Economía

¿Y qué pasa si Grecia no aprueba el plan presentado por Papandreu?

  • Desencadenaría un ataque contra España e Italia, que pondría en peligro el euro

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El Parlamento griego vota hoy sobre el proyecto de presupuesto de austeridad, que debe salir adelante para que la ayuda financiera internacional llegue a Grecia. Pero esta votación también se antoja vital para la propia Eurozona, amenazada en caso de suspensión de pagos de este país. ¿Qué puede ocurrir si los políticos griegos votan 'no'?

El fantasma de la ruptura del euro vuelve a merodear por el Viejo Continente. Lo agitó este fin de semana el multimillonario y archiconocido especulador George Soros, que vaticinó que es inevitable que un país abandone la moneda única e instó a los responsables europeos a diseñar un plan B para salvar a la UE de un posible colapso económico.

A estas alturas de crisis de la deuda pública en la zona euro, nadie se sorprende con estas hipótesis catastrofistas. Máxime porque periódicamente las desentierra la clase política de Alemania: el contribuyente principal y fundamental a los rescates de países al borde de la quiebra, el Estado más influyente en la toma de decisiones de la UE, y una de las poblaciones europeas más reticentes a seguir ayudando a Atenas.

Con los datos en la mano, incluso una quiebra más o menos desordenada del Estado griego o su vuelta al dracma representaría un problema menor para Europa, para sus bancos y aseguradoras, y para el euro. Si no fuera por su capacidad potencial de contagiar a otros países que participan en la divisa europea.

Otra cosa es el duro y prolongado impacto que inevitablemente sufren y sufrirán los ciudadanos de aquel país tanto en términos de estancamiento económico, como de desempleo masivo y pérdida de poder adquisitivo.

El problema es el contagio

Ni siquiera la suma de las cuitas de las pequeñas Grecia, Irlanda y Portugal debería bastar para hacer que el edificio en lenta construcción de la integración europea se tambaleara.

Pero si los mercados amalgaman a Italia o a España, les retiran su confianza y les exigen intereses exorbitantes para financiar sus respectivas deudas, el problema sería mayúsculo no sólo para Europa, sino para el conjunto de la aún incierta recuperación de la economía planetaria.

Las economías italiana y española son, como repite el gurú Nouriel Roubini a modo de mantra, demasiado grandes como para dejarlas caer, pero también demasiado grandes como para poder rescatarlas.

Soros, famoso por amasar 1.000 millones de dólares al apostar contra la libra esterlina hace ya dos décadas, precisamente en los preludios del euro, no se refirió el pasado domingo explícitamente a la atribulada Grecia como el Estado que, a su juicio, se desgajará de la divisa europea.

Al borde del colapso

Pero sí advirtió: "Estamos al borde de un colapso económico que se inicia, digamos, en Grecia, pero que podría expandirse rápidamente. El sistema financiero sigue estando en una situación extremadamente vulnerable".

En un arrebato de transparencia infrecuente entre los miembros del Eurogrupo -las opacas reuniones a puerta cerrada de los ministros de Economía y Finanzas de los 17 países que comparten el euro como moneda única-, Michael Noonan, ministro de Finanzas de Irlanda, explicó a sus conciudadanos el pasado fin de semana que "las autoridades europeas están más preocupadas por países como España que por Irlanda o Portugal".

Sus palabras delatan un secreto a voces, como han mantenido analistas como por ejemplo Wolfgang Münchau, columnista del rotativo británico Financial Times. La crisis de la deuda pública en la zona euro es, mientras permanezca limitada a los actuales tres países rescatados, un problema de voluntad política y popular en Estados como Alemania, Holanda, y Finlandia para rascarse el bolsillo y desbloquear las decisiones en Bruselas en apoyo de Atenas, Dublín y Lisboa. Y no una cuestión de falta de recursos para resolverlo.

Otro gallo cantaría si el virus de la crisis se diseminara y alcanzara a España o Italia. "Las autoridades europeas con las que he hablado creen que pueden evitar que el contagio se extienda a Irlanda y Portugal, pero les preocupan los Estados más grandes, y allí es donde van a trazar el límite. Supongo que recurrirán a otros instrumentos políticos si fuera necesario", explicó el titular irlandés de la cartera de Finanzas.

Paciente en cuarentena

"Las enfermedades contagiosas se tratan generalmente aislando al paciente, no vaya a infectar a alguien más, y luego intentando curarle. Pero si aislar no es siempre posible con las dolencias físicas, con las financieras casi nunca lo es", ironizaba en uno de sus últimos artículos el semanario británico The Economist.

La revista británica juzga que "igual que el colapso de Lehman mostró a los inversores que un banco de Wall Street podía caer, un impago griego les mostraría que un Gobierno occidental puede desentenderse de sus deudas: Grecia sería el primer país desarrollado que no paga en 60 años".

Si se produce una estampida en el mercado con la misma violencia que tras la extinción de Lehman, y los inversores huyen de países periféricos como España o Italia, y si Madrid y Roma dejan de reembolsar su deuda, entonces los acreedores privados -fundamentalmente las entidades financieras- se encontrarán con un roto en sus balances demasiado grande como para parchearlo sin más.

