Economía

El Greenspan menos críptico: las memorias del ex presidente de la Fed sorprenden por su claridad

Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Ferderal. Ilustración: Farruqo
Seis meses después del lanzamiento de la versión original, Ediciones B nos obsequia con la edición de las memorias de Alan Greenspan. Llega, además, en un momento idóneo, con la crisis financiera en pleno apogeo y con el propio Greenspan envuelto en un manto de acusaciones que le identifican como uno de los principales responsables del desaguisado actual.

"En mis años de formación había aprendido a apreciar la elegancia teórica de los mercados competitivos. En las seis décadas transcurridas desde entonces, he aprendido a apreciar cómo funcionan (o a veces no) las teorías del mundo real. En particular, he tenido el privilegio de haber interactuado con todos los actores clave de la política económica de la pasada generación y haber dispuesto de un acceso sin parangón a la información, tanto numérica como anecdótica, que medía las tendencias mundiales.

Ganadores y perdedores

Era inevitable que generalizase a partir de mis experiencias. Hacerlo me ha conducido a un aprecio más hondo si cabe de los mercados libres competitivos como fuerza benefactora. A decir verdad, más allá de unos pocos accidentes ambiguos, no se me ocurre ninguna circunstancia en que la expansión del Estado de derecho y la mejora de los derechos de propiedad no haya logrado aumentar la prosperidad material.

Pese a todo, impera un persistente y difundido cuestionamiento de la justicia del modo en que la competencia sin trabas distribuye sus beneficios. A lo largo de este libro, reseño la continua ambivalencia de la gente hacia las fuerzas del mercado. La competencia es estresante porque los mercados competitivos crean ganadores y perdedores.

Este libro intentará examinar las ramificaciones de la colisión entre una economía globalizada en rápido cambio y una naturaleza humana inmutable. El éxito económico del último cuarto de milenio es el resultado de esta lucha; también lo es la ansiedad que ha conllevado un cambio tan rápido.

El ser humano

Rara vez contemplamos de cerca la principal unidad operativa de la actividad económica: el ser humano. ¿Qué somos? ¿Qué parte de nuestra naturaleza es fija e inasequible a los cambios, y cuánta discreción y libre albedrío tenemos para actuar y aprender? Llevo a vueltas con esta pregunta desde que estuve en condiciones de formularla.

En mis viajes por todo el mundo durante casi seis décadas, he descubierto que la gente exhibe notables semejanzas que ningún esfuerzo de la imaginación puede achacar a la cultura, la historia, el lenguaje o el azar. Todas las personas parecen motivadas por un afán congénito de autoestima que en gran parte viene fomentado por la aprobación ajena. Ese afán determina buena parte de aquello en lo que los hogares gastan su dinero. También seguirá induciendo a la gente a trabajar en plantas y despachos codo con codo, aunque pronto dispongan de la capacidad técnica de contribuir desde el aislamiento vía ciberespacio.

La gente posee una necesidad innata de interactuar con otras personas. Es algo esencial si pretendemos recibir su aprobación, que todos buscamos. El auténtico ermitaño es una infrecuente aberración. Lo que contribuye a la autoestima depende de la amplia gama de valores aprendidos o escogidos conscientemente que, según cada persona cree, con acierto o no, mejoran su vida.

No podemos funcionar sin un conjunto de valores que guíe la multitud de decisiones que debemos tomar todos los días. La necesidad de valores es congénita. Su contenido, no. Esa necesidad viene impulsada por un sentido moral innato que reside en todos nosotros, la base sobre la que una mayoría ha buscado la orientación de las numerosas religiones que los humanos han adoptado a lo largo de los milenios.

Base de la sociedad

Parte de ese código moral innato es un sentido de lo que es justo y apropiado. Todos tenemos distintas opiniones sobre lo que es justo, pero nadie puede evitar la necesidad congénita de emitir esos juicios. Esa necesidad congénita forma la base de las leyes que gobiernan toda sociedad. Es la base sobre la que responsabilizamos a las personas de sus acciones.

Los economistas no pueden evitar ser estudiosos de la naturaleza humana, en especial de la euforia y el miedo. La euforia es una celebración de la vida. Tenemos que percibir la vida como algo placentero para desear sostenerla. Por desgracia, una oleada de euforia a veces provoca también que la gente sobrepase lo posible; cuando la realidad vuelve a imponerse, la exuberancia da paso al miedo. El miedo es una respuesta automática, que todos llevamos dentro, a las amenazas contra la más profunda de todas nuestras propensiones congénitas, nuestra voluntad de vivir.

