China tiene un problema: su tamaño. Es como un bailarín de dos metros de altura y 125 kilos de peso. Se mueve, sí, pero cualquier acción, por mínima que sea, exige una precisión y un equilibrio perfectos para que no sea ridícula o acabe en una desagradable caída. En 2010 China lideraría la inversión extranjera en Brasil.
En el caso del gigante asiático, ese obligado acompasamiento, ese ejercicio virtuoso se persigue a través del yuan o renminbi, la divisa china.
Hace cinco años, Pekín decretó para su moneda una libertad condicional. El 21 de julio de 2005 levó el ancla que la había mantenido atada al dólar estadounidense desde mediados de los 90 con un cambio fijo de 8,277 yuanes.
Las quimeras de EEUU
Occidente acogió con entusiasmo dicha maniobra. ¡Por fin!, pensaron las autoridades norteamericanas y europeas. Tras casi dos años de intensas presiones, China daba su brazo a torcer.
"La reforma del yuan es importante para China y para el sistema financiero mundial", proclamó el entonces secretario del Tesoro de EEUU, John Snow, para bendecir la medida. Se abría una nueva etapa para el equilibrio cambiario, comercial y económico para todo el planeta.
A su ritmo,siempre a su ritmo
Pero Pekín se encargó de aplacar la euforia desde el principio. ¿Nueva etapa? Sí, pero al ritmo que conviniera a sus intereses, no al que marcara Occidente.
Hasta final de 2005, el yuan apenas se revalorizó otro 0,5 por ciento. Aunque en los años siguientes abrió más la mano, puesto que entre 2006 y mediados de 2008 avanzó un 15 por ciento contra el dólar, China nunca dejó de anteponer su situación a las presiones exteriores. Se encargó de recordarlo a partir de julio de 2008. Desde entonces, y consciente del recrudecimiento de la crisis financiera, se plantó. (Lea el resto de la información en la edición escrita)