
La salida de Wolfowitz del Banco Mundial se suma a una larga lista de dimisiones de aliados de Bush en la guerra de Irak y marca el fin de una era ideológica en Washington
Mientras Tony Blair se despedía de George W. Bush en la Casablanca, el Banco Mundial (BM) se preparaba para poner de patitas en la calle a su presidente, Paul Wolfowitz. Dos aliados en la guerra de Irak se quedaban por el camino.
Si Bush y su vicepresidente Dick Cheney son los últimos supervivientes responsables de la guerra de Irak es sólo porque les protegen sus cuatro años de mandato. Un ex incondicional de Bush me dijo una vez: "Si tuviéramos un sistema parlamentario, Bush habría perdido un voto de confianza y a estas alturas ya habría dimitido".
En Lynchburg, Virginia, el corazón de la patria de Bush, se reunía el cortejo fúnebre del reverendo fundamentalista Jerry Falwell, de 73 años, quien había hecho lo imposible para dar forma a la coalición de cristianos conservadores que otorgaría a Bush dos victorias presidenciales. Ahora está muerto y el Gobierno sostenido por sus seguidores está moribundo.
Decorado desmoronándose
Según el escritor Christopher Hitchens, amigo de Wolfowitz y enemigo de Falwell: "El ruido que se oye en Washington ahora mismo es el de un decorado desmoronándose. El Partido Republicano está sumido en el caos.
Sus miembros más inteligentes se han ido pasando al otro lado, mientras los candidatos presidenciales se esfuerzan por ver quién es el más amable con los restos repugnantes de Falwell".
Wolfowitz, el neoconservador intelectual, y Falwell, el teoconservador rebuznador, no tenían nada en común. En realidad, Falwell culpó a "paganos, abortistas, feministas, gays y lesbianas" de provocar los atentados del 11-S, una explicación inquietantemente próxima a la de los talibanes.
Pero la insólita alianza entre sus dos movimientos dotaba a Bush de masa gris y fuerza muscular. Ahora, los neocon han tenido que abandonar, uno por uno, sus cargos de influencia y confianza, mientras las bases republicanas se revuelven desesperadamente en busca de un sucesor para Bush a quien puedan apoyar en 2008.
La escisión entre los dos supone el final de una era en la que los conservadores del Cinturón de la Biblia se convirtieron en inesperados paladines de la reconstrucción radical en Oriente Medio, con la esperanza de aplastar el terrorismo y detener la marcha del Islam militante. Tras Bush, el celo reformador es improbable que se repita.
Wolfowitz, expulsado del BM
La caída de Wolfowitz ya ha entrado en los anales de la historia como una fábula moralista para la Administración Bush, según la cual el anterior número dos del Pentágono, arrogante y narcisista, y un puñado de compinches, fueron endosados en una institución internacional poco dispuesta y que halló la manera de deshacerse de ellos.
En el centro del relato aparece una historia de amor entre un intelectual americano, con la cabeza bien alta y los calcetines agujereados, y una feminista árabe musulmana, seglar y cincuentona, apasionada promotora de la democracia y la igualdad de las mujeres en Oriente Medio.
Sus siete años de relación con Shaha Ali Riza podrían haber humanizado al ex funcionario del Pentágono y acabar con el estigma antisemita según el cual Wolfowitz era un agente judío que colocaba los intereses de Israel por encima de EEUU y otros países.
En lugar de eso, le trajo la ruina. Riza llevaba siete años trabajando en el BM cuando su novio fue nombrado presidente. Pero las normas del banco prohíben las relaciones sentimentales entre directores y empleados, y ella se tuvo que marchar.
Su implicación a regañadientes en el traspaso de Riza al Departamento de Estado, con un alza salarial de 60.000 a 193.590 dólares -más de lo que cobra al año Condoleezza Rice-, llevó a los investigadores bancarios a quejarse.
Cuando Wolfowitz fue obligado a dejar el cargo, perjuró, cual capo de la mafia, que "si me joden a mí o a Shaha, sé lo suficiente sobre ellos para joderlos también". Fue Riza quien inspiró confianza a Wolfowitz sobre que un Irak laico florecería en cuanto Sadam Husein fuera destituido.
Nombramiento en el BM
Cuando Bush fue reelegido, las fuerzas americanas se estaban quedado atrancadas en Irak y a Wolfowitz lo mandaron al frente del Banco Mundial.
En algunos círculos, su nombramiento se vio como una decisión inspirada. La jefatura del BM había ido a parar a Robert McNamara, ex secretario de defensa, tras la debacle de la guerra de Vietnam. Pero, al contrario que McNamara, Wolfowitz no tenía intención de expiar sus supuestos pecados con buenas obras.