También constituye la base de muchas de nuestras respuestas económicas, la aversión al riesgo que limita nuestra disposición a invertir y comerciar, sobre todo lejos de casa, algo que, llevado al extremo, nos induce a desconectarnos de los mercados, lo que precipita un grave decaimiento de la actividad económica.

Un aspecto importante de la naturaleza humana -el nivel de inteligencia humana- tiene mucho que ver con nuestro éxito de cara a conseguir el sustento necesario para la supervivencia. Como señalo al final de este libro, en las economías con tecnología de vanguardia, las personas, de media, parecen incapaces de aumentar su rendimiento por hora a un ritmo superior al 3 por ciento anual durante un período prolongado. Al parecer se trata de la tasa máxima a la que la innovación humana puede adelantar los estándares de vida. Al parecer no somos lo bastante listos para hacerlo mejor.

El nuevo mundo en el que vivimos en el día de hoy está dando a muchos ciudadanos mucho que temer, incluido el desarraigo de numerosas fuentes de identidad y seguridad anteriormente estables. Donde más rápido es el cambio, las crecientes disparidades en la distribución de la renta suponen una preocupación clave. Se trata en verdad de una era de turbulencias, y sería imprudente e inmoral minimizar el coste humano de sus trastornos. A la luz de la creciente integración de la economía global, los ciudadanos del mundo afrontan una trascendente elección: abrazar los beneficios a escala mundial de los mercados y las sociedades abiertos que sacan a la gente de la pobreza y la hacen ascender por la escalera de las habilidades hasta una vida mejor y más plena. [...]"

"Fascinado" por el éxito

Seis meses después del lanzamiento de la versión original, Ediciones B nos obsequia con la edición de las memorias del ex presidente de la Reserva Federal (Fed), Alan Greenspan. Llega, además, en un momento idóneo, con la crisis financiera en pleno apogeo y con el propio Greenspan envuelto en un manto de acusaciones que le identifican como uno de los principales responsables del desaguisado actual. Pero el libro arranca de mucho antes.

Tras dos introducciones, en una de las cuales se declara "fascinado" por el éxito cosechado en la introducción y puesta en circulación del euro, el ex banquero central realiza un detallado repaso por sus años de formación. Aunque otras obras dedicadas a su persona, como las escritas por Bob Woodward o Justin Martin, ya permiten conocer al joven Greenspan y la etapa previa a su salto definitivo a Washington, La era de las turbulencias posee un tono distinto. No en vano, es el propio protagonista el que las cuenta, el que narra cómo se sintió tras la pronta separación de sus padres y relata su afición por el béisbol, el código morse y la música. El que subraya su "obsesión" por las matemáticas y las estadísticas, una querencia que encaminó sus pasos hacia la economía una vez que se convenció de la limitación de su talento musical.

Tras estas vivencias de juventud, el libro se convierte en un desfile de personas y acontecimientos que ponen de relieve la primera línea política y económica en la que Greenspan ha permanecido durante prácticamente cuatro décadas. Pocos como él pueden decir que han trabajado, con más o menos sintonía y proximidad, con seis presidentes norteamericanos, Richard Nixon, Gerald Ford, Ronald Reagan, George Bush, Bill Clinton y George W. Bush. Y sólo uno, William McChesney Martin Jr., puede presumir de haber ocupado la silla más importante de la Fed durante más tiempo que Greenspan. McChesney la ocupó durante 18 años y 9 meses, un trimestre más que el Maestro, tal como le bautizó Woodward en su libro.

Greenspan desembarcó en el banco central estadounidense en agosto de 1987 y apenas unas semanas después se encontró con su primer escollo: el crash bursátil de 1987. Desde entonces, el libro adquiere un tono entre novelesco e histórico, con el que Greenspan se destapa como un narrador notable que emplea un estilo sencillo para contar hechos complejos, muy lejos del encriptado lenguaje que le caracterizó mientras permaneció al mando de la Fed. Una forma de expresarse tan particular que fue merecedora de un nombre propio: greenspeak.

Este contraste invita a la lectura y permite saborearla, eso sí, sin olvidar que hay que pasarla por el tamiz de la crítica. Al fin y al cabo, Greenspan da su propia visión de las cosas. Son, en definitiva, las memorias de un economista cuestionado y cuestionable, pero también de una figura clave para entender el mundo financiero de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Merecen la pena.

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