
Desde los 90, los viajes de Don Juan Carlos, que hoy cumple 75 años, tomaron un decidido cariz económico en pro de la internacionalización de nuestras empresas
Cuando el Rey don Juan Carlos sople las velas de su 75 cumpleaños este sábado -si es que los reyes celebran igual que el resto de los mortales su aniversario- es probable que se le pase por la mente hacer un pequeño balance de los asuntos positivos ocurridos en esas siete décadas y media de vida, pero también una reflexión sobre los asuntos negativos que ha tenido que afrontar, algunos de ellos en los últimos cinco años. Inevitablemente, la impresión será agridulce, porque a pesar de los grandes retos de los que don Juan Carlos ha dado sido capaz de salir más que airoso, es cierto que este último lustro ha tenido que encarar asuntos de carácter institucional y personal muy difíciles, que le habrán dejado un sentimiento de insatisfacción muy desazonador. La vida del Rey, a pesar de lo que puedan pensar algunos, no ha sido fácil.
Una vida llena de obstáculos
Enviado por su padre, el conde de Barcelona, a Madrid para educarse dentro de un país regentado por el enemigo acérrimo de su familia, acostumbrado a soportar el ninguneo sistemático de los grandes prebostes del régimen franquista que no disimulaban su desprecio por don Juan de Borbón, aguantando el ambiente hostil que había en la España de los años cincuenta y sesenta hacia la institución monárquica y asumiendo que para conseguir sus objetivos tenía que poner permanentemente a mal tiempo buena cara, don Juan Carlos se convirtió en un auténtico superviviente.
Obligado a obedecer las reglas que su padre le dictaba desde Estoril, por una parte, y teniendo que aceptar la autoridad del general Franco para lograr el retorno de la monarquía a España, por otra, el Rey tuvo que nadar entre dos aguas y tragarse unos cuantos sapos antes de alcanzar sus objetivos.
Nada fue sencillo para su llegada a la meta. Aparte de tener que asumir ser el autor involuntario de la muerte accidental de su hermano Alfonso y enfrentarse a las acusaciones de deslealtad de su propio padre al aceptar la designación como sucesor a título de Rey de parte de Franco, tuvo que sortear al alcanzar el trono todos los obstáculos que le pusieron delante los que no aceptaban que se desbaratara todo aquello que estaba "atado y bien atado".
Los años de esplendor
Una vez consolidada la monarquía, a raíz de la actuación del Rey la noche del golpe de Estado del 23-F, comenzaron unos años de esplendor en los que don Juan Carlos vivió la época más satisfactoria de su reinado. El grado de aceptación de la institución de la Corona estaba por encima de cualquier otro organismo o personas. El reconocimiento internacional fue unánime y decenas de universidades del máximo prestigio académico otorgaron al monarca español su título de doctor honoris causa.
El Rey empezó a ganarse el título de mejor embajador de España en todo el planeta y la admiración por él se amplió a todo un país que había logrado algo que parecía inalcanzable: borrar todo vestigio de la dictadura franquista y alcanzar un régimen democrático con el consenso general de to dos los partidos y sin enfrentamientos entre españoles.
Aliento a la empresa española
A partir de los años noventa, la misión principal de los viajes de don Juan Carlos al exterior toma un decidido cariz económico. Una vez alcanzada la confianza de las grandes potencias occidentales en la legitimidad del sistema político español, había que pasar a conseguir una expansión de las empresas en los países extranjeros.
La creación de una comunidad iberoamericana, un empeño personal de don Juan Carlos, facilitó la instalación de filiales de las grandes empresas españolas de infraestructuras y alta tecnología en países latinoamericanos como Argentina, Chile, Perú, Colombia y Venezuela.
El Rey se volcó en la tarea de vencer reticencias y se implicó en hacer de valedor de unos hombres de negocios que pudieron conseguir que sus compañías crecieran con su instalación en el exterior. Los empresarios españoles tienen, sin duda, una deuda de gratitud con el monarca que mas ha luchado por abrir puertas, en países de todo el mundo, a los productos de nuestro país.
El 'annus dificilisimus'
Todo empezó a torcerse hace cinco años, justo en un momento en el que el Rey debía haberse dedicado a recoger los frutos de su ya largo reinado.
La quema de fotos de los Reyes en Cataluña, el cese temporal de la convivencia de los duques de Lugo, la infanta Elena y don Jaime de Marichalar, el incidente del "por qué no te callas" con el mandatario venezolano Hugo Chávez, la situación crítica de la economía española, con ser momentos difíciles, no son comparables a lo ocurrido entre el mes de diciembre de 2011 y finales de 2012, calificado de annus dificilisimus por los altos responsables del Palacio de la Zarzuela. Habían pasado sólo tres meses desde que el equipo de jefatura de la Casa del Rey calificara de poco ejemplar el comportamiento de Iñaki Urdangarín al frente del Instituto Nóos, una entidad en teoría sin ánimo de lucro, cuando un escándalo mayúsculo vino a poner al Rey en un aprieto mucho más serio.
El 14 de abril, aniversario de la República, los españoles nos enteramos que el Rey Juan Carlos se había roto la cadera durante su participación en una cacería de elefantes en Bostuana. Sucedía en uno de los momentos más críticos para España y con la amenaza de intervención europea más cerca que nunca.
Las valoración de la monarquía en las encuestas de opinión bajó a niveles mínimos, a pesar del gesto de rectificación público de don Juan Carlos a su salida de la clínica donde le fue operada la cadera.
Ahora, poco a poco, el aprecio de los ciudadanos por el Rey don Juan Carlos se va recuperando. El bache, esta vez más bien un socavón, ha quedado atrás. O al menos en eso confía el ya venerable Jefe del Estado.