y por extensión de Japón).

Gran parte del éxito norteamericano le debe mucho a los mandatos de la Reserva Federal (Fed) que le permiten no sólo mantener bajo control la inflación, sino también espolear el crecimiento. Con ese objetivo en mente, el presidente de la institución, Ben Bernanke, ha mantenido prácticamente a cero los tipos de interés casi desde el comienzo de la crisis y ha puesto en marcha tres rondas de adquisición de activos públicos, y también privados, conocidas como quantitative easing, la última de las cuales está aún en vigor desde su inicio en septiembre pasado.

El Banco Central Europeo (BCE), por el contrario, lo más cerca que ha situado las tasas del cero ha sido el 0,5 por ciento que su Consejo de Gobierno decidió este mes, cuando los Estados que se hallan bajo su jurisdicción acumulaban, en su conjunto, año y medio de retroceso de sus economías.

La vigilancia a ultranza de la inflación, de manera que siempre ronde pero nunca supere el 2 por ciento, continúa guiando casi en exclusiva su política, incluso en unos momentos en que el IPC de la Unión Monetaria puede considerarse quese encuentra en el 1 por ciento, una vez descontados los efectos de las recientes subidas del IVA en países como España, Portugal o Grecia.

De igual manera, el banco central que preside Mario Draghi todavía renquea a la hora de contribuir, de forma más directa, a que la liquidez llegue hasta las pequeñas y medianas empresas, unos actores económicos que no pueden beneficiarse todavía de las cáídas de las primas de riesgo, en la medida en que sólo tienen acceso a los grandes mercados internacionales los Estados y las grandes corporaciones.

Este estímulo especialmente orietado a la pyme resulta adecuado para una economía como la europea la cual, a diferencia de la estadounidense, depende en gran medida de este tipo de corporaciones. Con todo, ni siquiera esta particularidad tan reconocida ha bastado para que el BCE se sienta en condiciones de poner en marcha medidas de estímulo más decididas en la Unión Monetaria.

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