Economía

11-S: La década del desastre para EEUU

El atentado terrorista forzó decisiones poco prudentes del Gobierno y de las Cámaras sobre las finanzas nacionales, que estuvieron en el origen de la crisis.

No ha existido nunca en la historia una nación con tanto poder". Así definía Estados Unidos Paul Kennedy, prestigioso historiador de la Universidad de Yale, hace poco más de una década.

Al fin y al cabo, el 10 de septiembre de 2001, el país contaba con un dominio económico y armamentístico nunca visto desde los tiempos de la antigua Roma.

Una economía efervescente, con un valor aproximado de 11 billones de dólares, y cuyo contexto era la envidia de todo capitalista que se precie: un consumo voraz, una tasa de paro ridícula (6,3 por ciento) y una inflación mínima, que situaba los tipos de interés en el 1 por ciento. Su maquinaria bélica era inigualable. Dos cazas podían partir de su base en Missouri, bombardear Belgrado y regresar a casa justo antes de cenar.

Un día después, a las 8.46 de la mañana, cuando el vuelo 11 de American Airlines impactó contra la Torre Norte, su suerte cambió radicalmente de rumbo.

El macabro atentado orquestado por Osama Bin Laden, líder de Al-Qaeda, no sólo causó la muerte de cerca de 3.000 personas y borró para siempre las Torres Gemelas del emblemático skyline de Manhattan; también convirtió gradualmente al sueño americano en una verdadera pesadilla. El ataque hirió el ego estadounidense y consiguió poner en entredicho la diplomacia del país a nivel internacional.

Diez años más tarde, tanto el ejército como la economía del país norteamericano todavía sufren sus consecuencias, aunque el coste material del propio atentado oscile entre los 50.000 y 100.000 millones de dólares, aproximadamente.

Alimento de los especuladores

"En general, los ataques del 11 de septiembre incrementaron la especulación. No sólo en la renta variable, sino también en el mercado inmobiliario. Esa misma reacción se registró con anterioridad en el país, después de la II Guerra Mundial o tras la Guerra Civil. El atentado fomentó la creación de burbujas", explicó a elEconomista Charles Geisst, profesor de finanzas en el Manhattan College y autor de diversos libros sobre la historia de Wall Street.

Sólo hay que remitirse a las cifras y, en este sentido, las comparaciones son odiosas. Nada más ocurrir la tragedia, la onza de oro se disparó un 33 por ciento, hasta alcanzar los 287 dólares. A día de hoy, el metal precioso tontea cada vez más con los 2.000 dólares. Cuando la New York Stock Exchange reabrió sus puertas el 17 de septiembre de 2001, tras cuatro días obligados de cierre, el Dow Jones se desplomó 685 puntos y la confianza del consumidor cayó desde los 114 puntos hasta los 97,6. Sin embargo, desde entonces, el Dow ha sufrido caídas históricas, dos de ellas en 2008, mientras que en octubre de ese mismo año la confianza de los consumidores tocaba fondo en los 38 puntos.

La respuesta bélica a los atentados fue el detonante que dinamitó una economía saneada, con un superávit fiscal. La guerra de Afganistán, en buena parte justificada por los hechos, vino acompañada de una invasión a Irak, cuyo objetivo levantó ampollas entre la comunidad internacional. El premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, quien junto a Linda Bilmes situó el coste de ambas operaciones entre tres y cinco billones de dólares, considera este cálculo "bastante conservador" a día de hoy.

Decisiones equivocadas

En medio de toda esta contienda, tanto en el Capitolio como en la Casa Blanca comenzaron a tomarse decisiones erróneas con esperanza de blindar el impacto económico de los acontecimientos. La Administración Bush pasará a la historia por intentar costear la guerra a través de recortes fiscales, en lugar de subidas de impuestos. La desregularización de los mercados permitió a Wall Street y al sistema financiero comenzar a empaquetar deuda en diversos formatos mientras las rebajas fiscales tanto a la población como al corporate estadounidense desataron una euforia colectiva.

De acuerdo con Seth Egan, analista de Egan-Jones Ratings, de los 14 billones de dólares que suma la deuda de Estados Unidos, tres billones proceden de las operaciones bélicas y otros dos billones de la crisis de crédito desatada en el año 2008.

