Economía

La década perdida de la economía lusa marca las elecciones generales

Portugal arrastra una actividad anémica y una industria sin recursos para competir en el exterior.

Cuando la noche del pasado 6 de abril, de infausto recuerdo para el pueblo portugués, Sócrates anunciaba que iba a solicitar asistencia financiera, afloró implícitamente toda esa década, huérfana de reformas, que los inquilinos del Palacio de Sao Bento dilapidaron sin enderezar una economía a la deriva. Porque Europa interviene ahora que el fantasma de la quita lusa amenazaba la supervivencia del euro, pero los desajustes de nuestros vecinos hunden sus raíces en años de mala gestión.

Durante la segunda mitad de los 90, Portugal registró un quinquenio de bonanza que comenzó a languidecer conforme avanzaba el nuevo siglo. En concreto, el PIB experimentó una mejora media del 4 por ciento entre 1995 y 2000. A partir de entonces, no obstante, el indicador se desinfló hasta encajar un caída del 2,5 por ciento en 2009. Para 2011 y 2012 se esperan más retrocesos del 2,2 y el 1,8, respectivamente.

Según el economista Rafael Pampillón, el origen de esta senda bajista radica en los desequilibrios macro, principalmente una elevada inflación y un ingente déficit exterior, acumulados durante el periodo de expansión y que desembocaron en un acusado agujero contable. Del 10,1 por ciento dos años atrás, y del 9,1 en 2010. Después, incluso, de que el Ejecutivo comunitario corrigiese en sendas ocasiones el objetivo previsto por Lisboa.

Pampillón explica que no se supo contener el severo incremento del gasto estatal, mientras los ingresos fiscales perdían fuelle a causa de la fase descendente del ciclo. Con lo que lógicamente el aumento del apalancamiento público también se disparó. Tanto que a finales del ejercicio en curso, conforme a las previsiones de Bruselas, superará el 101 por ciento del PIB, lejos del baremo al que somete el Pacto de Estabilidad y Crecimiento.

Para acrecentar la incertidumbre, el paro se recrudecerá igualmente, colocándose en el 12,3 por ciento, en una población donde cuatro de cada diez desempleados no superan los 33 años y disponen de estudios superiores. Y en un censo que encaja un manifiesto declive demográfico desde hace alrededor de tres décadas, con casi una quinta parte mayor de 65 años.

A ello debemos sumar la pérdida de competitividad del sector productivo luso, fruto de tasas de inflación muy superiores a la media comunitaria y desatadas, en parte, por la política expansiva de los sucesivos Gobiernos de Lisboa. Con el añadido de que a partir del ingreso en la zona euro, Portugal no puede desinflar el valor de su moneda. La última devaluación data de 1995, cuando el marco aún se cambiaba en suelo de nuestros vecinos. Diversas fuentes denuncian la incapacidad de los políticos para articular ajustes estructurales destinados a modernizar la economía y dotarla de mayor potencial de crecimiento.

La industria tampoco contribuyó a suavizar los diferenciales de competitividad con el exterior. Se reveló, de hecho, inoperante en el proceso de incorporación al mercado común y globalizado. Tras la adopción del billete verde, las empresas portuguesas pospusieron reformas en flexibilidad y valor añadido de producto e intentaron seducir a los consumidores vía precio. El desenlace, una brutal pérdida de terreno frente a competidores propicios a la deslocalización y la rebaja de costes.

Marioneta de Bruselas

Bajo la égida del draconiano plan de ajuste que la UE y el FMI acaban de imponer a Portugal, el renovado Ejecutivo contará con poco o ningún margen de maniobra. Algunas ligeras precisiones y poco más. Una de ellas estribará en determinar el recorte definitivo de la contribución mensual que rinden las empresas a la Seguridad Social, conocida como "tasa social única".

La modificación del IVA también constituirá otra de las atribuciones del recién estrenado Gobierno. Aunque fundamentalmente el primer ministro que arrojen las urnas -Coelho le saca a Sócrates alrededor de 5 puntos en intención de voto, según los sondeos-, deberá satisfacer las revisiones periódicas que los prestatarios ejercerán sobre el ritmo y la viabilidad de las reformas. Y en la medida de lo posible embridar el apetito de los especuladores, ávidos de periféricos a los que maniatar y disparar así las alarmas.

Amplios recortes

Los recortes afectarán a los sistemas estatales de educación y salud, al igual que a las pensiones de más de 1.500 euros. Al mismo tiempo se endurecerán los impuestos sobre el consumo y la regulación del mercado laboral portugués. En suma, ahorro, austeridad y sacrificio para dinamizar una economía bajo la lupa que no puede permitirse el lujo de desperdiciar otra década perdida.

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