
El colectivo de economistas Jorge Juan ofrece una visión dura, pero optimista, de las tareas que debe emprender España en 'Nada es gratis: cómo evitar la década perdida tras la década prodigiosa'.
El 15 de mayo de 2011, miles de jóvenes salieron a las calles de España para protestar por lo que consideraban, con fundamento, falta de oportunidades en su vida: alto paro, bajos sueldos, viviendas difíciles de adquirir y otros obstáculos para comenzar su vida adulta. La mayoría temían ser parte de una generación perdida. Muchos españoles compartían estas ansiedades y miraban con desazón al futuro.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Qué podemos hacer? ¿Es posible evitar que los peores augurios se cumplan y suframos una generación perdida?
Una oportunidad perdida
De 1995 a 2008, la economía española vivió una nueva Belle Époque. Vigorosas tasas de crecimiento del PIB vinieron acompañadas de una inusitada creación de empleo y de un comportamiento positivo de las finanzas públicas. Aunque algunos comentaristas alertaban sobre problemas a largo plazo, las preocupaciones no ensombrecían la euforia.
El fuego incontrolado de la crisis financiera mundial que se extendió, desde un foco aislado en los mercados de títulos hipotecarios americanos en el verano de 2007, a los sistemas financieros que dependían en exceso del crédito externo, como el nuestro, reveló que este optimismo tenía pies de barro. Tras la orgía de crédito de los años del boom inmobiliario, ha quedado un sistema financiero enormemente endeudado y que, como mostramos en Nada Es Gratis: Cómo evitar la década perdida tras la década prodigiosa queda en una situación crítica. Sus activos, en sus dos terceras partes, vía promotores, constructores o hipotecas a las familias, están ligados al sector inmobiliario. Sus pasivos dependen de una financiación exterior cada vez menos disponible.
La gran creación de empleo se había concentrado en sectores de bajo valor añadido, como la construcción y el turismo, y mantenía un alto grado de temporalidad. Lo que es más grave, la caída del desempleo dio una excusa para posponer sine die la reforma del mercado de trabajo. Las aparentemente saneadas finanzas públicas eran un espejismo fruto de las extraordinarias recaudaciones tributarias causadas por la burbuja (...).
A este análisis se puede contestar que la política económica de aquellos años poco podía hacer para contrarrestar estas corrientes. Se crecía con poca productividad por dos razones. Una, porque en un país como España en 1995, cualquier creación masiva de puestos de trabajo tenía que ser cubierta por trabajadores de menor calidad media que los que ya estaban empleados. Y segundo, porque el nivel educativo de los españoles es bajo y contamos con pocas personas de nivel intermedio para cubrir muchos puestos claves en las empresas. Las finanzas públicas no podían acumular superávit mayores a los que ya registraban porque partidos, agentes sociales y comentaristas acechaban para devorarlo con bajadas de impuestos, estaciones del AVE o programas varios.
¿Y el boom inmobiliario? Parte venía de unos tipos de interés reales bajos, que imperaban en un mundo con demasiado ahorro y pocas oportunidades de inversión en actividades productivas. (...)
Un problema más profundo
Estas excusas no carecen por completo de valor, pero esconden un problema más fundamental. De 1995 a 2008 España culminó un ciclo histórico de convergencia institucional con Europa que había comenzado con el Plan de Estabilización de 1959. Durante 50 años nos habíamos ocupado de deshacer los entuertos que nos aterraban a mediados del siglo pasado, en el plano político y económico.
Pero, sin querer menospreciar el esfuerzo de todos aquellos involucrados en estos logros, la lista de deberes que España tenía que completar durante el medio siglo de convergencia a Europa estaba clara. España sólo debía mirar a Francia o Alemania y copiar lo que estos países hacían bien. Y por medio de nuestra adhesión a la Unión Europea heredábamos (...) un acervo institucional (...) mucho más fino que el nuestro. Es más, durante décadas, nuestros dirigentes podían tintinear el señuelo de la homologación con Europa como el bálsamo de Fierabrás que justificaba medidas que, por sí solas, hubiesen sido de difícil venta a una población instintivamente reacia al mercado como mecanismo de asignación de recursos.
Por eso a principios de 2007 España había agotado la senda de modernización (...). Básicamente, teníamos el mismo nivel de renta que Francia o Alemania y unas instituciones de calidad semejante. Pero sabiendo que la estación final del trayecto se acercaba, nos debimos preparar para el nuevo trayecto y no lo hicimos. Este fue el error clave de la política económica de todos estos años.
Evitar una generación perdida
La crisis que sufrimos es una crisis de deuda. Los mecanismos normales de ajuste existentes en otras crisis no funcionan en éstas. Las familias y las empresas quieren reducir su deuda y la única manera de hacerlo es bajando el consumo y la inversión. Esto deprime la demanda agregada de la economía y dificulta la recuperación, al eliminar los incentivos de los agentes menos agobiados por las deudas a consumir o invertir.
