
Da apuro hablar de síntomas de mejoría de la economía, y mucho menos de brotes verdes, cuando en España hay seis millones de parados y, pese a los duros ajustes impuestos desde Bruselas, el equilibrio presupuestario del Gobierno no se cumple, con un déficit público que rondará el 7% en el mejor de los casos, una deuda pública altísima y a unos precios de financiación desmesurados.
Y, sin embargo, es cierto que en el último mes y medio hay señales esperanzadoras que apuntan que podríamos estar en el último año de la recesión: los inversores extranjeros vuelven a comprar deuda pública y de las empresas; la prima de riesgo ha dado un respiro; el turismo y la exportación aguantan como motores; la reforma laboral nos ha hecho más competitivos.
Indicadores que deberían hacer que la crisis toque fondo "en el tercer trimestre del año y se frene el proceso de destrucción de empleo en el sector privado", según Lorenzo Bernaldo de Quirós, presidente de Freemarket, quien aprecia "una ganancia de competitividad estructural, vía reducción de costes laborales unitarios, así como una vigorosa creación de pymes, sin financiación bancaria, que son más sólidas y menos endeudadas".
En los aspectos negativos, Bernaldo de Quirós advierte de que "no es esperable una reactivación del consumo privado, por el elevado desempleo y la pérdida de riqueza de las familias". Con todo, la evidente mejora de la confianza en España debería bastar para contener la prima de riesgo y no disparar el coste de financiación, "salvo shocks del exterior o problemas de crisis institucional".
Por ahora, los mercados han dado una tregua a España, visible en la prima de riesgo y en el regreso de la inversión. Así, el diferencial entre el bono español a 10 años con el alemán se sitúa en el entorno de los 350 puntos, lejos de los 638 puntos que llegó a tocar. Una mejoría clara, sobre todo si recordamos que, según Luis de Guindos, cada 100 puntos de prima equivalen a 0,5 puntos de crecimiento de PIB.
Juan Fernando Robles, profesor del Centro de Estudios Financieros (CEF), ve razones para el optimismo: "La economía empieza a reflejar en el exterior la situación real de España, no la inducida por el histerismo del euro". Quizá eso explique en parte por qué se ha frenado en seco la fuga de 250.000 millones que se dio en un solo año, si bien las entradas netas de capital aún resultan nimias. En concreto, las inversiones netas en la cuenta financiera de la balanza de pagos, excluido el Banco de España, alcanzaron 12.000 millones en octubre.
El comercio exterior sigue siendo una fuente de alegría, con un superávit de 12.949,9 millones de euros en los intercambios no energéticos, una cifra sin precedentes en la serie histórica. En detalle, los datos del comercio exterior entre enero y noviembre muestran cómo el déficit comercial acumulado en los once primeros meses de 2012 se sitúa en 29.463,3 millones, un 29,5% menos que en 2011, mientras que la tasa de cobertura de la exportación alcanza el 87,4%, la mayor de los últimos 24 años.
"El comercio exterior es fundamental y explica la corrección de la balanza comercial; de hecho, registra un ligero superávit. La caída de la demanda interna ha sido brutal, pero la externa se ha mantenido. Dependemos de lo que nos compren los extranjeros, y hay que conseguir clientes en Alemania", detalla Juan Fernando Robles.
Pocos dudan de esta gran racha de la exportación, pero algunos expertos puntualizan: para que las exportaciones mantengan un crecimiento estable hace falta una energía competitiva, una política de innovación, desarrollar productos diferenciales y que fluya la financiación; cuatro aspectos en los que España todavía flaquea.
Lea la noticia completa en la edición en PDF de elEconomista.