Según los datos más recientes de Eurostat, el organismo comunitario responsable de recopilar y publicar de manera armonizada las estadísticas y los indicadores económicos de los 27 países de la UE, la deuda pública de Grecia equivalía al terminar el año 2010 al 142, 8% de su Producto Interior Bruto (PIB), y sumaba 328.588 millones de euros. La de Irlanda era del 96,2% de su PIB, pero suponía apenas 148.074 millones. Y la de Portugal, equivalía al 93 por ciento del PIB y se limita a 160.470 millones.

Sin embargo, la deuda de un país de mayor tamaño como España asciende hasta los 638.767 millones de euros pese a que es de sólo el 60,1% de su PIB. Dicho de otra manera, España sola acumula tanta deuda como los tres países del euro rescatados.

Y la deuda de Italia, que se disparó el año pasado hasta el 119% del PIB y cuya tendencia sigue al alza, alcanza la friolera de los 1,84 billones de euros. Palabras mayores, si en la frontera de la república transalpina resultaran insuficientes los cortafuegos y el Estado quedara a merced de los ataques especulativos.

Atenas no es Lehman

Por el contrario, si no cundiera el pánico en el mercado, el desplome de Grecia no tendría por qué reeditar el caos de septiembre de 2008 tras el hundimiento del gigante bancario estadounidense Lehman Brothers. Caos que multiplicó la gravedad de la crisis financiera y económica global, hasta el extremo de que aún hoy no ha sido completamente superada.

En primer lugar, Atenas no es un epicentro de actividades financieras como lo fue Lehman. Alrededor del banco de inversión se había tejido una gigantesca maraña de operaciones opacas con derivados, cuyas interconexiones eran indescifrables.

Desaparecido el intermediario y la posibilidad de saber quién debía qué y a quién o, lo que es lo mismo, perdida la pista de dónde habían ido a parar las inversiones y de dónde acudir para recuperarlas, los actores del mercado sucumbieron al miedo de caer arrastrados por un efecto dominó.

Por el contrario, dos tercios de la deuda pública griega está en manos de unas treinta de entidades. Y la exposición a la deuda helena es relativamente transparente.

Por otro lado, desde que hace año y medio comenzaron las primeras grandes dudas en la arena pública sobre la sostenibilidad de las finanzas públicas de la república helénica, la banca internacional ha gozado de amplias oportunidades para reducir gradualmente su exposición.

A excepción de los bancos griegos, y mucho más lejos los franceses y alemanes, el porcentaje de bonos griegos acumulados en relación con sus reservas de capital principal es mínimo y, por tanto, las pérdidas en caso de quiebra son asumibles. Tanto más asumibles si los desperfectos se reducen a una reestructuración ordenada en forma de quita o de retraso en los reembolsos.

Los bomberos del BCE

Una intervención de París y Berlín para recapitalizar sus bancos más afectados -tras sondear la profundidad de las pérdidas a través de una nueva edición de test de estrés o pruebas de resistencia-, y una operación del Banco Central Europeo (BCE) para inyectar liquidez en el sistema financiero como en el peor trance de la crisis financiera global podrían bastar para tranquilizar a los mercados y evitar turbulencias. Los bancos griegos y la economía del país, sin embargo, se verían condenados.

Según las cifras difundidas por Barclays Capital, la exposición de la banca nacional a la deuda griega expresada como porcentaje de capital principal se dispara al 272% en el caso del Banco Nacional de Grecia; al 300 por ciento en el Banco del Pireo; al 175% en el Banco Postal Helénico; al 173 en Eurobank; al 149 en Marfin Popular Bank; y al 84 en Alpha Bank. Fuera de Grecia se limita al 20% en el caso de Dexia; al 11 en el caso del alemán Commerzbank; al 10 en el galo Société Générale; 9 en BNP Paribas.

Siempre según Barclays Capital, este mismo indicador para medir la exposición a la deuda pública en función del porcentaje de capital principal se mantiene alrededor del 10% incluso tras sumar la cartera de bonos irlandeses y portugueses. Pero se dispara si se añade el papel italiano y español. En el caso de Dexia se va al 130%; roza el 60 por ciento en Commerzbank y BNP Paribas; supera ligeramente el 50% en Crédit Agricole; alcanza el 40% en Deutsche Bank, y el 35% en Société Générale.

La exposición real de los bancos es menor a la citada. Han comprado a las aseguradoras y a los fondos de inversión credit default swaps o CDS: derivados que aseguran contra el riesgo de impago de la deuda. Quienes hayan vendido los CDS, que también pueden ser bancos, podrían sufrir pérdidas si a su vez no se han reasegurado.

Éste es uno de los miedos expresados por el BCE: que el aún opaco mercado de los derivados enloquezca y haga enloquecer al resto. Los reguladores y supervisores han avanzado desde el inicio de la crisis en la reglamentación, estandarización y transparencia de estos productos. Y en obligarlos en cierta medida a transitar por cámaras de compensación y liquidación que garanticen los pagos incluso en caso de que una de las partes de la transacción sea fulminada. Pero aún no ha transcurrido el tiempo necesario para aplicar los cambios.

Si Grecia quiebra o sale del euro, todo dependerá de si los inversores confían en la capacidad y voluntad de Europa para apuntalar a España e Italia, e impedir que se vean tentadas a no asumir sus deudas. Si la desconfianza reina, la carrera alocada para minimizar las pérdidas y no ser el último en deshacerse de la deuda italiana o española bien podría suponer la puntilla para del euro y la recuperación económica mundial.

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