España precisa dos cosas. Primero, reestructurar el sistema financiero de una vez. Esto no puede hacerse a base de traspasar los balances privados al sector público. Lo importante es separar las instituciones sistémicas, aquellas que pueden poner en peligro el conjunto del sistema financiero, de las que no lo son. Las sistémicas, que en España no son más de cuatro (Santander, BBVA, la Caixa y Bankia), si requiriesen ayuda, deberían recibirla del Estado, pero sólo a cambio de condiciones draconianas de control y reforma del gobierno corporativo y tomando el Estado unas participaciones de capital que aseguren que el Tesoro sea compensado (...) en el medio plazo. Las instituciones no sistémicas deben ser reestructuradas y, en caso de insolvencia intervenidas, con la consiguiente imposición de pérdidas a los bonistas, y subastadas. Pero dado el alto nivel de endeudamiento y apalancamiento del sistema financiero español, en ningún caso debe hacerse cargo el contribuyente español de estas pérdidas.
Segundo, es imprescindible recuperar el crecimiento económico, para que los agentes privados y públicos puedan hacer frente a sus obligaciones. (...) Para lograr ese crecimiento no nos van a servir las políticas de demanda. (...) La única alternativa es hacer reformas estructurales que incrementen la tasa de crecimiento a medio y largo plazo. La economía española sufre de innumerables ataduras que, al eliminarse, pueden permitirle dar un salto importante (...).
Las reformas no sólo ayudan a que se desplace la oferta agregada, sino también a que crezca la demanda. Mejores perspectivas incrementarán el deseo de las familias y empresas de consumir e invertir. (...) En otras palabras, tenemos que hacer políticas de oferta precisamente porque tenemos problemas de demanda.
Tres prioridades
El crecimiento sostenido sólo se puede conseguir poniendo a la economía en una nueva senda basada en incrementos de la productividad. De las muchas reformas que hemos discutido, tres son en nuestra opinión prioritarias.
Primero, reformas educativas que reduzcan el fracaso escolar, mejoren la formación de nuestros jóvenes y creen instituciones de excelencia mundial (...).
Segundo, el mercado laboral no funciona. Es necesario eliminar la nociva dualidad entre trabajadores indefinidos y temporales, que destruye todo incentivo para la formación laboral. Con cinco millones de parados parece difícil pensar en una reforma más imperiosa. Es necesario cambiar en profundidad el marco de las relaciones laborales y apostar por un contrato laboral único que termine con la maraña de contratos temporales que sufrimos.
Además, hay que hacer todo lo posible para conseguir que la negociación colectiva permita a las empresas adaptarse a sus cambiantes condiciones económicas: descentralizar la negociación, asegurar que los convenios decaen en un plazo razonable y modificar las normas de representación y eficacia jurídica de los convenios para que los agentes sociales tengan de verdad el interés de todos los trabajadores y empresas en cuenta en sus posturas. (...)
Tercero, como documentamos en el libro, es necesario eliminar trabas administrativas para la creación de empresas y asegurar la unidad de mercado. Se trata de conseguir incrementar la creación de empresas y hacer lo posible por facilitar su crecimiento. Las empresas españolas no son necesariamente menos productivas que las de otros países una vez que tenemos en cuenta el tamaño. Simplemente, España tiene demasiadas empresas pequeñas que no crecen por las ataduras a las que se enfrentan. (...)
¿Y cómo procedemos?
Una vez concretados los parámetros de las reformas necesarias, queremos dar un paso más y plantear un método para ponerlas en marcha. Se trata de evitar los atajos del tipo "haremos el primer coche eléctrico", que van a crear una isla de desarrollo en un desierto, y de movilizar los recursos de España en la dirección del cambio.
Para ello hace falta dar tres pasos. En primer lugar, plantear una visión, un objetivo que queremos cumplir en la economía española, para inspirar a los ciudadanos y movilizarlos para el cambio. Una y otra vez los españoles han demostrado que, cuando los políticos son claros y sinceros, saben responder y aceptar los sacrificios necesarios para lograr el bienestar de todos.
En segundo lugar, hace falta crear un programa integrado y consensuado de cambio, con iniciativas claras, unos responsables de su ejecución y un calendario detallado.
Finalmente, hacen falta medidas objetivas que muestren que los programas de reformas se llevan a cabo. En particular, sería ideal ponerse como objetivo alcanzar un nivel de competitividad, medido con los parámetros del Foro Económico Mundial u otros del mismo estilo. Usar una métrica así permitiría evaluar con sencillez a los diferentes ministerios.
Para tener éxito en un gran programa de reformas estructurales que acerque a la economía española a las del norte de Europa, hace falta una visión común, un programa de medidas concretas y una métrica que indique el progreso.
Pero hace falta algo más. Hace falta un liderazgo que ilusione a los españoles, que les haga ver que España, como vimos en el capítulo 10, incluso con todos los retos a los que se enfrenta, tiene unos activos muy importantes en su balance. Es necesario movilizar lo mejor de los españoles y hacerles ver que aunque nos encontramos en un momento crítico y nada es gratis, es también un momento en el que todo es posible con trabajo, con esfuerzo y con voluntades comunes.
Sí, se puede evitar una generación perdida.