
¿Quién lo hubiera dicho hace dos años? La candidatura de Ségolène Royal a la presidencia de la República suscitaba entonces toda suerte de comentarios irónicos y despreciativos, y en círculos tan machistas como los de la política francesa, su audacia parecía condenada a quedar en anécdota.
En vísperas de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del próximo domingo, la candidata socialista, de 54 años, puede alardear ya de haber superado con éxito tres grandes pruebas: imponerse a los elefantes de su partido, clasificarse para el duelo final y no desmerecer en el debate cara a cara con su rival, Nicolas Sarkozy.
Pero la candidata socialista llama a las puertas del Elíseo defendiendo un método más que un programa concreto para reformar el país.
Programa económico poco claro
La confrontación televisada del miércoles pasado -centrada en buena medida en los modelos económicos y sociales defendidos por cada uno- lo puso de manifiesto en varias ocasiones.
Cada vez que el pretendiente de la derecha aguijoneaba a Royal para que detallara sus promesas y su modo de financiación, ella se encomendaba a una hipotética tasa de crecimiento del 2,5 por ciento y se remitía a futuras negociaciones entre la patronal y los sindicatos, aun a riesgo de retrasar o comprometer las medidas urgentes que el país necesita.
Del resultado de esas discusiones dependerán, por ejemplo, la extensión de la jornada de 35 horas a las pequeñas empresas, el aumento de los salarios, un nivel mínimo más elevado de las pensiones y su financiación. Tampoco fue más explícita, a pesar de la insistencia de su interlocutor, respecto al "impuesto sobre los beneficios bursátiles", con el que pretende aumentar las pensiones más pequeñas, o acerca del papel de la energía nuclear.
En otras grandes cuestiones, como un nuevo tratado constitucional comunitario o el ingreso de Turquía en la Unión Europea, tampoco hubo una toma de posiciones por su parte y se resolverán por referéndum.
Sin respuesta
Y es que mientras Sarkozy defiende la "cultura de los resultados", Royal no tiene miedo a reconocer que carece de respuesta para todo y se niega a encorsetarse con objetivos claros y cifras. Su estrategia para presidir Francia sería pues similar a la que aplicó pacientemente en la primera fase de su campaña, mientras sus propios compañeros de filas la urgían a desvelar su programa: dar la palabra a los ciudadanos y decidir en función de sus principales demandas.
Esa cualidad de escucha -plasmada en el concepto de "democracia participativa"- ha sido una de las claves de su éxito entre un electorado que tiene la impresión de que la política se hace a sus espaldas y que aspira a una nueva forma de gobierno.
Sin embargo, es un método que tiene sus limitaciones y no responde a todas las expectativas: según un sondeo realizado tras el debate del miércoles, un 53 por ciento de los telespectadores que siguieron el cara a cara entre los dos rivales opinaba que Sarkozy había resultado más convincente que ella. Una mayoría sigue valorando más la precisión en las propuestas.
Hacer frente a las "fuerzas del mercado"
Frente al liberalismo a la francesa y la adaptación a la globalización que defiende el candidato de la derecha, Royal quiere encarnar una resistencia, una nueva "excepción francesa", y cree que es posible trabajar menos y producir y ganar más o invertir más en los servicios públicos y reducir al mismo tiempo la deuda.
"La elección (entre uno y otro) debería ser simple para un pueblo al que no le gusta arrodillarse ante las fuerzas del mercado", aseguraba ayer el director del diario de izquierda Libération, Laurent Joffrin, en un editorial firmado en el que pedía el voto para Royal.
Pero hasta sus aliados reconocen que el voto a la socialista tiene algo de cheque en blanco, dada la incertidumbre sobre lo que hará realmente. No decía otra cosa ayer el director de Le Monde, Jean-Marie Colombani, al describir el voto por Royal como "una apuesta" y decir que abrirá la oportunidad de "reinventar" la izquierda.
Ella "ha tenido la intuición de trastocar el orden socialista, pero sólo ha podido hacerlo de manera fragmentada, experimental o improvisada, a falta de una base sólida de reflexión colectiva previa, madurada y luego metabolizada", añadía Colombani.
Carta de mujer
Hasta el final, Ségolène Royal habrá jugado la carta de la audacia, a la que volvía apelar a los electores el miércoles, así como la carta femenina, la única que Sarkozy no le podía disputar.
En el debate de televisión, volvía a recordar que es "madre de cuatro hijos" y añadía: "Sé que a algunos electores indecisos les cuesta pensar que una mujer puede encarnar las más altas responsabilidades, pero otras lo hacen a escala planetaria", antes de citar como ejemplo a la canciller alemana Angela Merkel, "concreta, eficaz y operativa".
A última hora de hoy se sabrá si los franceses apostarán por que esta mujer, al igual que hizo Merkel en 2005, pase a la Historia como la primera presidenta de la República.