Economía

Italia hace borrón y cuenta nueva: los ataques que sufre la deuda del país

El jefe de gobierno italiano Silvio Berlusconi. Foto: Archivo

Los ciudadanos transalpinos culpan a la clase política de los ataques que sufre la deuda de su país, mientras Berlusconi toma distancia y niega su responsabilidad en el problema

En el ojo del huracán, enseña la meteorología, todo está tranquilo mientras alrededor se ensaña la tormenta. Quizás esto pueda dar la idea de cómo Italia ha vivido la última semana bajo el ataque de la especulación mientras los mercados se enfrentaban a días de montañas rusas: como si no pasara nada.

Los ciudadanos italianos, que se preparan a soportar un ajuste de 79.000 millones de euros, parecen vivir la situación actual como si no fuera nada más que otro capítulo del largo desgaste económico y político que el país ha vivido en los últimos años. Tras un goteo de escándalos sin fin, los juicios negativos de las agencias de calificación crediticia y la desconfianza de los mercados sobre una deuda que roza el 120 por ciento del PIB, a los italianos les parece sólo una natural consecuencia de tener una clase política incapaz de gobernar su país.

Cuestiones de familia

Aunque parezca un estereotipo, hay una sola cosa en la que los transalpinos parecen seguir confiando también durante los momentos de crisis: la familia. Si Italia, a pesar de su enorme deuda y del estancamiento de la economía, no ha llegado a niveles de malestar social comparables con los de Grecia es porque la riqueza de los hogares italianos (unos de los más ahorradores en Europa) ha servido de colchón para amortiguar los efectos de la crisis. Es un estado de bienestar familiar, complementario al welfare (Estado de Bienestar) público, que tendrá que superar ahora otra prueba: los nuevos recortes a los beneficios fiscales impulsados por el recién aprobado plan de ajuste.

Los hogares además son los mismos que han garantizado la estabilidad de los bancos italianos, en cuyo negocio hay pocas finanzas y tantos depósitos familiares. Las entidades financieras transalpinas, acaba de subrayar el actual Gobernador y futuro presidente del BCE, Mario Draghi, "siguen demostrando solidez gracias a su presencia sobre el territorio y su cultura empresarial poco propensa a las aventuras".

Bancos y hogares juntos para proteger al país de su problema más grande: la especulación sobre los 1,8 billones de deuda pública. La mitad de los bonos están repartidos entre familias y entidades financieras nacionales: un pilar poco propenso a especular que amortigua la conducta a veces desaprensiva de los inversores internacionales.

Los escándalos del Gobierno

Quizás son este tipo de motivos, junto con la costumbre a los escándalos que afectan al Gobierno de ese país, los que han permitido a los ciudadanos italianos mantener la calma en medio de la tormenta en la que se encuentran. Esto y las ganas (recién demostradas por los resultados electorales) de sacudir como sea el actual sistema político para acabar con 17 años de Berlusconi. Esta crisis de verano, como las tantas de las que los transalpinos tienen memoria, por las calles parece ser solamente una razón más para hacer borrón y cuenta nueva.

Mientras tanto, en el punto de mira está el primer ministro Silvio Berlusconi. En medio del ataque de los mercados el mandatario transalpino se ha eclipsado: un papel inusual para un político famoso por su protagonismo, pero necesario frente al desgaste personal y político al que Berlusconi se enfrenta. De hecho, según los rumores, ha sido su mismo brazo derecho, Gianni Letta, quien le ha pedido un paso hacia atrás para favorecer el diálogo con la oposición y garantizar una aprobación rápida para los ajustes necesarios.

Y aún más significativo es el hecho de que la única contribución del primer ministro al paquete de medidas haya sido un coma que buscaba salvar su holding, Fininvest, de una indemnización de más de 500 millones de euros.

Los italianos viven, en resumidas cuentas, la crisis de la deuda como una consecuencia del desequilibrio político del país. Y debido también en parte a que el primer ministro no se cansa de repetir que "no es mi culpa, esta es una crisis internacional", la opinión pública ya no distingue el declive del mandatario de los problemas económicos del Estado italiano.

Los cargos judiciales

Sin embargo el problema va más allá de los cargos judiciales de Berlusconi: aunque sus juicios resulten los que tienen más audiencia, pocos políticos en los últimos meses se han salvado de los escándalos. El ejecutivo cuenta con un extitular de Industria que ha dimitido por presunta corrupción y con un titular de Agricultura investigado por actividades mafiosas. Hasta el ministro de Economía Giulio Tremonti, el rostro más presentable del gabinete y el líder de la derecha con más prestigio internacional, ha tropezado en unas investigaciones sobre su más estrecho colaborador, acusado de corrupción.

A esto hay que añadir el descubrimiento por parte de los fiscales de varios comités que juntaban políticos (tanto de izquierda como de derecha) y empresarios con el objetivo de favorecer los negocios o la carrera de amigos a través de recursos públicos. Un cuadro desolador que contribuye, una vez más, a disminuir la confianza de los ciudadanos en todo el sistema político.

Según los últimos sondeos, entre los líderes transalpinos consigue mantener y subir su popularidad sólo el presidente de la República, Giorgio Napolitano, que en las últimas semanas se hizo garante de la estabilidad frente a la ausencia total del primer ministro.

La telaaraña de la corrupción

A los italianos la situación actual les recuerda muy de cerca a otra etapa de la reciente historia nacional, cuando al comienzo de los noventa un grupo de fiscales descubrió una gigantesca telaraña de corrupción (conocido como Tangentopoli) que implicaba a los principales partidos. El escándalo y los sucesivos juicios (con poderosos líderes políticos obligados a largos interrogatorios en el Tribunal o incluso a huir del país) derrumbaron todo el sistema sobre el que se habían regido más de 40 años de democracia y cerraron una época. Una historia que podría volver a repetirse.

La comparación entre los acontecimientos de los últimos meses y la tempestuosa década de los noventa no separa el deterioro de la situación política. También en aquellos años Italia se encontró en el ojo del huracán de los mercados y consiguió salir de él a cambio de duros sacrificios.

El caso más famoso se remonta al bienio 1992-1993 cuando el país transalpino fue obligado, por la especulación sobre su moneda (la lira), a salir del sistema monetario europeo. El gobierno socialista de Giuliano Amato tuvo que dimitir tras haber aprobado un ajuste y fue sustituido por un ejecutivo "técnico" apoyado por todos los partidos y liderado por el entonces gobernador del Banco Central, Carlo Azegli Ciampi. El actual gobernador y futuro presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, ha citado varias veces aquella época como ejemplo de un periodo duro pero exitoso y necesario para poner las bases del ingreso de Italia en el euro.

Veinte años después, para muchos transalpinos obligados a apretarse el cinturón, la historia vuelve a repetirse; la gente se esfuerza todavía para entender el último ajuste que ha cambiado mil veces y que, tras el voto del Parlamento, es muy diferente de lo que el Gobierno había aprobado oficialmente el pasado 30 de junio.

En el transporte público, en los bares y en las oficinas, los transalpinos comentan las últimas medidas, se molestan por el copago sanitario de 10 euros y se preocupan por su pensión, pero sobre todo se quejan de la distancia entre los sacrificios de la gente normal y los de una clase política entre las mejores pagadas de Europa (un diputado en Roma gana alrededor de 14.000 euros al mes) que mientras aprueba recortes para los demás no consigue renunciar a sus privilegios.

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