Economía

¿Por qué hay que ajustar el gasto público?

El tensionamiento de las primas de riesgo de nuestra deuda pública no es sino una pérdida de confianza acerca de nuestra capacidad de hacerla frente en el actual contexto recesivo. Estos acontecimientos han puesto de relieve la urgencia de acometer un programa de consolidación presupuestaria que sea creíble y orientado a sembrar las bases del crecimiento, por la vía de acometer las reformas estructurales en mercados clave como el laboral.

A este respecto, hay que recordar que existe un fuerte consenso (vid. Alesina y Perotti) y evidencia empírica de que los ajustes más eficaces y sostenibles son los que se enfocan desde el lado del gasto público corriente, estando normalmente condenados al fracaso los que descansan en subidas impositivas, especialmente en el ámbito de la imposición directa.

Por ello, el saneamiento de las finanzas públicas debería comenzar fijando límites al crecimiento tanto del gasto como a las posibilidades de endeudamiento, no sólo del Estado, sino también de las Administraciones Territoriales. De esta forma, se conciliaría la necesidad de austeridad con la flexibilidad de que los gestores públicos puedan hacer frente a lo que consideren más necesario, sacrificando lo que no lo sea.

Por dónde tiene que venir el recorte

Pero concretemos las partidas más importantes de la necesaria consolidación. En los gastos de personal debe haber una congelación absoluta, tanto de salarios como en el empleo público, y en su caso plantearse objetivos concretos de reducción de personal eventual. Esta contención salarial tendría el efecto añadido de servir de anclaje a la negociación colectiva, con el consiguiente freno a la destrucción de empleo.

Una cuestión primordial sería también reducir y condicionar las trasferencias a las comunidades autónomas al seguimiento de las políticas de austeridad aprobadas. Se debiera revisar la panoplia de transferencias y subsidios injustificados que no son sino, en muchos casos, servidumbres clientelares o procesos exitosos de buscadores de rentas.

El llamado gasto social no puede ser intocable, entre otras razones porque explica la llamada deuda implícita y el envejecimiento demográfico añade tensiones al futuro, por lo que en las pensiones se debería reforzar la proporcionalidad entre lo aportado y lo percibido, retrasando la edad de jubilación y aumentando el número de años de cálculo.

La prestación por desempleo se debería modular para recuperar los incentivos a la búsqueda de empleo y evitar los casos de fraude. En este sentido, los llamados subsidios asistenciales debieran condicionarse a la ausencia de recursos y a la realización de trabajos comunitarios.

Además, se deberían revisar los programas de políticas activas desde una perspectiva de coste-beneficio. Incluso es posible que ahora haya que suspender aquellos proyectos de inversión pública que no sean de total urgencia y necesidad.

No compromete el crecimiento

No es cierto que la consolidación fiscal comprometa el crecimiento, sino más bien lo contrario. Si acometiéramos una reducción sustancial del déficit público a través de la contracción del gasto público, el crecimiento no se resentiría, ni siquiera en el corto plazo, en la misma proporción.

Por un lado, porque se reduciría nuestro déficit exterior y, por el otro, porque provocaría un efecto ricardiano expansivo compensador, vía mayor disponibilidad de financiación y menores expectativas de impuestos futuros, circunstancias ambas que alentarían tanto la inversión como el consumo. La evidencia empírica (vid. Von Hagen et al, 2001) ha demostrado que estos últimos efectos indirectos son de tal magnitud, que en la práctica una consolidación presupuestaria que sea creíble y bien orientada puede no sólo tener un efecto positivo sobre la actividad y empleo a medio plazo, sino también a corto, compensando los en principio contractivos efectos directos inmediatos que sobre la demanda agregada puede tener un ajuste fiscal.

No hay nada peor en medio de una crisis que subir los impuestos. Es la fórmula más segura de retardar y reducir las cada vez más escasas posibilidades de recuperación económica endógena. A este respecto, el BCE (informe de marzo de 2009) ha cuantificado que los multiplicadores de recuperación económica son más elevados para las bajadas de impuestos que para los aumentos del gasto, simplemente estudiando estos fenómenos con una perspectiva más allá del corto plazo e incorporando los efectos dinámicos sobre la estructura productiva.

Esto nos llevaría a que una reducción del déficit basada en subidas de impuestos sí que tendría un sustancial coste sobre la recuperación, ya que reduciría nuestro potencial, sin apuntalar la consolidación de forma sostenible en la medida que se dejarían intactas las espitas de gasto que explican el deterioro de nuestras finanzas.

Crecimiento a largo plazo

Si implementáramos la consolidación fiscal por medio del gasto, no sólo se facilitaría el crecimiento en el largo plazo sino también en el corto, a través de la reducción de las inferencias de la intervención pública sobre la estructura de costes e incentivos, cuyos efectos se anticipan en el tiempo mediante las reacciones de los agentes económicos, como sucede por ejemplo con la mejora de expectativas sobre los tipos de interés reales. Basta recordar que en un reciente informe del FMI (Strategies for Fiscal Consolidation, febrero 2010) se estimaba que por cada 10 puntos de PIB que se incrementa el peso de la deuda pública se perdía, de forma permanente, 0,2 puntos porcentuales de actividad anual.

El lastre actual de nuestra economía ha sido el abuso excesivo del gasto público y el descuido de la oferta productiva, que es la que a la postre lo financia y hace sostenible. Como resultado ha surgido la restricción inevitable de la que nadie, ni siquiera el sector público, puede vivir de forma indefinida por encima de sus posibilidades. Ésta es la situación en la que desgraciadamente estamos ahora, que no es, como se dice, culpa de los mercados, sino de aquellos que con su ignorancia o miopía nos han conducido a una realidad en la que cualquier rumor, por muy bárbaro que sea, pueda llegar a resultar creíble.

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