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Economía

La liquidez baja la persiana: la desconfianza frena el flujo de dinero

La exuberancia vivida en los mercados de crédito desde 2003 dio paso a una dura resaca que comenzó en verano de 2007. La alegría fue relegada por una desconfianza prácticamente absoluta. Nadie se fiaba de nadie y el dinero, tan abundante antes, dejó de correr por las venas de los mercados.

Y la fiesta se acabó. Fue en verano de 2007, aunque los primeros síntomas de agotamiento se vislumbraron ya en febrero. Atrás quedaba un periodo de casi cinco años en el que los mercados de crédito habían disfrutado de un ambiente aparentemente perfecto. No faltaba de nada.

Primeros síntomas

Los bancos centrales pusieron el ponche en forma de unos tipos de interés históricamente bajos. Los bancos y otras entidades financieras afinaron sus instrumentos para dar respuesta a la demanda mostrada por las empresas y los hogares, que animaron el baile con su creciente apetito: las primeras necesitaban dinero para comprar otras compañías y los segundos, para adquirir una vivienda.

El entorno, por tanto, invitaba a divertirse. Animados por el dinero más barato del último medio siglo y un sistema financiero cuya sofisticación permitía disparar el potencial de unos intereses tan reducidos, nadie quería permanecer al margen de la diversión. Había que estar a la última, y eso pasaba por participar de todo cuanto ocurría en los mercados de crédito.

Lo importante era que la fiesta continuara, porque todos ganaban con ello: los bancos generaban ingresos e incrementaban su capacidad de proporcionar financiación; las empresas podían crecer mediante fusiones y adquisiciones; y los ciudadanos obtenían el dinero que necesitaban para consumir o comprar una casa. "Mientras la música siga sonando tú tienes que estar ahí y bailar", aseguró de forma gráfica Charles Chuck Prince, el entonces presidente y consejero delegado de Citi, al diario británico Financial Times el 9 de julio.

La música dejó de sonar

Pero la música dejó de sonar. Lo hizo apenas una semana después, fracturando el año en dos. "En realidad, 2007 ha sido como dos ejercicios totalmente diferenciados. La primera mitad experimentamos una continuación de la tendencia vista en los últimos años en el mercado europeo de bonos. Con la crisis esta tendencia se interrumpió", describe Noelle Cajigas, responsable del mercado de capitales de BNP Paribas.

A finales de julio, la resaca empezó a sentirse con fuerza. Quedó confirmado en Wall Street, donde el índice Dow Jones perdió cerca de un 4 por ciento entre los días 26 y 27. Desde entonces las consecuencias de los excesos previos no dejaron de manifestarse. Día tras día afloraron datos sobre el creciente impago en el segmento de las hipotecas de alto riesgo o basura -subprime, en inglés- en Estados Unidos, donde se situó el origen de la crisis.

Pero ésta no era la única fuente de problemas. De hecho, sólo era una parte de ellos. Si no, ¿cómo iba a ser posible que un apartado como el de las subprime, cuyo peso en el mercado hipotecario estadounidense no llega al 15 por ciento, hiciera temblar a los mercados internacionales de crédito? Porque, una vez más, la ingeniería financiera había ido demasiado lejos.

Para que la fiesta siguiera su curso, resultaba necesario que la maquinaria hipotecaria no se detuviera. ¿El motivo? Esos préstamos eran la materia prima que empleaban las entidades financieras para emitir deuda -títulos- y conseguir dinero a corto plazo con el que dar más hipotecas, abrir líneas de crédito a las empresas o acometer otras inversiones.

Más allá del límite

La exigencia de mantener abierta la barra de las hipotecas provocó que los bancos bajaran la guardia. La solvencia de los clientes pasaba a un segundo plano. Lo importante era seguir dando hipotecas porque éstas alimentaban la maquinaria de la titulización.

Y ahí radicó el verdadero problema. Las peligrosas hipotecas basura sirvieron como abono para emitir nuevos activos financieros. Como las subprime contenían un mayor riesgo de impago, lo normal hubiera sido que los títulos lanzados a partir de ellas hubieran tenido que ofrecer unos rendimientos más altos y, por tanto, unas calificaciones más bajas. Pero no. Las entidades se encargaron de que no fuera así. Para camuflarlos y sacarlos al mercado a un precio más barato, los títulos vinculados a las hipotecas basura fueron combinados con otros que estaban respaldados por préstamos de una calidad superior.

Las subprime

Empaquetadas de esta forma, las subprime se colaron en las carteras de no pocas entidades e inversores institucionales por la puerta de atrás. Ni los bancos centrales u otros organismos supervisores ni el análisis de las agencias de calificación acertaron a descubrir la propagación de los títulos basura por el sistema financiero internacional. La trama sólo se descubrió cuando crecieron los impagos. Consecuentemente, los activos procedentes de las hipotecas de alto riesgo se hundieron y con ellos el valor de las carteras en las que estaban presentes.

Las víctimas

La gravedad de la situación se reflejó en las víctimas que se fue cobrando. Si al principio la crisis se llevó por delante pequeñas o medianas firmas hipotecarias, como New Century o AHM, en junio dio un salto cuando el banco de inversión Bear Stearns suspendió la actividad en dos de sus hedge funds -fondos de inversión libre-, que después fueron declarados en quiebra.

Esta ascensión alcanzó su máxima expresión entre finales de octubre y comienzos de diciembre. En este intervalo dimitieron Stan O'Neal, Charles Prince y Zoe Cruz, los máximos ejecutivos de Merrill Lynch, Citi y Morgan Stanley, respectivamente.

Pero más allá de nombres propios y de bancos concretos, los efectos de las turbulencias financieras se dejaron sentir a lo largo y ancho de los mercados de crédito. La situación cambió por completo en cuestión de meses. El dinero, que antes corría alegremente por sus venas, se esfumó.

Turbulencias en los mercados de crédito

Las emisiones de bonos o papel comercial se hundieron -ver gráfico- y el mercado interbancario, al que las entidades acuden para obtener financiación, se secó. Nadie se fiaba de nadie, ya que dada la opacidad con la que los títulos basura se habían colado en las carteras, resultaba imposible conocer quién estaba expuesto a la crisis -y hasta qué punto- y quién no, una incertidumbre que prolongó los problemas hasta final de año.

"El panorama cambió radicalmente después del verano y de la ya tan citada crisis de las hipotecas subprime. A partir de este momento y de la crisis de confianza posterior, el mercado europeo se cerró prácticamente", afirma Pablo Lladó, director general de mercados de capitales de Calyon.

"El último trimestre se caracterizó por la reducción drástica de operaciones firmadas como consecuencia de la crisis de liquidez, desencadenada por las hipotecas subprime en Estados Unidos", añade Carmen Pino, directora de sindicación de préstamos de BNP Paribas en España.

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