
Europa vive a estas horas la cuenta atrás. Aquella que determinará si vencen los críticos a la política de salvamentos diseñada para los países en dificultades como España al tiempo que se abandera la austeridad, o si, por el contrario, se cierra la puerta a una mayor integración europea y se pone punto y final a todo lo hecho en los últimos dos años.
El resultado depende de las elecciones legislativas que se celebrarán el próximo día 12 de septiembre en Holanda, que por el momento no son más que un galimatías totalmente abierto.
Con un parlamento de 150 escaños y 50 partidos nacionales, todas las quinielas son posibles, aunque lo único evidente es que la Unión Europea y la política de rescates y la pertinencia de las políticas de recortes, están en el corazón de las preocupaciones de uno de los cuatro países que mantienen todavía la calificación crediticia triple AAA (junto a Alemania, Finlandia y Luxemburgo).
En contra de lo que ocurre tradicionalmente, los debates de la campaña en estas elecciones anticipadas en los Países Bajos han servido para mitigar la fulgurante carrera de los cabeza de cartel de los partidos minoritarios.
La voz de las encuestas
En especial, los sondeos muestran cómo se han desinflado las aspiraciones del derechista xenófobo Geert Wilders, al tiempo que perdía fuelle el Partido Socialista de Emile Roemer, de inspiración maoísta, a quien se le llegó a dar vencedor en los sondeos hace tan sólo unas pocas semanas.
En cambio, los liberales del actual primer ministro en funciones, Mark Rutte, han conseguido afianzar su posición de favoritos, obteniendo estimaciones de 35 escaños, seguidos de cerca por los laboristas de Diederik Samsom con 30 puestos. Con estas cifras, todo hace prever una larga negociación a la belga para la formación de Gobierno y una inestabilidad para el futuro que repercutirá en cualquier caso en Europa.
En tercera posición quedarían los socialistas, a los que se les prejuzgan 24 escaños (ahora tiene 15) para su peculiar formación cuyo logo es un tomate con una estrella blanca en el centro, reminiscencia de sus tiempos de lanzadores de esta fruta roja contra sus adversarios.
Roemer, antiguo profesor de escuela que asegura no ser un político profesional y que lo ha demostrado con ciertos deslices de principiante durante los debates, ha encontrado su público defendiendo que las actuales políticas de austeridad representan una demolición del Estado del Bienestar intolerable y apostando en contra de la subida del IVA, porque retrae el consumo y eleva el desempleo. Según ha defendido, si gobierna, no cumplirá el objetivo del 3 por ciento de déficit en 2013, ni aceptará multas por incumplirlo, pero tampoco seguirá financiando rescates como el griego, que ha demostrado no ayudar a los griegos pero sí perjudicar a los holandeses.
Otros sondeos electorales varían las cifras, pero confirman que los fenómenos alejados del centro parecen tocar techo y, aunque pierdan fuerza con respecto a hace unos meses, la ascensión de los partidos no tradicionales demuestra una vez más el hartazgo de los ciudadanos por una crisis que no parece tener solución válida en manos de la clase política.
Permanencia en el euro
Pero esta campaña se ha caracterizado también por lo llamativo del mensaje. El líder del denominado Partido por la Libertad, heredero del populista asesinado en 2002 Pim Fortuyn, no sólo es el culpable de esta convocatoria electoral, ya que al retirar su apoyo al primer ministro, forzó los comicios, sino que también es el origen de que se abriera camino en Holanda la idea de que estas elecciones son en realidad un "referéndum sobre Europa".
Sin pestañear, igual que declaró la guerra a los inmigrantes musulmanes en el pasado, el oxigenado Wilders aboga en estos momentos por la salida del país del euro, por la vuelta al florín y por el fin de las ayudas al sur.
Pero esa idea no sólo prende en su entorno y que el eje gordiano de estas elecciones es Europa se siente también en la calle. Según una encuesta publicada por la web de noticias de negocios Z24, casi la mitad de los empresarios holandeses, un 47,5 por ciento, son partidarios de sacar al país del euro, mientras que algo más de un cuarto, el 29,5 por ciento, defiende la instauración de una moneda exclusiva para los países del norte de Europa.