"Probablemente el boom de la vivienda en Estados Unidos podría haberse evitado si los atentados no hubieran ocurrido", señaló Charles Geisst. Los cambios fiscales llevados a cabo entre los años 1998 y 1999 sobre los ingresos de capital dieron rienda suelta a la especulación. Una pareja podía vender una casa por cientos de miles de dólares y no pagar impuestos. "Esto, combinado con la destrucción dejada atrás por los ataques desató un carpe diem entre los ciudadanos, que dieron rienda suelta al gasto", aclaró.

Mark Zandi, economista jefe de Moody´s Analytics, aseguró al portal MarketWatch que uno de los resultados macroeconómicos "más significativos" del post 11 de septiembre fue "la agresiva rebaja de la política monetaria desde comienzos a mediados de la década". Según Zandi, Alan Greenspan, por aquel entonces presidente de la Reserva Federal, no hubiera fomentado dicha política monetaria si los ataques no se hubieran producido. "Todo ello contribuyó a la burbuja inmobiliaria la posterior crisis financiera así como la Gran Recesión de la economía del país", añadió.

El desempleo, al alza

Cuatro años más tarde, desde que la última contracción de la actividad económica comenzase a cuajar, la tasa de paro se sitúa por encima del 9,1 por ciento, la deuda federal alcanza ya el 100 por ciento del PIB, los tipos de interes se sitúan entre el 0 y 0,25 por ciento mientras la confianza del consumidor vuelve a mínimo y toca los 44,5 puntos. "El impacto del 11-S eliminó cualquier atisbo de disciplina fiscal en Washington; en cierta forma, los terroristas lograron que el Gobierno y los legisladores tomaran decisiones imprudentes con respecto a las finanzas nacionales", aclaró Ed Yardeni, execonomista de Deutsche Bank y fundador de Yardeni Research.

Una encuesta realizada por el Siena Research Institute entre 230 historiadores calificó en 2010 a George W. Bush como uno de los peores presidentes de la historia, tanto por su labor diplomática como por sus medidas económicas. Aún así, no hay que olvidar que muchas de las políticas económicas cocinadas en Washington tras el trauma del 11 de septiembre también contaron con el apoyo demócrata.

La última encuesta de popularidad del actual mandatario, Barack Obama, demuestra que más de la mitad de la población no apoya su gestión. Recordemos que el pasado 1 de mayo fue el propio demócrata quien anuncio la muerte de Bin Laden, un hecho que pone de manifiesto que el daño infligido a la sociedad estadounidense va más allá del mero rencor.

De crisálida a oruga

Los ataques presionaron a Wall Street para que crease las tecnologías necesarias que a día de hoy respaldan sus operaciones de compra y venta de acciones en el caso de que los sistemas tanto de la New York Stock Exchange como del Nasdaq sufran algún tipo de daño. "En cierta forma el 11-S despertó una revolución tecnológica", dijo Geisst, profesor de finanzas en el Manhattan College.

La propia bolsa de valores de la ciudad, el NYSE, era por entonces una compañía sin ánimo de lucro que todavía respiraba los modos heredados desde su origen en 1792. Ahora, tras una transformación sin precedente donde además de cotizar y absorber la plataforma de trading electrónica Archipielago en 2006, se prepara para culminar su fusión con la Deutsche Börse. De todas formas, Wall Street es a día de hoy más reducido. El nivel de empleados en la industria financiera de Nueva York ha caído hasta los 168.000 puestos de trabajo desde los más de 190.000 que existían por aquel entonces según los datos del estado.

Si echamos la vista atrás, el 11 de septiembre puede ser considerado como una ficha más del dominó financiero que fue derrumbándose poco a poco, desde el colapso en 1998 del fondo de cobertura Long Term Capital Management hasta la caída de Lehman Brothers en medio de la crisis financiera de 2008. A ello habría que sumar otros acontecimientos recientes, tales como la rebaja de la calificación crediticia de Estados Unidos y la crisis de deuda soberana europea. Todas estas situaciones cuentan con un punto en común con el propio 11-S: el crecimiento desorbitado del apalancamiento y el riesgo.

Aún así, "el 11-S fue un evento que nos hizo despertar y ver que estábamos en un nuevo mundo donde Estados Unidos ya no era tan seguro como lo había sido hasta entonces", reconoció a la CNBC William Silber, profesor e historiador en la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York.

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