
La reconstrucción de las cuentas públicas que Bruselas exige a España supone más de 7 puntos del PIB en cuatro años, mientras que Washington debe estrechar su desequilibrio en 5,4 puntos de su PIB hasta 2015.
Como señalaba hace una década el historiador Robert Kagan, los estadounidenses son de Marte y los europeos, de Venus. Ello podría explicar que, durante los tres últimos años, tanto la Casa Blanca como el Capitolio de Estados Unidos hayan mirado con desdén las decisiones económicas de sus colegas al otro lado del Atlántico. La temida austeridad se convirtió hasta no hace mucho en una palabra tabú para la Administración Obama, mientras que el Viejo Continente asedia desde hace varios años a muchos países con ajustes sin precedentes.
El pasado miércoles, los mercados bursátiles celebraron con euforia el acuerdo fiscal elaborado por el Capitolio. Un ajuste que sólo sube los impuestos al 1 por ciento de la población y hace más bien poco por corregir el problema clave de la primera economía del mundo: un ratio de deuda sobre PIB que supera ya aproximadamente el 103 por ciento y un déficit que lejos de alcanzar los utópicos objetivos del Grupo de los 20, se situará este año en el 7,2 por ciento, según estima el Fondo Monetario Internacional.
Más esfuerzo fiscal en España
Las comparaciones son odiosas, pero recordemos que España cuenta con un calendario de reducción de déficit mucho más severo y cualquier desvío podría ser mortal, tanto a ojos del mercado como de la troika. A día de hoy estaríamos obligados a reducir el déficit del 9 por ciento al 6,3 por ciento en 2012 y al 4,5 por ciento en 2013. Si las proyecciones oficiales llegasen a cumplirse entre 2009 y 2015 nuestro país debería someterse a un recorte del déficit de casi 7,1 puntos del PIB. Para entonces, EEUU debería haber acometido ajustes por alrededor de 5,4 puntos del PIB.
De momento, aquello del "a veces es peor el remedio que la enfermedad" podría aplicarse a la perfección al caso estadounidense, ya que evitar el abismo fiscal incrementará el déficit presupuestario de EEUU en 4 billones de dólares durante la próxima década, según las estimaciones de la Oficina Presupuestaria del Congreso (CBO, por sus siglas en inglés). Es decir, frenar un alza de impuestos al 99 por ciento de la población, le costará este año a la Administración cerca de 330.000 millones de dólares.
A cambio, el Gobierno federal logrará ingresos por 152.000 millones de dólares. En dicha cifra se incluyen un incremento fiscal a las rentas a partir de los 400.000 dólares y una subida de impuestos en la renta sobre las nóminas de aproximadamente dos puntos. Los legisladores defienden que, a grandes rasgos, el Congreso ha pasado medidas por un valor de 336.000 millones de dólares, el 2,1 por ciento del PIB. Pero los temas clave (programas sociales, Seguridad Social, recortes de gasto federal) se han quedado fuera, al menos hasta el 1 de marzo, por lo que dicho porcentaje es mucho menor.
Entonces, ¿por qué el parche de último minuto de EEUU recibió los vítores de los inversores? Pues porque al igual que muchas de las cumbres que han marcado la crisis europea desde 2010, las negociaciones de último minuto evitaron el apocalipsis, en este caso un ajuste completo que supondría el 5 por ciento del PIB de EEUU y hubiera sumido al país en la recesión. Ahora habrá una presión fiscal mucho más manejable, de poco más del 1 por ciento del PIB en 2013.
Los optimistas señalan que es poco probable que EEUU acabe por enfrentarse a una crisis de deuda al estilo europeo en un futuro próximo. Sin embargo, la debacle en la periferia del Viejo Continente ha tenido efectos secundarios positivos, ya que han obligado a muchos de los países de la eurozona a elevar la edad de jubilación y racionalizar las pensiones y sus sistemas de seguridad social.
La primera economía mundial, con uno de los mayores déficits presupuestarios estructurales del mundo desarrollado, se convertirá en un ejemplo atípico en su incapacidad para hacer frente a las consecuencias fiscales del envejecimiento de su población. La jubilación de los babyboomers está siendo más lenta y progresiva que en Europa pero, con una deuda que supera los 16,4 billones de dólares y el descontrol deficitario, la confianza del consumidor y la de las empresas acabarán por debilitarse y la crisis final podría ser mucho más dura que la vivida en el Viejo Continente.
Austeridad a la europea
Mientras, en Europa la austeridad se ha servido en plato frío. En España, el Ejecutivo de Mariano Rajoy adoptaba un paquete de ajustes y medidas por un valor de 65.000 millones de euros en los próximos dos años, el más duro de la democracia. La eliminación de la paga de Navidad, la subida del IVA o la reducción de las prestaciones por desempleo a partir del sexto mes, son medidas a las que los españoles ya están acostumbrados. En EEUU, sin embargo, el acuerdo aprobado el pasado 1 de enero extiende las ayudas a los dos millones de parados de larga duración otro año más.
En noviembre, el Gobierno griego aprobó una nueva remesa de ajustes que incluyeron recortes a las pensiones, los sueldos de la administración pública y las prestaciones sociales, y podrían reducir el PIB un 9 por ciento. En Italia, tras las medidas aprobadas por Mario Monti, que rondaron los 70.000 millones de euros, el Gobierno italiano logró reducir el déficit en siete décimas durante el año pasado.
Al tiempo que los europeos se acostumbran, con más o menos gusto a una nueva forma de vida, los legisladores de EEUU y la Casa Blanca siguen sin hacer nada por controlar la trayectoria insostenible de los conocidos como Entitlements, los gastos en pensiones y programas sanitarios, cuyo coste promete duplicarse como porcentaje del PIB durante los próximos 25 años.
Tampoco se ha hecho nada por reformar el enrevesado código tributario, que incluye más de 1 billón de dólares en deducciones y prácticamente no supone una ayuda para contener la hemorragia del déficit presupuestario de EEUU.
Obama y los legisladores de EEUU pretenden solucionar el asunto antes del 1 de marzo, un plazo corto que vendrá acompañado por la imperiosa necesidad de elevar el techo de deuda. Quizás este sea el toque de atención necesario para que los políticos estadounidenses emulen a sus homólogos europeos. Igual que la canciller Merkel enfadó a algunos de sus colegas alemanes al dar luz verde al programa de comrpa de bonos del BCE, es hora de que en EEUU, republicanos y demócratas dejen de lado sus diferencias y tomen medidas claras sobre un asunto que podría convertirse en la próxima gran crisis mundial.