Consideraba el banco una burocracia abotargada, cuyos préstamos financieros a países en desarrollo estaban expuestos a la corrupción crónica y los sobornos. Pero se sentía motivado a ayudar a que los países salieran por sí solos de la pobreza.
El 90 por ciento del personal del BM se opuso al nombramiento de Wolfowitz. Algunos rechazaban su ambición anticorruptora porque penalizaba a los pobres por las maldades de sus gobiernos. Otros querían que pagara por la guerra de Irak.
Los gobiernos europeos, que ya se habían sentido desairados por Bush y ofendidos por el hecho de que la presidencia del banco sea siempre un obsequio del presidente de EEUU, también vieron una oportunidad para la venganza.
Víctimas del "te pillé"
La relación de Wolfowitz con Riza ofrecía una oportunidad perfecta para acusarlo de favoritismo y nepotismo, lo que le hacía poco idóneo para sermonear a otros países sobre la necesidad de asear sus formas de actuar. Pero fue injusto para Riza, quien, después de años de servicio en el banco, se vio reducida a la condición de "novia".
Puede que el Banco Mundial acabe lamentando haber dirigido los focos hacia sí mismo, dadas las generosas pensiones, los sueldos libres de impuestos y los pagos subvencionados a colegios privados de que disfrutan los empleados.
Pero ésa no es la cuestión. Wolfowitz tenía que enfrentarse a su pasado algún día. Él no es más que el último de una larga sucesión de víctimas del "te pillé" de la guerra, entre las que están Donald Rumsfeld, ex secretario de defensa; Douglas Feith, aliado de Wolfowitz en el Pentágono; Richard Perle, antiguo presidente de la junta de política de defensa; John Bolton, ex embajador estadounidense ante la ONU, y Lewis Scooter Libby, amenazado con prisión tras ser inculpado de perjurio en un caso relacionado con el despido de un agente de la CIA.
Otras reputaciones han quedado hechas trizas por el camino, como la de George Tenet, el ex director de la CIA que le dijo a Bush que era un "mate de baloncesto" el que Irak tuviera armas de destrucción masiva, o Colin Powell, antiguo secretario de Estado, quien entregó un informe completamente erróneo sobre Irak a las Naciones Unidas en vísperas de la guerra.
Con la criba de los neoconservadores, un hombre sigue ocupando su cargo tras meses de polémica: Alberto Gonzales, fiscal general y viejo aliado tejano, responsable de aprobar la tortura de sospechosos de terrorismo cuando era asesor de la Casa Blanca.
A Gonzales lo han estado presionando para que dimita desde hace incluso más tiempo que Wolfowitz, pero de momento no se ha ido.
Si se marcha, es posible que la administración Bush se quede sin aire. Y cuando el presidente ya no pueda salvar a sus amigos, no quedará nadie a quien salvar, excepto a sí mismo.
La factura política de Iraq
George W. Bush: El presidente de Estados Unidos es, junto con su vicepresidente Dick Cheney, el último superviviente responsable de la guerra de Irak. Además, a partir del 27 de junio -fecha en la que Tony Blair abandonará su cargo después de diez años-, Bush será el único dirigente que continúe al frente del Ejecutivo después de la famosa 'foto de las Azores' -en marzo de 2003- en la que el norteamericano, su homólogo británico y el español, José María Aznar, respaldaron la ocupación iraquí.
Paul Wolfowitz: Tras dos años al frente del BM, renunció a su cargo el 17 de mayo después de verse implicado en un caso de nepotismo. Dimitirá oficialmente el 30 de junio, pero seguirá cobrando al año 375.000 dólares.
Donald Rumsfeld: El 'arquitecto' de la invasión y ocupación de Irak fue la primera víctima de la Admi- nistración Bush. El ex secretario de Defensa dijo adiós tras la derrota electoral de los republicanos en las legislativas de 2006.
Colin Powell: El ex secretario de Estado de EEUU presentó su dimisión tras las legislativas de noviembre. Se fue declarando estar satisfecho de haber formado parte del equipo "que lanzó la Guerra Global contra el Terror".
George Tenet: Llegó a la dirección de la CIA en 1997 con el objetivo de modernizar la agencia del espionaje de EEUU, pero cayó víctima de los fallos de la inteligencia sobre las armas de destrucción masiva de Irak.
Richard Perle Richard Perle, defensor de la guerra, dimitió como presidente del Consejo de la Política de Defensa del Pentágono, por un presunto conflicto de intereses relacionado con su cargo de consultor en una 'teleco'.
John Bolton: El polémico embajador ante la ONU no fue renovado en su cargo tras la victoria de los congresistas liderados por Nancy Pelosi. Se fue orgulloso de "salvaguardar los ideales e intereses americanos".