
Como casi todos los novatos en política, Christine Lagarde estrenó su carrera con una metedura de pata. Hace dos años, recién nombrada ministra de Comercio Exterior, culpó al derecho laboral francés de frenar el empleo con su pesadez administrativa.
Esa incursión en terreno movedizo, ajeno a sus competencias, le valió una reprimenda inmediata. No ha habido más deslices y Lagarde, de 51 años, encarna la excepción a la regla según la cual las personalidades de la sociedad civil son meras estrellas fugaces del Gobierno en Francia. Desde 2005 ha protagonizado un exitoso ascenso hasta convertirse en la primera mujer titular de una cartera tan estratégica como la de Economía.
Lagarde (Lallouette, de soltera), cruzó por primera vez el Atlántico gracias a una beca, después del bachillerato. Fue en Estados Unidos donde tuvo su primer contacto con la política: trabajó como ayudante de un diputado republicano, William S. Cohen, que estaba en primera línea del caso Watergate y más tarde fue secretario de Defensa de Bill Clinton.
Lenta pero segura
De regreso a Francia, cursó sus estudios, y habría sido una alta funcionaria si no hubieran fracasado sus intentos de ingresar en la reputada Escuela Nacional de Administración. En 1981 probó suerte en el sector privado y entró en el bufete de abogados Baker & McKenzie, con sede en Chicago, uno de los mayores del mundo. Poco a poco fue subiendo peldaños hasta alcanzar la presidencia mundial en 1999 y encabezar sus comités ejecutivos y estratégicos.
En 2002, The Wall Street Journal la encumbraba al quinto puesto del ranking de mujeres de negocios en el Viejo Continente. En Estados Unidos, participaba en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), donde copresidía la comisión de acción USA/UE/Polonia y se ocupaba de la industria de la defensa y de la liberalización de los intercambios polacos. En abril de 2005 entró en el consejo de vigilancia de la multinacional ING Group, una de las principales sociedades financieras del mundo.
Trabajo y desafíos no le faltaban en mayo de ese año, cuando Dominique de Villepin la llamó para ofrecerle un puesto en su Gobierno. Lagarde no dudó en aceptar lo que consideraba una "modificación brutal de carrera", y tomó el primer avión a París, dejando atrás su brillante aventura americana.
De Villepin a Sarkozy
En la política francesa, era una perfecta desconocida, pero su experiencia internacional le iba a ser muy útil como ministra de Comercio Exterior. Las exportaciones francesas aumentaron un 9,2 por ciento en 2006, pero Lagarde no consiguió invertir el aumento del déficit comercial.
Amiga del ex ministro de Economía, Thierry Breton, Lagarde se ganó también el aprecio de Sarkozy, quien le encomendó el ministerio de Agricultura en el Ejecutivo formado después de su elección. Casada y madre de dos hijos, la nueva ministra de Economía es una mujer discreta y elegante, que cultiva la sonrisa con un punto de ironía y practica el yoga cada mañana.